¿Hasta dónde puede llegar la bulimia?

Etimológicamente “bulimia” significa “hambre voraz”. Pero no hay que confundir a un bulímico que acude a consultar a su médico con un gigante pantagruélico y tragón, con un humor jocoso ante la presencia de manjares suculentos. No se trata tampoco del hombre con estomago de avestruz de los carnavales bávaros, que engulle metros de salchichas y bebe toneladas de cerveza. El bulímico puede ser obeso, pero algunas veces está increíblemente delgado. Actúa solo, sin testigos, como un ladrón. El miedo a la obesidad La bulimia que se caracteriza por un impulso irracional, irresistible hacia todo lo comestible, adopta una forma patológica, ya que lleva a la persona a ingerir durante las comidas impresionantes cantidades de alimentos de todo tipo. Funciona el mecanismo fisiológico de la sociedad funcional, pero la persona ávida fuerza la situación hasta los límites de su capacidad. Además, esta crisis no es excepcional y pueden producirse recaídas crónicas “había tomado un desayuno muy completo y estaba lleno. Apenas había pasado una hora y ya me lanzaba hacia el frigorífico y devoraba embutidos, queso y lo que había sobrado de otras veces”. Esta confesión expresa el clásico esquema de estas crisis de repetición. A no ser por el grado de intensidad, no existe ninguna diferencia en cuanto a su naturaleza con las bulimias ocasionales y menores. Siempre se trata de un estado de ansiedad que provoca una crisis; con la particularidad que aquí la angustia se convierte en obsesión. En algunas mujeres, este trastorno del comportamiento alimentario se asocia con un problema de obesidad. Sin tener hambre, estas personas se llevan a la boca cualquier cosa, sin distinción: terrones de azúcar, trozos de queso, galletas, frutos secos, curruscos de pan. Están acomplejadas por su morfología y adquieren una corpulencia que se agrava semana tras semana. Dejan de dar importancia a los alimentos y tienen un sentimiento de culpabilidad permanente. Este continuo masticar no lo toman como un capricho. No es precisamente la búsqueda de placeres gustativos lo que las empuja irresistiblemente hacia las reservas de la cocina, sino la transgresión de algo prohibido. Se trata de una prohibición social que está viva en su inconsciente. El ceder a la tentación es al mismo tiempo castigarse a sí misma, exponiéndose a engordar todavía más. Este estado no es demasiado grave, y puede resolverse con un tratamiento de la obesidad bajo un doble aspecto; dietético y psicológico. Comportamiento de toxicomanía Hay otro grupo de bulímicos que se encuentran condenados a una situación mucho más dramática. Acuden a consultar a un especialista en nutrición, no porque no se encuentren preocupados por su corpulencia, sino porque su sentimiento de culpabilidad los invade, los obsesiona, les amarga su existencia hasta el punto de impedirles vivir. El sonrojo por su constitución física es menor que el que les producen los propios trastornos de su comportamiento, que se asemeja extraordinariamente a una toxicomanía. Aunque la monomanía existe en este grupo de bulimias furiosas, la especialización se presenta como cosa excepcional. El impulso, en general, lleva a consumir cualquier cosa. En todos los casos, la persona prueba a evitar estas crisis alejándose de las tentaciones: pode a su familiar que cierre con llave todas las provisiones, que dejen vacío el frigorífico y no pongan nada de dinero a su alcance. Pero, cuando se presenta el estado de crisis, esta persona utiliza cualquier medio y pone en juego una energía increíble para procurarse lo que se siente obligado a llevarse a la boca. No importa que se hayan sacado de casa todos los alimentos prohibidos y tenga que irse a la cama. Esperará que llegue la noche y se dedicará a errar por la ciudad en busca de este alimento. Pero, luego estas personas se someten a un duro tormento al privarse de una alimentación normal, al día siguiente de sus recaídas. Incluso pueden llegar a vivir un desdoblamiento de su personalidad. Sufren más al ceder ante su manía que si se sometieran a una dieta prolongada. La bulimia implica vivir vergonzosamente. Si durante las primeras clandestinidades es muy grande el sentimiento de liberación, inmediatamente da origen a una culpabilidad abrumadora. Esta persona aun no ha acabado de engullir el último bocado, cuando ya se encuentra deprimida totalmente. Las promesas que se hace se desvanecen, porque apabullado por su impotencia, sabe que es inevitable la recaída. Una psicoterapia del comportamiento alimentario Cuando la bulimia es tratada dentro del cuadro de una neurosis grave y aun de una psicosis puede pedirse al especialista en dietética que prescriba un régimen apropiado. Si la bulimia no está asociada con una enfermedad mental el experto en nutrición debe hacerse cargo del tratamiento. La situación no siempre resulta fácil de concretar. Los enfermos llegan incluso a imponerse regímenes peligrosos que comprometen su salud al ingerir, entre dos crisis, anorexígenos pura que les dé náuseas y preparados adelgazantes por miedo a la obesidad. Debilitados, angustiados, llegan algunas veces a verse asaltados por ideas de suicidio. “La solución más prudente consiste no en suprimir el alimento al enfermo sino en orientarle hacia alimentos que tengan menos calorías. El verdadero tratamiento es el de la causa”. Enfermedades rarísimas Las afecciones orgánicas, muy raras en el hombre, pero que pueden realizarse experimentalmente en los animales de laboratorio, han permitido progresar en el conocimiento de los mecanismos del acto alimentario normal y en sus trastornos. Pero todavía quedan por explicar algunas aberraciones para el médico que las observa y las trata. El hipotálamo es la sede de los centros del hambre y de la saciedad, que reciben información del cerebro. La regulación se opera en función de la diferencia de concentración de glucosa entre la sangre arterial y la venosa. Esta diferencia tiene por fin el consumo de glucosa por la célula. Cuando ha disminuido el mecanismo del hambre desparece. Algunas personas chupan bombones sin cesar. Manifiestan una inclinación excesiva por el azúcar. ¿De dónde les viene esta manía? Son victimas de malestares que se traducen por impresiones de debilidad repentina, con algunos pequeños sudores. La

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¿Qué es el estrés y cómo nos afecta?

