¿Cómo influye el trastorno de pánico?

El trastorno de pánico se refiere a ataques de pánico inesperados y recurrentes (Criterio A). Un ataque de pánico es una oleada repentina de miedo intenso o malestar intenso que alcanza su máximo en cuestión de minutos y durante ese tiempo, se produce cuatro o más síntomas físicos y cognitivos de una lista de 13 síntomas. El término recurrente significa literalmente mas de una crisis de pánico inesperada. El término inesperado se refiere a un ataque de pánico para el que no hay señal obvia, o desencadenante en el momento de la aparición, es decir, el ataque parece ocurrir a partir de la nada, como cuando el individuo se relaja o aparece durante el sueño (ataque de pánico nocturno). En contraste, los ataques de pánico esperados son aquellos para los cuales existe una señal obvia o un desencadenante, como una situación en la que normalmente aparecen los ataques de pánico. La determinación de si los ataques de pánico son esperados o inesperados debe hacerla el clínico, que realiza este juicio basándose en la combinación de un interrogatorio cuidadoso en cuanto a la secuencia de los eventos anteriores o previos al ataque y la propia opinión del individuo sobre si el ataque ha aparecido con una razón aparente o sin ella. Pueden influir en la clasificación de los ataques de pánico, según sean inesperados o esperados las interpretaciones culturales. En Estados Unidos y en Europa, aproximadamente la mitad de los individuos con trastorno de pánico presenta ataques de pánico esperados y también inesperados. Por lo tanto, la presencia de ataques de pánico esperados no descarta el diagnóstico de trastorno de pánico. La frecuencia y la gravedad de los ataques de pánico varía. En cuanto a la frecuencia, algunos individuos presentan las crisis con una periodicidad moderada, pero regular desde unos meses antes hasta el momento actual. Otros describen breves salvas de crisis más frecuentes (ej., cada día) separadas por semanas o meses sin padecer un solo ataque, o bien los presentan con una frecuencia considerablemente menor (ej., dos cada mes) durante un periodo de varios años. Las personas que tienen ataques de pánico infrecuentes se parecen a que tienen ataques más frecuentes en lo que se refiere a síntomas, características demográficas, comorbilidad con otros trastornos, antecedentes familiares y datos biológicos. En cuanto a la gravedad, las personas con trastorno de pánico pueden tener ataques completos (cuatro o más síntomas) o limitados (menos de cuatro síntomas) y el número y el tipo de los síntomas con frecuencia difieren entre un ataque de pánico y el siguiente. Sin embargo, va a ser necesaria más de una crisis inesperada con síntomas completos para el diagnóstico del trastorno de pánico. Los individuos con ataque de pánico se preocupan de manera característica por las implicaciones o consecuencias que éstos pueden tener sobre sus vidas. Algunos temen que las crisis de pánico sean el anuncio de una enfermedad no diagnosticada que pueda poner en peligro la vida (ej., la enfermedad coronaria, un trastorno comicial), a pesar de los controles médicos repetidos que descartan esa posibilidad. Son frecuentes las preocupaciones sociales, como la vergüenza o el miedo a ser juzgados negativamente por los demás, debido a los síntomas evidentes del ataque de pánico, y la creencia de que las crisis de pánico indican que uno se está “volviendo loco” que se está perdiendo el control o que suponen cierta debilidad emocional (Criterio B). Algunos individuos con crisis de angustia recidivantes experimentan un cambio de comportamiento significativo (ej., abandonan su puesto de trabajo), peo niegan tener miedo a nuevas crisis de angustia o estar preocupados por sus posibles consecuencias. La preocupación por la posible aparición de nuevas crisis de angustia o sus posibles consecuencias suele asociarse al desarrollo de comportamientos de evitación que pueden reunir los criterios de agorafobia en cuyo caso debe efectuarse el diagnóstico de trastorno de angustia con agorafobia. Puede haber cambios de comportamiento desadaptativos para intentar minimizar o evitar nuevos ataques de pánico y sus consecuencias. Algunos ejemplos incluyen evitar el esfuerzo físico, reorganizar la vida diría para garantizar la disponibilidad de ayudar en caso de que los síntomas se repitan, lo que restringe las actividades habituales y evitar situaciones agorafóbicas como salir de casa, usar el transporte público, ir de compras. Un tipo de ataque de pánico inesperado es el ataque de pánico nocturno. En Estados Unidos se ha estimado que este tipo de ataque de pánico se produce al menos una vez en aproximadamente la tercera parte de las personas con trastorno de pánico. Además de preocuparse por los ataques de pánico y sus consecuencias, muchas personas con trastorno de pánico refieren sensaciones constantes o intermitentes de ansiedad, que están más relacionadas en líneas generales con problemas de salud o de salud mental. Además, puede haber preocupaciones generalizadas sobre si será posible completar las tareas diarias: soportar el estrés diario, uso excesivo de drogas para controlar los ataques de pánico o comportamientos extremos dirigidos a controlar dichos ataques. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Sabes si sufres de agorafobia?

