El recién nacido depende por completo de los padres, que le proporcionan atención y cuidados básicos. Se pasan el día dándole el pecho, calentando biberones, cambiando pañales, lavándole, acariciándole, abrazándole, sonriéndole, hablándole, cantándole, haciéndole cosquillas, jugando con él, acunándole, etc. La relación es muy estrecha y consumo mucho tiempo. La vida se organiza y gira alrededor del bebé. Para facilitar esta dedicación, la ley concede el permiso de paternidad y maternidad.
La maduración y el desarrollo permiten desplegar rápidamente mayores niveles de actividad. En poco tiempo se aprende a reconocer el rostro de los padres y a diferenciarlo de los desconocidos, a dar los primeros pasos y caminar. Estos logros amplían las posibilidades de explorar el mundo y brindan la oportunidad de separarse y marcharse por iniciativa propia.
La ansiedad por separación cumple una función protectora al impedir que el pequeño, motivado por la curiosidad o por las ganas de jugar, se aleje demasiado y pueda perderse, tropezar y caerse, o sufrir cualquier otro percance. Desempeña el papel de ángel de la guarda que protege de potenciales riesgos.
La evolución de la ansiedad por separación confirma su valor y utilidad en la primera infancia. Se halla presente desde el primer año de vida. Alrededor de la séptima semana, el bebé muestra ansiedad cuando se le separa de las personas en general, y en torno al séptimo mes cuando se le separa de los padres. Se intensifica rápidamente y entre el año y los dos años alcanza el cenit, de modo que durante el segundo año de vida, coincidiendo con la aparición de las primeras conductas de autonomía personal, como andar, la mayoría manifiesta cierta reticencia a separarse de los padres. A partir de esa edad la ansiedad empieza a disminuir y tiende a desaparecer gradualmente.
Ansiedad del niño al separarse ¿de quién?
En la mayoría de las culturas la responsabilidad principal del cuidado y crianza del niño recae en la madre, que es con quien el bebé establece el vínculo afectivo más estrecho. Por este motivo, la ansiedad de separación suele aparecer sobre todo cuando la madre está ausente de ahí que la gente se refiera a este problema como mamitis, crío enmadrado y expresiones similares. Sin embargo, el fenómeno puede presentarse con cualquier persona, padre, hermanos mayores, abuelos, tíos, niñeras, etc. que ejerza el papel del cuidador habitual. En instituciones para niños huérfanos y abandonados se ha observado apego a un monitor o una monja en concreto y síntomas de ansiedad por separación cuando el educador no está presente.
Separaciones cotidianas y excepcionales
La reacción problemática se desencadena cuando el niño está sin los padres o lejos del hogar. Hay dos clases de separaciones:
- Son acciones habituales que se realizan todos los días o muy a menudo, como asistir a clase, realizar actividades extraescolares, hacer un recado, ir a casa de un familia o de un amigo, quedarse en casa solo o con la empleada del hogar o acostarse y dormir en la habitación. En esas circunstancias el problema suele gestarse poco a poco y se agrava progresivamente. El niño llora, protesta, patalea, se queja de que le duele la barriga y de que tiene ganas de vomitar, al empezar el curso o al reanudarlo después de vacaciones de Navidad o Semana Santa o tras un periodo de ausencia por enfermedad. Mientras que el resto de compañeros se adapta rápidamente a la situación escolar, él se siente intranquilo al levantarse cada mañana para ir al colegio, tiene ganas de llorar cuando los padres se despiden, se siente mal porque no están con él, se preocupa por si han sufrido un accidente cuando se retrasan al recogerlo, piensa en volver a casa mientras está con el colegio y se niega a realizar actividades extraescolares.
- Son acontecimientos que suceden rara vez, de naturaleza positiva, como campamentos de verano, viaje de los padres, etc. o negativa, como hospitalización, divorcio o muerte de un ser querido. En estos casos, el problema surge bruscamente como respuesta a la situación estresante y traumática. Un niño vuelca accidentalmente la sartén y el aceite caliente le cae encima provocándole importantes quemaduras en gran parte de su cuerpo. Ingresa urgentemente y es sometido a sucesivas intervenciones quirúrgicas con el fin de regenerar el tejido dañado. Para prevenir infecciones, es aislado en una burbuja de la unidad de cuidados intensivos infantil. Durante varias semanas permanece separado de los padres a los que solo ve en la comida y cena. Tras el alta, regresa a casa y los padres observan un cambio radical de comportamiento. Antes jugaba solo sin problemas, ahora se pasa el día pegado como una lapa a las faldas de la mama o a los pantalones de papá. Antes comía y dormía sin dificultad, ahora ha perdido el apetito y tiene pesadillas. Antes iba a la escuela infantil con normalidad, ahora se niega en redondo a salir de casa.
Valoración de la ansiedad por separación
Para valorar la ansiedad por separación hay que tener en cuenta tres criterios:
- La edad del niño. Es normal que un pequeño muestre ansiedad por separación el primer día de guardería u otro más mayor al dormir en un campamento o quedarse en casa de un compañero por primera vez. La ansiedad por separación es muy común en la primera infancia, estimándose alrededor del 60% a los dos años y del 30% a los tres años. A partir de esa edad y hasta los cinco o seis, disminuye progresivamente. No obstante, persiste durante la infancia, aproximadamente el 10% y declina en la adolescencia al 2%
- La reacción infantil. Un escolar puede experimentar un ligero grado de ansiedad al volver al colegio después de una larga enfermedad, pero se considera excesiva la reacción extremadamente intensa, por ejemplo, vómitos o agresiones fiscas al padre, que le acompaña, que no tiende a remitir y que persiste durante semanas.
- Las repercusiones negativas. Si causa serio malestar, dolores de cabeza o de estomago, gran preocupación, si altera el ritmo de vida cotidiano, el niño no asiste al colegio o se niega a realizar actividades extraescolares, si repercute negativamente en el desarrollo personal, ambiente familiar, rendimiento académico o relaciones sociales, por ejemplo, estado de ánimo deprimido, resentimiento de los padres, fracaso escolar o falta de amigos.
Cuanto mayor sea el niño, cuanto más intensa sea su respuesta y cuanto más perjudiciales sus efectos, es probable que la ansiedad por separación haya perdido el carácter de fenómeno evolutivo propio de la infancia y se haya convertido en un trastorno de ansiedad por separación que, desde una perspectiva psicopatológica requiere al menos tres de las ocho características del problema, que persistan durante cuatro semanas como mínimo, que aparezcan antes de cumplir los dieciocho años, que causan malestar clínicamente relevante y que repercuta negativamente en áreas importantes de la actividad infantil, como las reacciones sociales o el rendimiento académico. Si sufre por esto, si entorpece el desarrollo o supone una pesada carga, conviene consultar al psicológico clínico infantil.
(Información extraída de Cómo dar alas a los hijos para que vuelen solos: el niño sombra de sus padres / Francisco Xavier Méndez Carrillo, Mireia Orgilés Amorós, José́ Pedro Espada Sánchez, 2010)