El Dr. Hans Selye (al que consideramos el padre en el estudio del estrés), allá por el año 1935, lo definió como: La respuesta adaptativa del organismo ante los diversos estresores. Lo denominó Síndrome general de adaptación. Selye describió tres etapas de adaptación al estrés: Alarma de reacción: cuando el cuerpo detecta el estresor Fase de adaptación: el cuerpo reacciona ante el estresor Fase de agotamiento: por su duración o intensidad empiezan a agotarse las defensas del cuerpo. La palabra estrés viene de la palabra griega stringere, y significa provocar tensión.  También podemos recurrir a la definición que nos llega de la física. En este campo, la palabra estrés (stress) hace referencia a la fatiga de los materiales, es decir, a la presión que ejerce un cuerpo sobre otro. Y, ¿qué entendemos por estresores? Son las circunstancias, situaciones imprevistas o contrariedades, condiciones personales, profesionales…que nos sobrevienen en la vida, y que percibimos consciente o inconscientemente como una amenaza, dificultad, etc. En definitiva, aquellas que vivimos como algo negativo. El estrés es una reacción fisiológica del organismo ante una situación que se percibe como amenazante o con una excesiva demanda. Y, por tanto, podremos decir que depende, por un lado de las demandas del medio (tanto externo como interno) y por otro de la persona. En principio es un mecanismo de protección por el que el organismo trata de responder de forma adecuada a dicha situación. Ante ciertas situaciones que percibimos como amenazantes o desafiantes es una respuesta natural y automática de nuestro cuerpo. El que sea automática no significa que no se pueda modificar. El organismo reacción produciendo cambios neuro-endocrinos a nivel del hipotálamo y de las glándulas hipófisis y suprarrenales, con una gran activación del sistema nervioso autónomo simpático. Por otro lado, nuestro sistema nervioso no distingue entre un estresor físico y real, de otro meramente mental. Es normal sentirnos estresados ante un accidente de coche que estamos a punto de sufrir o si existe un peligro real de ser atropellados, o ante la amenaza de ser atacados por un perro furioso. De igual manera reaccionamos pensando en un futuro examen, en cuando tengamos que hablar en público o cualquier reacción de tipo fóbico. En general, se trata de la adaptación del organismo a la dinámica de la vida cotidiana (los estresores). Y al igual que cada uno de nosotros somos únicos y diferentes (aunque seamos tan parecidos), también la manera en que se manifiesta el estrés es diferente para cada persona, aunque compartamos muchos de sus síntomas. Como el estrés afecta a todas las personas, es importante tener en cuenta que los niños también lo sufren.  En ellos hay multitud de agentes estresores que cada uno vive a su propia manera (la familia con todos sus problemas de discusiones, gritos, exigencias, divorcios con todo lo que conlleva, la escuela con sus deberes y exámenes, aceptación o no por los compañeros…) y, lógicamente también somatizan como los adultos. No caigamos en la trampa de pensar que como son pequeños no padecen de estrés ni de sus consecuencias. “No es el estrés lo que nos mata, es nuestra reacción al mismo” Hans Selye (información extraída de Trata el estrés con PNL de José Pérez Martínez, 2017)

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¿Has oído lo que significa el Síndrome de deseo sexual hipoactivo?

El deseo sexual hipoactivo se caracteriza por las quejas sobre falta de interés en el sexo, ausencia de fantasía sexual y baja frecuencia de actividad sexual. Las mujeres que padecen este trastorno no suelen tomar la iniciativa para iniciar contactos sexuales y cuando tienen relaciones sexuales las inician con desgana y a regañadientes. En algunos casos, si superan los primeros momentos de apatía, responden satisfactoriamente a la estimulación pudiendo tener experiencias sexuales satisfactorias. Los casos más severos muestran unos niveles de inapetencia que les impide disfrutar del contacto sexual por lo que, si éste continúa, viven pasivamente la relación hasta que su pareja la finaliza. Las mujeres con un problema de deseo sexual inhibido de carácter primario suelen comentar que podrían vivir el resto de sus vidas sin “sexo” y que las relaciones sexuales constituyen una obligación hacia su pareja, por lo que ceden a las peticiones del otro, procurando esparcirlas lo máximo posible. Dado que no existen criterios unánimemente aceptados respecto a lo que se define como un deseo sexual normal o saludable, el problema aparece cuando la persona se siente afectada por su falta de interés o deseo sexual, o cuando los problemas de una relación se asocian con la falta de interés o deseo sexual de un miembro de la pareja. En ocasiones, esta dificultad se presenta enmascarada tras un trastorno de ausencia de excitación o de anorgasmia. A veces, tras una situación de deseo sexual inhibido en la mujer, lo que se está dando es una discrepancia de deseo sexual en la pareja. Es habitual que las parejas muestren niveles diferentes de deseo sexual, lo que se plasma en distintas preferencias en cuanto a la frecuencia de sus relaciones sexuales. La existencia de este desajuste, absolutamente normal en la mayoría de los casos, lleva a la pareja a buscar, desde la aceptación y el respeto al otro, compromisos gratificantes para ambos. Sin embargo, no siempre la pareja es capaz de manejar de forma satisfactoria estas diferencias y esto acaba afectando en la relación. La persona con un mayor nivel de demanda vive la negativa y la carencia de iniciativa como rechazo y desapego emocional lo que provoca enfados y discusiones. La persona con menor deseo vive los acercamientos sexuales de otro como una situación de demanda exigente, en donde se percibe implícitamente una falta de respeto, generándose resentimiento y malestar, ya que se siente obligada a ceder a los requerimientos para evitar el conflicto. Se crea así un clima de distanciamiento emocional en el que escasean las manifestaciones físicas de afecto, ya que son fácilmente malinterpretadas como iniciativas sexuales y donde la persona con la apetencia menor se muestra cada vez más fría, emocional y físicamente. En esta situación, es frecuente que la mujer, si tiene menor nivel de deseo, se considere disfuncional, por las constantes referencias que su cónyuge suele hacer respecto a su funcionamiento problemático a lo anormal de su frialdad y rechazo. En relación a este tema, surgen voces discrepantes respecto a la existencia de posibles sesgos que influyen a la hora de diagnosticar este tipo de problema. Algunos autores que defienden la existencia de diferencias de género en el deseo sexual, estiman que el no reconocimiento de estas diferencias implica un sesgo para la mujer, que está siendo enjuiciada y etiquetada de disfuncional al emplearse criterios que le son ajenos. Además, se identifica otro posible sesgo hacia la hipersexualidad. En la gran mayoría de los sistemas de clasificación propuestos, es revelador la no identificación de un excesivo deseo sexual, como una situación disfuncional.   (información extraída de Disfunciones sexuales femeninas, de M.ª José́ Carrasco, 2001)  