La característica esencial de la agorafobia es un marcado o intenso miedo o ansiedad provocados por la exposición real o anticipatoria a una amplia gama de situaciones (Criterio A). El diagnóstico requiere ser corroborado por los síntomas que se producen en al menos dos de las cinco situaciones siguientes: 1) el uso de medios de transporte público; 2) encontrarse en espacios abiertos, tales como estacionamientos, plazas); 3) estar en espacios cerrados, tales como tiendas, teatros, cines; 4) estar de pie haciendo cola o encontrarse en una multitud; 5) estar fuera de casa solo. Los ejemplos para cada situación no son exclusivos; se pueden temer otras situaciones. Al experimentar el miedo y la ansiedad desencadenados por tales situaciones, los individuos suelen experimentar pensamientos de que algo terrible podrá suceder (Criterio B). Los individuos con frecuencia creen que podría ser difícil escapar de este tipo de situaciones (p.ej., “no se puede salir de aquí”) o que sería difícil disponer de ayuda en el momento en que se presentaran síntomas similares a la angustia u otros síntomas incapacitantes o embarazosos (p.ej., “no hay nadie que me ayude”). “Los síntomas similares al pánico” se refieren a cualquiera de los trece síntomas incluidos en los criterios del ataque de pánico, tales como mareas, desmayos o miedo a morir. Otros síntomas incapacitantes o embarazosos podrían ser los vómitos y los síntomas inflamatorios del intestino, así como, en las personas mayores, el miedo a caerse, o en los niños una sensación de desorientación y de encontrarse perdidos. La cantidad de miedo experimentado puede variar con la proximidad a la situación temida puede ocurrir en anticipación o en presencia de la situación agorafóbica. Además, el miedo o ansiedad pueden tomar la forma de un ataque de pánico de síntomas limitados o completos (esto es un ataque de pánico esperado). El miedo o la ansiedad se evocan casi cada vez que el individuo entra en contacto con la situación temida (Criterio C). Por lo tanto, una persona que desarrolla ansiedad y solo de vez en cuando se produce una situación agorafóbica (ej., desarrolla ansiedad cuando hace cola en solo una de cada cinco ocasiones) no sería diagnosticada de agorafobia. El individuo evita activamente la situación o, si no puede o decide no evitarla, la situación provoca un miedo o una ansiedad intensa (Criterio D). La evitación activa significa que el individuo se comporta de una manera intencionada para prevenir o minimizar el contacto con las situaciones de agorafobia. La naturaleza de la evitación puede ser comportamental (ej., cambiar las rutinas diarias, la elección de un trabajo cercano para evitar el uso del transporte público, encargar las compras a domicilio para evitar entrar en las tiendas y los supermercados) o cognitiva (ej., usar la distracción para superar las situaciones de agorafobia). La evitación puede llegar a ser tan grave que la persona se quede completamente confinada en casa. A menudo, la persona se encuentra en mejores condiciones para hacer frente a la situación temida si va acompañada de alguien, como un amigo o profesional de la salud. El miedo, la ansiedad y la evitación deben ser desproporcionados para el peligro que realmente suponen las situaciones de agorafobia y para el contexto sociocultural (Criterio E). Es importante, por varias razones, diferenciar los temores agorafóbicos clínicamente significativos de los temores razonables (ej., salir de casa durante una fuerte tormenta) o de las situaciones que se consideren peligrosas (ej., caminar por un aparcamiento o usar el transporte público en un área de alta criminalidad). En primer lugar, la evasión puede ser difícil de juzgar a través de la cultura y el contexto sociocultural (ej., en ciertas partes del mundo, es socioculturalmente aceptable que las mujeres musulmanas ortodoxas, eviten salir de casa solas y esta evitación no se consideraría indicativa de agorafobia). En segundo lugar, los adultos mayores son propensos a juzgar sus miedos como desproporcionados con respecto al riesgo real. En tercer lugar, las personas con agorafobia tienden a sobrestimar el peligro de los síntomas similares al pánico u otros síntomas corporales. La agorafobia se debe diagnosticar solo si el miedo, la ansiedad o la evitación persiste (Criterio F) y si causa un malestar significativo o un deterioro en las áreas sociales u ocupacionales, o en otras áreas importantes del funcionamiento (Criterio G). La duración de “típicamente 6 meses o más” pretende excluir a las personas con problemas transitorios de corta duración. Sin embargo, el criterio de duración se debería utilizar como guía general, permitiendo un cierto grado de flexibilidad. En sus formas más severas, la agorafobia puede motivar que los individuos se queden totalmente confinados en casa, que no puedan salir de su hogar y que dependan de los demás para los servicios o la asistencia e incluso para las necesidades básicas. Son frecuentes la desmoralización y los síntomas depresivos, así como el abuso de alcohol y los medicamentos sedantes y los intentos indebidos de automedicación. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Qué hombres son los que padecen trastorno eréctil?

