El ser humano nace perdonado y perdonándose; perdonando por aceptar que le expulsemos de ese hábitat tan confortable, tan maravillosamente mágico en el que ha estado desarrollándose y creciendo durante nueve meses y perdonándose porque en esa nueva etapa de su vida cometerá muchos errores, en ese proceso de investigación constante, de análisis, de búsqueda y de ensayo y error que será su existencia.
¿Cuántas veces pide perdón el niño? Se pasa la vida pidiéndonos perdón. Perdón por haber empujado o por haber mordido cuando era muy pequeño, perdón por gritar mucho, por llorar demasiado, por patalear y cogerse rabietas, por desobedecer, por decir NO, por retarnos, por no querer ir a la cama a su hora, por insultar, por pegar, por enfadarse, por hacer las cosas más despacio de lo que le pedimos…a veces incluso por decir la verdad
El perdón para él es tan vital que no descansa hasta que lo consigue. Cuando por fin lo obtiene, ¿qué ocurre?. La mayoría coincidiremos en que en esos momentos vemos una de las imágenes más bellas y cautivadoras de este mundo: la sonrisa amplia y radiante que se dibuja en el rostro del niño; esa sonrisa llena de alegría, iluminada por una mirada dulce y tierna, que nos envuelve y nos acaricia.
Una ventaja enorme que tiene el niño es que, una vez que ha sido perdonado, se olvida de inmediato de lo que hizo mal y se queda tan tranquilo, prometiéndonos lo que difícilmente será capaz de cumplir: que ya “nunca” volverá a suceder, que esta ha sido la última vez que ha fallado.
El niño se perdona a sí mismo con mucha facilidad; rápidamente se olvida de su mala acción o de su travesura y en no pocas ocasiones, intenta eludir su responsabilidad echando la culpa a los demás.
Por el contrario, muchos adultos se torturan una y otra vez ante su incapacidad de perdonarse. De nuevo, vemos que los años no siempre son sinónimo de sabiduría, a veces parece que cuanto más crecemos más “desaprendemos”.
El niño tiene un sentido de la justicia muy primitivo, pero muy claro; el adulto, sin embargo, puede complicarse tanto que llega un momento en que no es capaz de discernir y se fija solo en los resultados, olvidando que hay que valorar también el esfuerzo realizado.
Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. En muchas ocasiones, nos pueden condicionar determinadas experiencias, situaciones dolorosas, el entorno y la cultura en la que estamos inmersos….,pero no podemos abdicar de una enseñanza que nos permitirá ser dueños de nuestras emociones y autores de nuestra vida. Si queremos “triunfar” en lo esencial, el arte del perdón será el mejor regalo que nos podamos ofrecer.
Una persona insegura es invulnerable, dependiente de la mayor o menor estima de los demás e insatisfecha consigo misma. En la raíz de nuestra inseguridad casi siempre encontramos “reproches” y juicios de valor equivocados. Nuestra seguridad está basada en gran medida, en nuestra propia aceptación y en esa aceptación desempeña un papel crucial la valoración de nuestros aciertos y la asunción de nuestros fallos. Pero asumir no significa sucumbir, sino aceptar y confiar en nuestra capacidad de recuperación.
Muchos piensan que la autoestima está de moda y que la gente habla de ella sin saber muy bien qué significa. La autoestima es la valoración que tenemos de nosotros mismos; es decir, es nuestra percepción de lo que somos o de lo que creemos ser.
Sobre la base de este planteamiento, coincidimos en que una persona con una autoestima alta habitualmente se siente segura, se respeta y se quiere sin ningún tipo de complejos. Por el contrario, cuando alguien tiene un concepto pobre de sí mismo y constantemente se formula reproches, su autoestima baja en la misma medida en que baja su propio afecto. Pero si hay una circunstancia dura en nuestra propia valoración, es cuando nos sentimos culpables por algo que hemos hecho o por algo que debíamos hacer y no hicimos. La situación se agrava si, además, creemos que hemos decepcionado a quienes mas queremos y más admiramos.
Hay personas que pasan la vida deseando con tanta intensidad que cuando no llega no son capaces de parar, analizar y aceptar los hechos. La perseverancia es un valor que nos puede resultar muy útil para superar obstáculos y dificultados, pero ¡cuidado! a veces, determinados hechos y acontecimientos nos envían señales que no sabemos interpretar.
Por muy poderosa que sea nuestra voluntad, no olvidemos nunca que los aparentes fracasos pueden encerrar grandes lecciones que, lejos de hundirnos, pueden ayudarnos a encontrar las mejores opciones.
Conviene recordar que:
- Aprender a perdonarnos nos permite aprender a vivir con seguridad, autoestima y confianza en nosotros mismos
- Asumir nuestros defectos y errores no es fácil, pero es necesario para enmendarlos y poder perdonarnos.
- Borrar el pasado y los errores que hayamos cometido resulta imposible, pero sí podemos controlar el presente
- Reconocer que nuestro valor como seres humanos no radica en nuestros conocimientos técnicos o académicos, sino en el reconocimiento de nuestras limitaciones
- Perdonarnos nos devuelve nuestra autoestima, mermada por los sentimientos de culpabilidad que nos asaltan ante un error o una mala acción
- Ser indulgentes con nuestros errores es necesario, sobre todo cuando no ha habido intencionalidad o mala fe por nuestra parte, y hemos de ser capaces de perdonarnos para recuperar la paz y la alegría de vivir.
(información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)