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Tranquilizantes para la ansiedad y depresión

El nombre genérico de los tranquilizantes se aplica a distintos fármacos con diferentes acciones y aplicaciones, que se comercializan casi siempre en forma de píldoras. Existe una distinción entre tranquilizantes mayores y menores; los primeros se utilizan para tratamientos psiquiátricos, mientras que los segundos, entre los que figuran barbitúricos (somníferos) y las benzodiacepinas, son de uso más extendido y en demasiados casos, indiscriminado. Todos tienen numerosos efectos secundarios perjudiciales para el organismo, causan adicción y si se suspende su consumo de un modo brusco, causan síndromes de abstinencia muy desagradables. Por todo ello deben administrarse con precaución, durante cortos periodos de tiempo, por prescripción y bajo control médico, no debiendo ser consumidos por las embarazadas, niños y aquellas personas que tengan que realizar tareas que requieran atención, como conducir un vehículo Tranquilizantes mayores Los tranquilizantes mayores se usan para los tratamientos de la psicosis y otros trastornos mentales como la esquizofrenia, las manías y el delirium tremens, éste originado por la abstinencia de bebidas alcohólicas. Entre los más usados se encuentran la reserpina, el haloperidol, la butirofenona, las tioxantinas, las fenotiacinas y sus derivados. Estos fármacos se conocen como neurolépticos, que proviene de las palabras griegas neuro (nervio), y lepto (atar). El efecto básico que producen consiste en la indiferencia emocional, aunque sin alteración de las percepciones ni de las funciones intelectuales. Entre sus efectos secundarios están las disfunciones sexuales, como la frigidez, las inhibiciones en la eyaculación y la disminución del deseo. Al anular las emociones también inhiben la iniciativa de las personas que los consumen, así como su capacidad afectiva. Cuando se administran estos fármacos suelen producirse un incremento de apetito, con el considerable aumento de peso. También pueden producir, cuando se consumen dosis altas, estreñimiento, retención urinaria, irregularidad menstrual, alergias de la piel, trastornos hepáticos y otros problemas más graves, como Parkinson, arritmia cardiaca, bruscos ataques de parálisis muscular, tics involuntarios, que afectan a los músculos de la cara y excitación. Pueden considerarse como medicamentos peligrosos ya que como tienen un alto índice de tolerancia, el organismo se acostumbra a ellos con facilidad, además aun cuando se administren en dosis muy bajas, pueden producirse los efectos antes mencionados. Los tranquilizantes mayores deben administrarse con suma precaución y solo en aquellos casos en que el paciente sufra delirios y manías persecutorias que pongan en peligro su vida o la de los demás. Tranquilizantes menores Los tranquilizantes menores tienen un efecto depresivo sobre la función cerebral. A pesar de sus múltiples efectos secundarios y de gran adicción que producen, son consumidores en grandes cantidades en todo el mundo, e incluso algunos médicos los prescriben de forma habitual. Dentro de los tranquilizantes menores pueden distinguirse dos tipos distintos: los barbitúricos y las benzodiacepinas. Barbitúricos Los barbitúricos o somníferos, se utilizan para tratar la ansiedad, como inductores del sueño y en los casos de epilepsia. Existen diferentes tipos de barbitúricos para lograr acciones distintas; por ejemplo, el pentotal que se utiliza como anestésico en las intervenciones quirúrgicas, es de acción breve. Entre sus efectos secundarios figuran los trastornos del hígado y del riñón, el dolor en las articulaciones, las erupciones cutáneas, la hipotensión, el estreñimiento y los problemas cardiacos. En dosis medias y altas pueden producir falta de coordinación motriz, confusión mental, falta de reflejos e irritabilidad. Una sobredosis puede causar la muerte del paciente y cuando dejan de administrarse, causan un síndrome de abstinencia que muchas veces requiere tratamiento hospitalario y se manifiesta con alucinaciones y convulsiones Benzodiacepinas Los compuestos derivados de las benzodiacepinas se comercializan nombres como el diacepan, el nitracepam y el clorodiacepóxido, entre otros. Administrados en dosis pequeñas deprimen parcialmente el sistema nervioso y actúan como sedantes. Utilizados en dosis altas actúan como hipnóticos o inductores del sueño y relajantes musculares. Como los anteriores, producen dependencia física y si se suspenden de manera brusca su administración se padece un síndrome de abstinencia parecido al de la heroína, es decir, un malestar general con temblores, escalofríos, secreciones nasales y retortijones que en este caso, además, se presentan con lentas convulsiones. Los efectos secundarios que causan pueden ser depresión respiratoria, excitabilidad, vértigos y disminución de la capacidad intelectual, expresada con amnesia, aturdimiento y dificultad para hablar, entre otros síntomas. Por ello están contraindicadas para aquellas personas que deban hacer uso de su coordinación mental o corporal, por ejemplo, si tienen que hacer un examen o conducir un vehículo. Fármacos anti adrenérgicos Las personas que padecen ansiedad acusan ciertos síntomas como tensión muscular, temblores, aceleración del ritmo cardiaco, sudoración y molestias digestivas. En los casos de ansiedad crónica, el médico puede prescribir medicinas anti adrenérgicas que interrumpen y bloquean estas emociones del sistema nervioso simpático y de esta manera evitar posibles trastornos físicos, como la hipertensión o las enfermedades cardiacas que pueden derivar de esta dolencia. Entre las sustancias anti adrenérgicos o betabloqueantes, se incluye el propanodol que reduce la frecuencia de las contracciones del corazón. Alternativas naturales Las personas que padecen ansiedad, estrés o insomnio tienen la posibilidad de recurrir a tratamientos naturales en lugar de consumir tranquilizantes que a la larga solo agravan el problema Realizar algunas actividades físicas, ejercicios de relajación y de respiración, como deportes, yoga y paseos al aire libre ayuda a aliviar las tensiones Algunas hierbas naturales, como la manzanilla o la tila, preparadas en infusión, pueden ser un buen recurso para facilitar el sueño. (Extraída información de Guía médica familiar, 1994)