La característica esencial es el fracaso repetido para conseguir o mantener las erecciones durante la actividad sexual en pareja (Criterio A). Se requiere una historia sexual detallada para confirmar que el problema ha estado presente durante un periodo de tiempo significativo (unos seis meses) y que sucede en la mayoría de las ocasiones de actividad sexual (al menos el 75% de las veces). Los síntomas pueden aparecer sólo en situaciones concretas que implican determinados tipos de estimulación o de pareja, o pueden ocurrir de manera generalizada en todo tipo de situaciones, estimulaciones o parejas. Muchos hombres con trastorno eréctil pueden tener baja autoestima, poca confianza en sí mismos y un sentimiento de masculinidad disminuido y pueden experimentar un afecto deprimido. Pueden sentir temor o evitación de los encuentros sexuales futuros. Es frecuente la disminución de la satisfacción y del deseo sexual en la pareja del individuo. Además de los subtipos de por vida/adquiridos y generalizado/situacional, en la evaluación y el diagnóstico del trastorno eréctil se deberían constatar los siguientes 5 factores, puesto que pueden ser relevantes para la etiología o el tratamiento: Factores de pareja (problemas sexuales de la pareja, estado de salud de la pareja) Factores de la relación (mala comunicación, discrepancias en el deseo de mantener la actividad sexual) Factores de vulnerabilidad individual (imagen corporal mala, antecedentes de abuso sexual y emocional), comorbilidad psiquiátrica (depresión, ansiedad) o factores de estrés (pérdida del empleo, duelo) Factores culturales o religiosos (inhibición en relación a prohibiciones de la actividad sexual, actitudes hacia la sexualidad) Factores médicos relevantes para el pronóstico, el curso o el tratamiento. Cada uno de estos factores puede contribuir de manera distinta a los síntomas que presentan los diferentes hombres con este trastorno.   (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)  

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El perdón en los momentos más vulnerables

¿Enfermamos porque estamos débiles emocionalmente o es la enfermedad la que provoca nuestra vulnerabilidad emocional? Sin duda, ambos factores son muy difíciles de aislar y con frecuencia, pueden alternar su importancia y su protagonismo a lo largo de un mismo proceso; es decir, podemos empezar por encontrarnos un poco débiles y eso nos crea cierta vulnerabilidad y el sentirnos vulnerables acentúa aún más nuestra debilidad. Perdonarnos por enfermar Con frecuencia, asociamos enfermedades graves a personas de edad avanzada. Sin embargo, este hecho ha cambiado sustancialmente y hoy quizás en gran medida por el ritmo de vida que llevamos, por los hábitos de la sociedad moderna, cada vez nos encontramos con más diagnósticos de enfermedad graves en jóvenes. Este hecho ha cobrado tal dimensión que, en la actualidad, el cáncer es la causa principal de muerte por enfermedad en la población de adolescentes y jóvenes. En el grupo de edad de adolescentes, jóvenes y adultos, solo los accidentes, los suicidios y los homicidios se cobran más vidas que el cáncer. Sin duda, para la mayoría de la gente, recibir un diagnóstico de una enfermedad grave representa un shock, que en muchos casos se acompaña de una reacción de angustia y estrés que condicionan sus vidas. Muchos se preguntan cómo influye los factores psicológicos en la enfermedad. Es lógico pensar que una enfermedad grave despierte angustia, temor e incertidumbre. La persona afectada tiene miedo de cómo resultará el tratamiento ¿Dará resultado? ¿se complicará? ¿seré capaz de resistirlo? ¿Me curaré definitivamente o viviré toda la vida con esta espada de Damocles encima? El enfermo se enfrenta a múltiples preguntas ¿qué debo hacer?¿cómo reaccionar?¿cómo se lo digo a mi familia, a mis hijos?¿tendré fuerza suficiente o me hundiré?¿será este el principio del fin?¿mi vida se terminó?¿ya solo me queda sufrir?¿merecerá la pena tanto esfuerzo, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto desgarro? Hay personas que se sienten responsables de su enfermedad, que piensan que estiraron demasiado la cuerda, que llevaban una vida desbordada de trabajo, esfuerzo, tensión, de preocupaciones y que eso, tarde o temprano, se termina pagando. Creen que han fallado a su familia, a sus hijos, a su pareja, a ellas mismas. Se sienten tan culpables y tan débiles que les cuesta un mundo perdonarse. La psicología puede ser de ayuda, pero somos nosotros los que mejor podemos vencer nuestros miedos, inseguridades e incertidumbres. Quienes podemos recuperar la ilusión, ánimo y la esperanza que nos hará disfrutar de nuestra vida con una intensidad que nunca habíamos experimentado. Intentad ser vuestro mejor amigo y vuestro mejor reglo. El regalo que hará que vuestros ojos vuelvan a brillar y vuestro rostro se ilumine con una sonrisa de esperanza y de fe en el futuro. El resto será sencillo cuando hayáis conseguido vivirlo bien; cuando vuestra mirada les transmita serenidad, confianza y dulzura; cuando vuestros corazones palpiten en sintonía; cuando vuestros besos estén llenos de alegría, sentimiento y vida. Fracasar, fallar, equivocarnos deberían ser conceptos que no tuvieran un impacto tan negativo en nuestro sistema de valoración, ya que somo seres humanos y como tales podemos fallar y equivocarnos, lo que nos ocurrirá muchas veces a lo largo de nuestra vida, y eso no significará que seamos un desastre o que no valgamos nada. El gran error es pensar que el éxito es sinónimo de valía y que un fracaso significa derrota. Hay gente que hace juicios muy sesgados y se siente triunfadora si va bien y derrotada si ha tenido alguna contrariedad o han surgido circunstancias y hechos que se escapan a su capacidad de control. Hay personas que, ante la reacción violenta del otro, cuando se sienten muy vulnerables, piensan que algo habrán hecho mal, que alguna torpeza habrá cometido para que la pareja reaccione con tanta agresividad. Conviene recordar que Al contraer una dolencia grave, algunas personas se sienten culpables porque creen que al enfermar les han fallado a sus seres queridos. Entonces, les cuesta mucho perdonarse, pero deben hacerlo porque ello les dará la fuerza necesaria para seguir adelante Perdonarnos nos permite, en muchos casos, posicionarnos mentalmente para enfrentarnos a la enfermedad y nos ayuda a vencerla. Perdonarse le permitirá al enfermo obtener las energías necesarias para desempeñar un papel activo en el proceso terapéutico, no abandonarse y presentar batalla contra la enfermedad. No perdonarse porque alguien se crea que ha fracasado en el aspecto profesional o en el ámbito familiar no es justificable; hay que perdonarse para levantarse y recuperar lo perdido. Conceder la máxima importancia no solo al trabajo, sino a nosotros mismos, así como a nuestra familia, nuestra salud, amigos, ilusiones, y nuestra felicidad debe ser nuestra prioridad Perdonarnos también en momentos de gran presión, como son los que se viven en los conflictos de pareja, es uno de los retos a conseguir Analizar los hechos, aprender de los errores, perdonarnos si nos sentimos culpables y querernos cuando emocionalmente nos sintamos vulnerables es lo que debemos hacer en esas situaciones (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)

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Trastorno psicótico breve

La característica esencial del trastorno psicótico breve es una alteración que implica el inicio brusco de, al menos, uno de los siguientes síntomas psicóticos positivos: delirios, alucinaciones, discurso desorganizado (p. ej., disgregación o incoherencia frecuente) o comportamiento psicomotor muy anómalo, incluyendo la catatonía (Criterio A). El inicio brusco se define como un cambio de un estado no psicótico a otro claramente psicótico dentro de un periodo de 2 semanas, habitualmente sin pródromo. Un episodio del trastorno dura al menos 1 día, pero menos de 1 mes y el individuo al final retorna por completo al nivel de funcionamiento premórbido (Criterio B). El trastorno no se explica mejor por un trastorno depresivo o bipolar con características psicóticas, por un trastorno esquizoafectivo, ni por una esquizofrenia, y no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p.ej., un alucinógeno) o de otra afección médica (p. ej., hematoma subdural)(Criterio C). Los sujetos con trastorno psicótico breve normalmente experimentan agitación emocional o una gran confusión. Pueden presentar cambios rápidos de un afecto intenso a otro. Aunque el trastorno sea breve, el grado de disfunción puede ser grave, y puede requerirse supervisión para asegurarse de que las necesidades nutricionales e higiénicas se satisfacen y que el individuo está protegido de las consecuencias de la falta de juicio, de la disfunción cognitiva y de las acciones basadas en los delirios. Parece haber un aumento del riesgo de comportamiento suicida, en especial durante el episodio agudo. (Información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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Origen de la sexualidad desde lo biológico y lo psicosocial

La mayor parte de lo que hoy se conoce sobre la sexualidad humana se ha descubierto y publicado durante el presente siglo y aún existen puntos de vista controvertidos sobre algunos aspectos de la amplia y compleja gama de particularidades que abarca y que hace difícil una definición precisa. Como aproximación, puede hablarse de dos vertientes principales, una de origen biológico y otra psicosocial. La biología no solo afecta a la procreación, sino también al impulso, deseo, a la capacidad de respuesta sexual y de goce a través de ella. En cuanto al plano psicosocial, es sabido que desde los primeros años de la infancia se adoptan ideas y actitudes hacia el sexo determinadas por el entorno familiar y escolar, y que éstas varían de acuerdo con el sistema de valores morales que regulan los distintos estamentos sociales y