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¿Cuál es el objetivo de la terapia cognitivo conductual?

Si los pensamientos catastróficos son el primer ingrediente en la cadena de hechos psicológicos que conforman la fobia social, puesto que provocan las emociones negativas y obligan a la persona a dar a conductas de seguridad, parece lógico pensar que, si aprendiéramos a cambiar estos pensamientos, empezaríamos a tener control sobre la ansiedad. Controlando la ansiedad, no tendríamos necesidad de protegernos dando conductas de evitación y escape. Y esto nos pondría en las condiciones experimentales óptimas para constatar que nuestros temores son infundados. La terapia cognitiva es un potente método terapéutico para controlar los pensamientos negativos automáticos, reduciendo sensiblemente el nivel de malestar y permitiéndonos eliminar las conductas de seguridad, lo que a su vez dinamita los pilares en los que se sustenta la fobia social. Es un conjunto de procedimientos, dentro de la terapia de conducta, que surge en la década de los sesenta en Estados Unidos, gracias al trabajo del carismático psicólogo neoyorkino Albert Ellis. Más tarde, en los setenta otros clínicos norteamericano Aaron T. Beck, demuestra científicamente la eficacia de la terapia cognitiva en la depresión. Desde entonces la terapia cognitiva se ha aplicado con éxito a campos como los trastornos de ansiedad, los problemas de ingesta o las adicciones, y actualmente es una de las áreas más fértiles de investigación dentro de la terapia de conducta La terapia cognitiva paso a paso Para la adecuada aplicación de la terapia cognitiva es necesario seguir sistemáticamente una serie de pasos. Estos pasos deben ser conceptualizador por el lector como consecutivos y progresivos. De tal manera que cada uno de ellos se asiente sobre el anterior. Los pasos son: aprender a identificar los pensamientos negativos automáticos, aprender a cuestionar y discutir los pensamientos negativos automáticos y buscar alternativas de pensamiento más realistas. Aprender a identificar los pensamientos negativos automáticos  El primer paso para aplicar con éxito la terapia cognitiva es identificar los pensamientos negativos automáticos. No es posible luchar contra algo si no definimos exactamente en qué consiste. Identificar los pensamientos negativos es un procedimiento complicado por las siguientes razones: Son automáticos. Surgen rápida e involuntariamente. Esta automatización ha hecho que, a lo largo de los años, se convierta en verdaderos hábitos de pensamiento. La persona está tan habituada a la aparición de estos pensamientos que, a menudo está en mucho mejores condiciones de identificar los efectos que provocan (la ansiedad) que los propios pensamientos. No es posible sentir ansiedad sin un juicio o interpretación que la provoque. En ocasiones se expresa de manera confusa. Es corriente que los pensamientos negativos automáticos aparezcan en forma de frases incompletas o de palabras sueltas o inconexas como ¡qué horror!, “vergüenza”, “ridículo”. Aparezcan mezclados con otro tipo de pensamiento. Los más frecuentes son: Pensamiento sobre la situación social. Son pensamientos descriptivos sobre la situación social en la que la persona está o va a estar. Por ejemplo, hay mucha gente, hay gente que no conozco, estará mi jefe, etc. no son juicios de valor, ni interpretaciones, son meras percepciones de la realidad. Directamente no provocan emociones negativas, pero suelen facilitar la aparición de pensamientos negativos automáticos. Por ejemplo, hay mucha gente podría ser seguido de no sabré qué decir, haré el ridículo. Percepción de emociones, sensaciones o conducta propias. Es ser consciente de lo que la persona está sintiendo emocional y físicamente en esos momentos: me estoy poniendo nervioso, me sudan las manos. Aunque no ayudan a controlar la ansiedad, estrictamente tampoco la producen. Pero desafortunadamente, como las percepciones de la situación social, suelen ir acompañados de los pensamientos catastróficos que producen ansiedad. Por ejemplo, el pensamiento de la percepción física me suda las manos podría ir seguido por el pensamiento negativo se darán cuenta y pensarán que soy débil. Pensamientos positivos. Son intentos vanos de auto tranquilización: no me preguntaran a mí, tranquilo, no te pongas nervioso, no pasa nada. Desafortunadamente no suelen ser eficaces e incluso pueden dificultar la localización de los pensamientos negativos. Pensamientos sobre planes de acción. Serian pensamientos en forma de instrucciones que la persona se da a sí misma sobre lo que va a hacer. Aunque a veces puedan ser mensajes positivos, corrientemente son el principio de una conducta de seguridad: no puedo hacerlo, voy a poner una excusa, me tengo que marchar de aquí, etc. Pensamientos distractores. Son pensamientos voluntarios que la persona introduce para sentirse mejor, para intentar aliviar la ansiedad. Estrictamente son conductas de seguridad, en concreto de escape. La variabilidad es amplia: desde recordar escenas agradables, pasando por centrarse en aspectos de la situación, como por ejemplo los muebles de la habitación o hasta métodos más sofisticados como hacer cálculos mentales. Estas estrategias dificultan la identificación de los pensamientos negativos automáticos y lo que es aun peor, son en parte responsables del mantenimiento de problema. Pueden tener forma de imagen. Aunque la mayor parte de los pensamientos se expresa en forma de lenguaje y puede ser conceptualizados como lo que uno se dice a sí mismo, no es extraño que aparezcan pensamientos en forma de imagen, a modo de escenas. Cuando aparecen imágenes en fobia social, suelen ser amenazantes, la persona se ve a sí misma siendo víctima del desprecio de los demás, actuando ineficazmente, siendo ridiculizado o sufriendo situaciones físicas tan dramáticas como verse inundado por su propio sudor Evitación de pensamientos. Como estos pensamientos suelen ser dolorosos, avergonzantes, humillantes, aterrorizantes o por lo menos desagradables, la persona que los sufre trata de no pensar en ellos. Cuando aparecen, aparecen. Son involuntarios y no los puede controlar, pero puede tratar de no pensar en ellos e incluso de manera casi inconsciente, negarse a rememorarlos posteriormente. Es lógico, duelen. Sin embargo, el primer paso para tener control sobre ellos es ser perfectamente consciente de cuáles y cómo son. Conductas de evitación. Otra dificultad importante para identificar los pensamientos es la evitación de las situaciones difíciles. Aunque cada persona es diferente y el grado de evitación varía, los fóbicos sociales tienden a no afrontar las situaciones en que lo pasan mal. Cortan