las diferentes culturas, por lo que carecen de validez universal para definir unívocamente el comportamiento sexual. También la ciencia, en constante evolución y la aparición de nuevas enfermedades pueden ser causa de cambios radicales en las costumbres sexuales, como ha ocurrido, por ejemplo, con el perfeccionamiento de los anticonceptivos y con la aparición del sida. Estos y otros factores han alterado de manera notable las costumbres eróticas de la sociedad occidental. No solo ha variado la concepción acerca del distinto papel sexual atribuido al hombre o a la mujer, que han perdido rigidez en favor de una sexualidad más compartida y menos dogmática, sino también la de la propia relación sexual, concebida hoy como un acto de placer. De igual manera, la edad de iniciación sexual es mucho más temprana, lo que refleja que la sexualidad se vive con una mayor libertad. Así, muchas cosas que antes se consideraban prohibidas forman parte ahora del comportamiento sexual normal y se pueden abordar y discutir libremente. Esto ha contribuido a desterrar, al menos en una parte importante, una serie de mitos, leyendas, tabúes, prejuicios y temores que, tanto el hombre como la mujer, arrastraban como un pesado inventario que influía de manera negativa sobre la mayoría de sus actos. Si bien persisten ciertos vicios de comportamiento, debidos más a una falta de educación que al arraigo de una educación errónea e injusta, el cambio es evidente y puede documentarse en cifras sobre cada uno de los distintos aspectos que configuran la conducta sexual de la población y cuya elocuencia no admite reparos. En todo caso, hoy los problemas más graves son otros, como los embarazos no deseados en las adolescentes o el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. Una de las claves para vivir una sexualidad sana y placentera y obtener la máxima satisfacción en las relaciones íntimas es la de poseer una educación sexual adecuada y esto supone, de acuerdo con la naturaleza de las relaciones, tanto el estar informado de todos los métodos de anticoncepción y de prevención, como el tener, en todos los casos, un conocimiento más o menos profundo del funcionamiento de los órganos sexuales de la persona con quien se comparte la relación y una conciencia plena de que se pueda disfrutar del sexo sin límites de edad. Sexualidad y tercera edad A pesar de que los ancianos con buen estado de salud no tengan una actividad sexual tan frecuente como cuando eran jóvenes, su capacidad de goce y de satisfacción personal en las relaciones sexuales permanece inalterable con la edad. Es solo cuestión de responder a los propios impulsos y encontrar la mejor vía para hallar y proporcionar satisfacción, donde el único órgano imprescindible para que ello ocurra es el cerebro. La sexualidad adulta adopta distintas orientaciones y formas de manifestar que tienen más que ver con el afecto, que, con la atracción física, es más comprensiva e independiente, y en contra de una creencia más o menos generalizada, no decae con el paso de los años, especialmente si se ha llevado una vida sexual activa durante la edad madura. No obstante, deben tenerse en cuenta ciertos condicionamientos fisiológicos que modifican la relación sexual en la tercera edad. Así, el hombre de edad llega a la erección de un modo más lento que el joven; y la mujer requiere más tiempo de estimulación para que la lubricación de sus órganos genitales sea suficiente y la relación sexual pueda ser agradable y placentera. Si bien la erección se consigue con más lentitud, por otra parte, su duración suele ser también mayor y la eyaculación se presenta con cierto retardo. El tiempo para estar en forma para una nueva erección, condicionado por razones fisiológicas, es en el hombre mayor, de doce a veinticuatro horas, como promedio, aunque esto está sujeto a amplias variaciones de carácter individual. Trastornos de la sexualidad La impotencia y la eyaculación precoz, en el hombre y la frigidez en la mujer, son trastornos debidos a causas físicas u orgánicas o, con mayor frecuencia, a causas psíquicas. El conocimiento de su naturaleza es decisivo para lograr unas relaciones sexuales plenas. Impotencia Las causas más frecuentes de impotencia o disfunción eréctil son los factores de carácter psíquico, que pueden ser de signo muy diverso, aunque en la mayoría de los casos se manifiesta con un incremento de la ansiedad y comportan inhibiciones sexuales y conflictos de relación de pareja, por lo demás, síntomas comunes a todas las impotencias. En raros casos, la causa principal es de carácter orgánico, como las alteraciones en el flujo sanguíneo de entrada (arterial) o de salida (venoso) en el pene. Otras impotencias están asociadas al uso de medicamentos que reducen la capacidad eréctil, entre otros, los hipotensores, los antidepresivos y los antipsicóticos. Cualquiera que sea su etiología, la terapia sexual siempre resulta conveniente, ya que reduce estos síntomas, y en algunos casos, ello resulta suficiente para curar la impotencia. En cuanto a la provocada por problemas circulatorios, la cirugía vascular ha experimentado grandes avances y la implantación de prótesis puede solucionar el problema con una intervención cuyo éxito oscila entre el 30 y el 80% de los casos. Eyaculación precoz

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Trastorno de ansiedad por separación

La característica esencial del trastorno de ansiedad por separación es una ansiedad excesiva ante el alejamiento del hogar o de las personas a quienes el sujeto está vinculado (Criterio A). la ansiedad es superior a la que se espera en los sujetos con el mismo nivel de desarrollo. Los sujetos con trastorno de ansiedad por separación tienen síntomas que cumplen al menos 3 de los siguientes criterios: experimentan un malestar excesivo recurrente al estar separados de su hogar o de las personas de mayor apego (Criterio A1). Se preocupa por el bienestar o la muerte de las personas por las que siente apego, sobre todo cuando se separan de ellas y sienten necesidad de conocer el paradero de las figuras de mayor apego y deseo de estar en contacto con ellas (Criterio A2). Asimismo, también se muestran preocupados por los acontecimientos adversos que puedan sucederles a ellos mismos, como miedo a perderse, a ser secuestrados o a sufrir un accidente, y les impidan de nuevo reunirse de nuevo con las figuras de apego (Criterio A3). Los sujetos con ansiedad por separación se muestran reacios o rechazar irse solos debido a su temor ante la separación. Muestran una excesiva y persistente negación o rechazo a estar solos o sin una figura de apego, en casa o en otros lugares. Los niños con trastorno de ansiedad por separación son a veces incapaces de permanecer en una habitación solos y pueden manifestar comportamientos de “aferramiento”, situándose muy cerca del padre o la madre y convirtiéndose en su “sombra” por toda la casa o requiriendo que alguien esté con ellos cuando van a otras habitaciones. Suelen rechazar o negarse a ir a dormir sin que esté cerca una figura de mayor apego o a dormir fuera de casa. Los niños con este trastorno suelen tener problemas llegada la hora de acostarse y pueden insistir en que alguien permanezca con ellos hasta conciliar el sueño. Durante la noche pueden trasladarse a la cama de sus padres. Los niños pueden ser reacios o negarse a acudir a campamentos, a dormir en casa de amigos o a irse a hacer recados. Los adultos pueden sentirse incómodas al viajar solos (p.ej., al dormir en una habitación de hotel). Los individuos pueden tener pesadillas repetidas cuyo contenido expresa sus propios temores (p.ej., destrucción de la familia por un incendio). Los síntomas físicos son comunes en los niños cuando ocurre o se prevé la separación. Los niños más pequeños pocas veces manifiestan síntomas cardiovasculares como palpitaciones, vértigos y sensación de desmayo, síntomas que sí pueden observarse en los sujetos de más edad. Esta alteración suele mantenerse durante un periodo de al menos 4 semanas en los niños y en los adolescentes menores de 18 años, y normalmente dura 6 meses o más en los adultos. Sin embargo, el criterio de la duración debe emplearse en los adultos a título orientativo, permitiendo cierto grado de flexibilidad. La alteración debe producir un malestar clínicamente significativo o deterioro del rendimiento social, académico, laboral o de otros ámbitos importantes. Al alejarse del hogar o de las personas de gran apego, los niños con trastorno de ansiedad por separación pueden manifestar de modo recurrente retraimiento social, apatía, tristeza o dificultad para concentrarse en el trabajo o en el juego. En función de su edad, los individuos pueden experimentar miedo hacia los animales, oscuridad, fantasmas, ladrones, secuestradores, accidentes de coche, viajes en avión y otras situaciones que se perciban como peligrosas para la integridad de la familia o de sí mismos. Algunos individuos se sienten incomodos y melancólicos, incluso tristes, cuando están fuera de casa. El trastorno de ansiedad por separación en los niños puede dar lugar a una negativa a ir al colegio, lo que puede originar problemas académicos y de evitación social. Cuando están muy alterados ante la perspectiva de una separación, los niños pueden mostrarse coléricos y pueden golpear a quien les están forzando a dicha separación. Cuando están solos, especialmente por la noche, los niños menores de edad pueden experimentar percepciones inusuales (p.ej. ,ver personas que dan vueltas por su habitación o criaturas monstruosas que intentan cogerlos, sentir que unos ojos los miran atentamente). Los niños con este trastorno suelen describirse como exigentes, intrusivos y con necesidad de atención constante. Las excesivas peticiones del niño suelen producir frecuentes frustraciones en los padres, dando lugar a resentimiento y/o conflictos en la familia (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Cuál es el síndrome de las piernas inquietas?