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¿Cómo dormir cuando tienes insomnio?

La actividad diaria produce un cansancio físico y mental y para recuperar las energías consumidas, es necesario dormir cierto número de horas cada día. Cada persona necesita diferente cantidad de horas de sueño. La mayoría de los adultos duermen algo menos de ocho horas, en tanto que los ancianos necesitan menos horas. Los niños, hasta cumplir el primer año de vida, duermen unas 16 horas de cada 24; a partir de los 18 meses las pautas de sueño del niño varían, y hacia los tres años dejan de dormir después de las comidas y se despiertan más temprano Los sueños Se desconoce con exactitud que origina los sueños, aunque según algunos estudios, si no se deja de soñar a una persona durante varias noches, se muestra irritable, inquieta y no puede concentrarse ni realizar tareas cotidianas; después, cuando se la deja dormir con tranquilidad, sueña más, como si necesitara recuperar los sueños perdidos. La acción de soñar demuestra que la actividad mental continúa mientras se duerme, aunque luego no se tenga la conciencia de haber soñado o no se recuerde lo soñado. Cada periodo de sueño tiene distintas fases, así durante la fase de movimiento rápido de los ojos, REM, llamada también paradójica, las ondas eléctricas cerebrales son más rápidas que en los periodos de sueño denominado ortodoxo. La frecuencia cardiaca, la respiración y la presión arterial experimentan fluctuaciones rápidas durante el sueño paradójico; la mayoría de los  músculos están relajados por completo, los reflejos están ausentes, los varones pueden experimentar erecciones y la sangre fluye con más rapidez en el cerebro y de manera más lenta en los músculos. Durante la fase ortodoxa del sueño las ondas cerebrales son amplias y lentas y aumenta el flujo sanguíneo hacia los músculos, facilitando la recuperación física. Ritmo del sueño El organismo humano regula la alternancia entre el sueño y la vigilia mediante una especie de reloj biológico, que indica la necesidad de un periodo de sueño diario. Resulta difícil modificar el ritmo biológico del sueño, lo que puede comprobarse cuando una persona viaja a zonas del mundo en las que existe una diferencia horaria con respecto a la suya inicial. Cuando una persona duerme, su cerebro puede ser estimulado por sensaciones físicas, como los cambios de temperatura o las sensaciones originadas por los sueños. Los sonidos y la luz son otros factores que influyen en el sueño. Los sonidos monótonos o los rítmicos y continuos como el producido por las ruedas del tren o por la lluvia, o una temperatura templada, inducen a la relajación y al sueño; por el contrario, una iluminación repentina, como el destello de un relámpago, puede interrumpir el descanso de una persona dormida. Con respecto al descanso, debe tenerse en cuenta el consumo de ciertos medicamentos o drogas, ya que algunas sustancias químicas y fármacos, como las anfetaminas, dificultan el sueño, mientras que los somníferos o el alcohol, entre otros, producen somnolencia. Insomnio Los adultos padecen insomnio con frecuencia, que puede manifestarse de diferentes maneras, ya sea como dificultad para conciliar el sueño o en las repetidas interrupciones de éste. El insomnio está causado, en muchos casos, por las preocupaciones, la tensión y la depresión, aunque también pueden causarlo el dolor, un medio ambiente incómodo o desconocido, la necesidad de orinar con frecuencia y numerosas enfermedades y trastornos, como la disnea, el asma o una indigestión. Las consecuencias se padecen durante el día siguiente, ya que la falta de sueño, conlleva la somnolencia, la falta de concentración y la irritabilidad. Existen muchas formas de combatir el insomnio, que consisten en esencia en facilitar la relajación antes de acostarse o en lograr un cansancio físico y las condiciones ambientales adecuadas para conseguir un sueño reparador. Cualquier dificultad para dormir que persista durante más de dos semanas debe ser comunicada y consultada con el médico para procurar identificar y tratar las posibles causas subyacentes. Los somníferos y los tranquilizantes deben ser considerados como un último recurso para resolver el problema, ya que producen adicción, y si no se toman a dosis adecuadas, pueden ejercer un efecto residual que ocasione somnolencia durante la vigilia. Sin embargo, existen situaciones de estrés y de tensión que requieren el uso de estos fármacos. Pero es importante administrarlos durante un corto periodo de tiempo, bajo prescripción médica y sin exceder las dosis adecuadas. Cómo evitar el insomnio Reducir el consumo de té, café y alcohol Evitar cenar tarde y en exceso Beber un vaso de leche caliente antes de acostarse Pasear al aire libre por la noche o al anochecer, el ambiente exterior ayudará al sosiego Realizar ejercicios físicos durante el día, porque el sedentarismo es el peor hábito para inducir al sueño Tomar un baño tonificante poco antes de acostarse No pensar en el trabajo ni en los problemas al ir a dormir Mantener relaciones sexuales satisfactorias Asegurarse de que el dormitorio tenga una temperatura agradable, entre 18 y 20º C Cuando una persona se encuentra inquieta y no puede dormir por la noche, le conviene levantarse y leer, mirar la televisión o realizar cualquier actividad antes de quedarse en la cama El sueño de los niños En general, los niños duermen cuando tienen sueño y durante el tiempo que necesitan. Cuando son pequeños no pueden inhibir el sueño ni despertarse de forma deliberada, ya que para ellos no existe el concepto del día ni de la noche. Cuando un bebé se despierta por la noche es recomendable no acudir de inmediato a su lado ni tomarlo en brazos, ya que en la mayoría de los casos el niño vuelve a dormirse enseguida; sin embargo si el llanto continúa puede ocurrir que el niño esté incómodo o se encuentre mal. El hábito de que el niño duerma en la cama de los padres es muy difícil de abandonar, por lo que es aconsejable evitarlo. Hacia el segundo años de vida es común que los niños sufran pesadillas y se despierten de forma brusca, gritando o llorando. En esos casos es importante