El síndrome de las piernas inquietas (SPI) es un trastorno del sueño sensoriomotor y neurológico que se caracteriza por un deseo de mover las piernas o los brazos normalmente asociados a sensaciones incómodas que se describen típicamente como calambres, cosquilleo, hormigueo, quemazón o picor (Criterio A). El diagnóstico del SPI se basa principalmente en el relato del paciente y en la historia. Los síntomas empeoran cuando el paciente está quieto, por lo que se realizan movimientos frecuentes de las piernas para aliviar las sensaciones incómodas. Los síntomas empeoran por la tarde o por la noche y en algunos sujetos sucede solo por la tarde o por la noche. El empeoramiento vespertino aparece de manera independiente de cualquier diferencia en la actividad. Es importante diferenciar el SPI de otros trastornos, como la incomodidad postural y los calambres en las piernas (Criterio D). Los síntomas del SPI pueden retrasar el comienzo del sueño y despertar al sujeto, y se asocian con una fragmentación significativa del sueño. El alivio que se obtiene al mover las piernas puede no ser evidente en los casos más graves. El SPI se asocia con somnolencia diurna y se acompaña con frecuencia de un malestar significativo o de deterioro funcional. Los movimientos periódicos de las piernas durante el sueño (MPPS) pueden servir de signo para corrobra el SPI, y hasta un 90% de los sujetos diagnosticados de SPI presenta MPPS cuando se realizan registros durante varias noches. Los movimientos periódicos de las piernas durante la vigilia apoyan el diagnóstico del SPI. También puede apoyar el diagnóstico del SPI los relatos de dificultad para iniciar y mantener el sueño y la excesiva somnolencia diurna. Otros rasgos son la historia familiar del SPI en los familiares de primer grado y la reducción de los síntomas, al menos inicialmente, con el tratamiento dopaminérgico.   (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Cómo se puede detectar que una persona sufre narcolepsia?

Los rasgos esenciales de la somnolencia en la narcolepsia son las siestas diurnas recurrentes a los lapsus de sueño. La somnolencia aparece a diario, pero debe ocurrir como mínimo tres veces por semana durante al menos tres meses (Criterio A). La narcolepsia produce por lo general cataplejía, que se presenta como episodios breves (segundos o minutos) de pérdida súbita y bilateral del tono muscular que se desencadenan por las emociones típicamente por la risa y las bromas. Los músculos que se afectan pueden ser los del cuello, la mandíbula, los brazos, las piernas o todo el cuerpo, dando como resultado la oscilación de la cabeza, la caída de la mandíbula e incluso caídas totales. Durante la cataplejía, los sujetos están despiertos y son conscientes. Para cumplir el Criterio B1 (a), la cataplejía se debe desencadenar por la risa o las bromas y debe aparecer al menos varias veces al mes cuando el trastorno no se trata o existir desde tiempo atrás. La cataplejía no debería confundirse con la “debilidad” que ocurre en el contexto de las actividades deportivas (fisiológicas) o exclusivamente tras desencadenantes emocionales infrecuentes como el estrés o la ansiedad (lo que sugieren una posible psicopatología). Los episodios que duran horas o días y los que no desencadenan por emociones probablemente no son de cataplejía, como tampoco lo son los de rodar por el suelo con risa histérica. En los niños, cuando se acerca el inicio, la cataplejía genuina puede ser atípica y afectar primeramente a la cara, produciendo muecas o descensos de la mandíbula con protusión de la lengua. Por otra parte, la cataplejía se puede presentar también en forma de hipotonía de bajo grado, lo que produce un paso tambaleante. En estos casos, el Criterio B1 (b) se puede cumplir en los niños o los adultos en los 6 meses siguientes después de un inicio rápido. La narcolepsia-cataplejía casi siempre es el resultado de la pérdida de las células productoras de hipocretina hipotalámica (orexina) que causa deficiencia de la hipocretina. La pérdida de células es probablemente de origen auto inmunitario y aproximadamente el 99%% de los sujetos afectados es portador del HLA-DQB1*06:02 antes de hacer una punción lumbar para evaluar la inmunorreactividad de la hipocretina-1 del LCR. Raramente aparecen niveles bajos de hipocretina-1 en el LCR en ausencia de cataplejía, principalmente en jóvenes que podría desarrollar una cataplejía más tarde. La medida de la hipocretina-1 en el LCR representa el gold standard, excepto si existen trastornos graves asociados que puedan interferir con la prueba. También se puede realizar un estudio polisomnográfico del sueño nocturno seguido también