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¿Qué es el rechazo o aversión al sexo?

Las mujeres que sufren este tipo de problema experimentan sentimientos intensos de desagrado, repulsión, asco o temor ante situaciones de tipo sexual. Dependiendo de la gravedad del trastorno estos sentimientos pueden surgir ante estímulos o actividades concretas como el semen, el sexo oral o los besos en la boca o pueden llegar a desencadenarse ante cualquier situación mínimamente relacionada con el sexo, e incluso ante el hecho de pensar en tener una relación sexual. En los casos más graves pueden aparecer reacciones de fuerte ansiedad, náuseas, palpitaciones o mareos ante una situación sexual. Las personas que sufren este trastorno tratan de evitar el contacto sexual con la pareja, lo que dificulta su relación. El padecimiento de esta disfunción de forma primaria puede impedir el establecimiento de relaciones de carácter íntimo, por el intenso temor ante aquellas situaciones que impliquen proximidad física. Experiencias de abuso sexual en la infancia pueden estar en la base de esta vivencia disfuncional, mientras que las víctimas de violaciones u otro tipo de agresiones sexuales pueden llegar a desarrollar aversión a actos sexuales específicos que tuvieron lugar durante la experiencia traumática. (Extraído de Disfunciones sexuales femeninas de M.ª José́ Carrasco, 2001)

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¿Cuáles son las parasomnias?

Pesadillas Las pesadillas son sueños de contenido terrorífico que ocurren generalmente durante el sueño MOR. Estas ensoñaciones que causan miedo en el sujeto van acompañadas de un incremento de la actividad del sistema nervioso autónomo, aunque menor si éste se compara con el incremento observado en aquellas personas que sufren terrores nocturnos. En el caso de las pesadillas, el despertar que se genera es completo. Además, una vez despierta la persona es capaz de contar con detalle el contenido específico del sueño En relación a la frecuencia y la prevalencia del trastorno, la mayoría de los estudios indican que las pesadillas se producen a cualquier edad, aunque son más comunes en la infancia, especialmente entre los tres y los seis años. En el caso de los niños, la frecuencia por sexo es igual, mientras que en los adultos es más frecuente que en mujeres. Los criterios diagnósticos según el DSM-IV para las pesadillas se recoge de esta manera: Despertares repetidos durante el sueño nocturno o la siesta con un recuerdo detallado de los sueños amenazantes, que suelen estar asociados a peligros de supervivencia, seguridad o autoestima. Estos despertares generalmente ocurren durante la segunda mitad de la noche El sujeto se despierta orientado y en estado de alerta Esta alteración provoca un conflicto clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto La alteración no está asociada a otro trastorno mental (delirios, estrés postraumático, etc.), ni es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico Sintomatología. Uno de los síntomas más característicos del trastorno es la ansiedad, la cual a su vez va acompañada de una reacción motora brusca que puede provocar el despertar en el niño. Una vez despierto, el niño presenta un contacto normal con la realidad y tiene la sensación de haber soñado con una amenaza inmediata; la ansiedad tiende a desaparecer rápidamente. Entre los posibles factores causales, se ha observado que, en situaciones de estrés, así como episodios traumáticos aumentan la frecuencia y la severidad de las pesadillas. Terrores nocturnos Los terrores nocturnos son ensoñaciones terroríficas que suelen producirse en el primer tercio de la noche, en las fases III o IV del sueño. El trastorno se caracteriza por episodios de ansiedad y temor inmenso en los que el niño se despierta de forma brusca habitualmente gritando y llorando. Además, la ansiedad se acompaña de taquicardia, sudoración, dilatación de las pupilas, enrojecimiento de la piel y aumento del tono muscular. Los criterios diagnósticos del DSM-IV para los terrores nocturnos son los siguientes: Despertares bruscos recurrentes durante el sueño, frecuentemente durante el primer tercio de la noche e iniciados con un grito de pánico Miedo intenso y signos de activación autonómica (taquicardia, hiperventilación, etc.) Falta de respuesta a los intentos de los demás para que el sujeto se calme Los episodios provocan un conflicto clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico. Durante un episodio de terror nocturno, el paciente usualmente se sienta en la cama sin responder a estímulos externos. Cuando el sujeto se despierta, generalmente no suele recordar lo ocurrido; en caso de que recuerde algo de su contenido, éste no suele ser muy elaborado (Estivill, 1994). Después de 20 minutos aproximadamente el niño vuelve a dormirse de nuevo. Generalmente, a la mañana siguiente el niño no recuerda el episodio. Los terrores nocturnos son más frecuentes en niños que en adultos. Suele aparecer entre los 4 y los 12 años y desaparecer espontáneamente en la adolescencia. Por lo que respecta a la distribución por sexos, algunos estudios apuntan que el trastorno es más frecuente en mujeres que en hombres. Algunos estudios han planteado que el trastorno podría tener una base hereditaria ya que se ha observado que la mayoría de los sujetos con terrores nocturnos tiene familiares que también sufren de sonambulismo o de terrores nocturnos. Además, el estrés y la fatiga son dos factores que parecen incrementar la aparición de los terrores nocturnos en aquellos niños hereditariamente predispuestos Por otro lado, también se ha observado que la frecuencia de los terrores nocturnos aumenta con el alcohol, la administración de determinados fármacos depresores del sistema nervioso, así como episodios de privación de sueño y de fiebre Sonambulismo El sonambulismo es un trastorno que ocurre generalmente en el primer tercio de la noche, durante las fases III y IV del sueño de ondas lentas. Los criterios diagnósticos del DSM-IV para el sonambulismo son: Episodios repetidos de levantarse de la cama durante el sueño para deambular, normalmente durante el primer tercio del periodo de sueño principal Durante el episodio el sujeto está pálido y con la mirada fija, no responde a los intentos de los demás para interrumpir la deambulación o comunicarse con él y solo puede ser despertado con notable dificultad. A la mañana siguiente, la persona no recuerda nada sobre el episodio Minutos después de despertar del sonambulismo no hay deterioro de la actividad mental o de la conducta (aunque puede haber un corto periodo de confusión o desorientación) Los episodios provocan un conflicto clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo de una sustancia o de un trastorno médico El trastorno es más común en niños que en adultos, no encontrándose diferencias con respecto al sexo. Se estima, que aproximadamente un 15% de los niños tiene un episodio de sonambulismo alguna vez, y el 3% suele presentar episodios frecuentes (Navarro y Espert, 1994). Por lo que respecta a la frecuencia, algunos estudios indican que en torno a un 25% de los niños muestra un episodio de sonambulismo por año, y que un 10% lo sufre al menos una vez a la semana (Buela-Casal y Sierra, 1996b) Sintomatología. Los episodios de sonambulismo suelen durar unos diez minutos durante los cuales el sujeto

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Efectos del trastornos del ritmo circadiano

Dentro de los trastornos del ritmo circadiano se incluyen aquellos trastornos que están causados por una alteración o modificación del ritmo sueño-vigilia. Los criterios diagnósticos del DSM-IV para los trastornos del ritmo circadiano son: Persistente alteración en el patrón de sueño manifestada por somnolencia excesiva o insomnio, como consecuencia de un desajuste entre el horario de sueño y el ritmo circadiano Esa alteración provoca un conflicto clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto Esta alteración no está asociada ni a un trastorno de sueño ni a un trastorno mental El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico JET LAG El síndrome del Jet Lag es un trastorno que aparece normalmente al viajar en avión atravesando diversas zonas horarias. El principal problema asociado a este trastorno es que el sujeto no consigue dormir cuando quiere debido a que el sueño se produce en momentos inapropiados y también se producen momentos de vigilia en periodos no adecuados (Miró y Buela-Casal, 1994). Por ello, los sujetos con este trastorno del sueño presentan quejas de cansancio, somnolencia a horas inapropiadas, alteraciones gastrointestinales, cefaleas, malestar general, dificultades para conciliar el sueño, despertares durante la noche y a primera hora de la mañana, alteraciones del apetito, etc. La severidad y duración de los síntomas del trastorno va a depender de los siguientes factores: Número de horas horarias cruzadas Dirección de vuelo (este u oeste) El horario de salida y de llegada La ritmicidad biológica circadiana Diferencias individuales para adaptarse a los cambios de horario La duración de estos síntomas puede oscilar entre 4 y 5 días. El trastorno afecta a sujetos de cualquier edad, aunque a partir de los 50 años los síntomas son más acusados. En el caso de los vuelos orientales (donde los días se acortan) los síntomas son mas marcados, ya que el ciclo circadiano se ve reducido a menos de 24 horas. Por el contrario, en vuelos occidentales la severidad de los síntomas es menor ya que el día se alarga y el ciclo circadiano de 24 horas se ve aumentado. SUEÑO RETRASADO Y SUEÑO ADELANTADO La característica principal del sueño retrasado es que la fase de sueño del ritmo circadiana aparece atrasada en relación con el horario normal de acostarse; así, el sujeto cuando se acuesta no se duerme, y al levantarse se encuentra con sueño. Este trastorno es bastante frecuente entre los adolescentes, los cuales durante los fines de semana o las vacaciones se acuestan a altas horas de la madrugada. Cuando regresan a la escuela se van a la cama temprano, pero no consiguen dormir, de forma que al día siguiente tienen problemas para despertarse. Cuando llega el fin de semana vuelven a repetir el mismo horario. En cuanto al sueño adelantado ocurre lo contrario, estos pacientes se levantan pronto por la mañana y se acuestan pronto, puesto que a última hora de la tarde ya se sienten somnolientos.  INSOMNIO POR PAUTA IRREGULAR DEL CICLO SUEÑO-VIGILIA Dentro de esta categoría se incluirían aquellos sujetos que no tienen un horario regular mínimo en cuanto a la hora de acostarse; entre los que cabe destacar los trabajadores por turnos, estudiantes universitarios, etc. que de forma periódica se ven obligados a alterar el ciclo normal de sueño-vigilia. Como consecuencia, se observa una pérdida del rendimiento y del nivel de atención durante el trabajo. Además, se observan algunas alteraciones del sueño, principalmente en la fase MOR y en la fase II del sueño (Buela-Casal 1990b). TRASTORNO DEL SUEÑO RELACIONADO CON UN CICLO DIFERENTE A 24 HORAS Este tipo de personas presentan un ritmo de sueño-vigilia que no sigue las 24 horas habituales, produciéndose una disincronía con el horario habitual del ambiente del sujeto. Cuando el ritmo se acerca a 180 grados de desplazamiento con el ambiente, el sujeto se encontrará muy somnoliento durante el día y muy activado por la noche. Posteriormente de forma gradual, el ritmo se irá sincronizando con el horario estándar, hasta alcanzar la sincronía total y a partir de entonces comienza nuevamente la desincronización (Buela-Casal 1990b). (extraído de Trastornos del sueño / Gualberto Buela-Casal, Ana Isabel Sánchez, 2002)  

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¿Cuántas clases de estrés existen?

Se pueden distinguir varias clases de estrés: Según sea beneficioso o nocivo El estrés beneficioso o eutrés, indispensable para el desarrollo y funcionamiento del organismo, que nos ayuda a funcionar y rendir mejor. Nos permite actuar de forma adecuada ante los problemas de la vida y nos proporciona mayor creatividad y mecanismos de defensa. Gracias a él ha ido evolucionando la humanidad, ha sido capaz de afrontar problemas y situaciones críticas, nos impulsa a seguir avanzando y aprendiendo, a tener ilusión y motivarnos, a tener objetivos y conseguirlos Estrés nocivo o distrés, dañino que nos afecta de forma negativa. En gran medida se encuentra detrás de casi todas nuestras enfermedades. Es tan cotidiano que ya consideremos normal vivir con él. Para algunos hasta es síntoma de éxito. Según su duración: Estrés agudo, indispensable para nuestra supervivencia. Se produce ante una amenaza inmediata. Los cambios físicos, mentales, emocionales que produce tiene una corta duración. Es como reforzar nuestras defensas a corto plazo frente a eso que percibimos como una amenaza. Se manifiesta como una reacción de luchar o huir, según la evaluación que hagamos de la situación. En ella podemos distinguir dos fases: Una primera fase de activación, en la que toma protagonismo el sistema nervioso autónomo simpático Una segunda fase de recuperación, en el que el protagonista es el S.N. parasimpático Ante una situación de estrés agudo reaccionamos activando el S.N. simpático, produciendo una descarga de cortisol, catecolaminas y encefalina, elevando la cantidad de glucosa en sangre, produciendo una vasoconstricción periférica, taquicardia, taquipnea, midriasis, sequedad en la boca, etc. Cuando se activa el parasimpático, disminuye la frecuencia cardiaca y respiratoria, se estimula la secreción salival, se contrae la pupila ocular, se relaja el esfínter de la vejiga y el anal. Estrés crónico, se produce en caso de una amenaza prolongada en el tiempo o percibida como tal. Es una reacción duradera y en la que se producen cambios psicofísicos prolongados. Hay una verdadera somatización. Si el estrés por su intensidad o duración supera la capacidad de resistencia del organismo, nos vamos a encontrar con trastornos o enfermedades tanto físicas como mentales y emocionales, en el comportamiento con su repercusión a nivel familiar, personal, profesional, etc. El que vivamos uno u otro tiene más que ver con nosotros mismos que con las circunstancias. En gran medida son comportamientos o conductas aprendidos acompañados de un sinfín de creencias que alimentan y fortalecen dichos comportamientos. El ser humano vive más tiempo del que imagina en una especie de trance hipnótico, dando respuestas automáticas como si de un robot se tratara. Los conductistas llaman a esto el proceso de estímulo-respuesta. La respuesta ante el estrés es totalmente individual. Es diferente en cada persona e incluso en cada persona varía según la situación. Su impacto depende en gran medida del control que la persona percibe sobre dicha situación. Que a su vez depende de la actitud, confianza, autoestima, etc. No se trata meramente de la reacción ante un estímulo, tipo causa efecto. Entre la causa y el efecto hay una percepción del hecho, influenciado por el significado que le damos al estresor y la respuesta que nace en nosotros ante el mismo. Como consecuencia de todo lo anterior surge el efecto. Cada vez más se habla de resiliencia y antifragilidad. El termino resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Es el uso de nuestras capacidades para afrontar de forma positiva los periodos o situaciones difíciles o que suponen un contratiempo. El término antifragilidad del profesor Nassim Nicholas Taleb, conlleva no solo resiliencia sino además salir fortalecido de dichas situaciones. “El arte de vivir reside menos en eliminar nuestros problemas que en crecer con ellos” Bernard M. Baruch (información extraída de Trata el estrés con PNL de José Pérez Martínez, 2017

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