de un TLMS para confirmar el diagnóstico (Criterio B3). Estos test se deberían realizar una vez que el individuo ha abandonado todas las medicaciones psicotrópicas y tras dos semanas con suficiente tiempo de sueño (documentado por diarios de sueño o por actigrafía). La corta latencia de los movimientos rápidos de los ojos (REM) durante la polisomnografía es suficiente para confirmar el diagnóstico y para cumplir el Criterio B3. Alternativamente, el resultado del TLMS debe ser positivo y mostrar una latencia media de sueño menor o igual a 8 minutos y dos o más periodos REM al inicio del sueño en 4 o 5 siestas. Cuando la somnolencia es grave, pueden aparecer conductas automáticas y el individuo puede continuar sus actividades de manera semiautomática, como abotargado, sin memoria ni consciencia. Aproximadamente el 20-60% de los sujetos presenta alucinaciones hipnagógicas vividas antes de dormir o al quedarse dormidos o alucinaciones hipnopómpicas justo después de despertarse. Estas alucinaciones son distintas de la actividad mental onírica no alucinatoria y menos vivida que aparece al comienzo del sueño en los durmientes normales. Las pesadillas y los sueños vividos son también frecuentes en la narcolepsia, como el trastorno del comportamiento del sueño REM. Aproximadamente, el 30-60% de los sujetos presenta parálisis del sueño o al quedarse dormidos o al despertarse, que les mantiene despiertos pero incapaces de moverse o de hablar. Sin embargo, muchas personas con sueño normal también refieren parálisis del sueño, especialmente en presencia de estrés o de privación del sueño. Puede haber ingesta nocturna. La obesidad es frecuente. La interrupción del sueño nocturno con frecuentes despertares cortos o largos es habitual y puede ser incapacitante. Los sujetos pueden parecer dormidos o se duermen en la sala de espera o durante el examen médico. Durante la cataplejía, los sujetos se pueden desplomar en la silla y presentar lenguaje mal articulado o párpados caídos. Si el clínico tiene tiempo de comprobar los reflejos durante la cataplejía, éstos están abolidos, un hallazgo importante que distingue la cataplejía genuina del trastorno de conversión. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Qué diferencia hay entre psicólogo y psiquiatra?

Uno de los aspectos más difíciles que se presentan a la hora de encontrar a un terapeuta o médico es saber dónde buscarlo. Un buen punto de partida es, en este sentido, el médico de familia, que probablemente conozca a psiquiatras, psicólogos y clínicas de la zona especializados en el tratamiento de la ansiedad. También cabe la posibilidad de llamar a los hospitales y clínicas cercanas para ver si tienen programas y ofrecen TCC (Terapia Cognitivo Conductual) o medicación para el tratamiento de la ansiedad social. Internet también es una fuente de información sobre las alternativas de tratamiento con que cuenta en las proximidades de su lugar de residencia. Otra forma de encontrar ayuda es conectar con una organización nacional que se ocupe de los problemas relacionados con la ansiedad o la TCC. La Anxiety Disorders Association of America, por ejemplo, proporciona información sobre opciones de tratamiento y grupos de autoayuda en los Estados Unidos y Canadá. La Association for Behavior and Cognitive Therapies es una organización profesional que también proporciona información sobre profesionales que tratan problemas relacionados con la ansiedad. No tema a la hora de decidir el profesional con el que trabajar, formular las preguntas que considere oportunas. Conviene, antes de comprometerse, aclarar las siguientes cuestiones: El tipo de tratamiento ofrecido. Si, por ejemplo, está interesado en un tratamiento psicológico, debe enterarse de si la persona tiene experiencia en proporcionar TCC para la ansiedad social y de desempeño. El número de sesiones habitualmente recomendadas para tratar este problema sabiendo que, sin realizar una evaluación completa, esa estimación suele ser muy imprecisa. Lo más habitual es que basten entre diez y veinte sesiones. La duración de las sesiones. Aunque lo más habitual sean sesiones de una hora, a veces son necesarios, para llevar a cabo las sesiones de exposición, periodos más largos. La frecuencia de las sesiones. Lo más habitual, en este sentido, son las sesiones semanales. El precio por sesión y el sistema de pago preferido ¿es flexible el precio? La ubicación y el entorno ¿Se lleva a cabo el tratamiento en una consulta privada? ¿en un hospital? ¿en una clínica universitaria? ¿en una clínica comunitaria? ¿en un centro de investigación? La accesibilidad del tratamiento grupal versus el tratamiento individual de la ansiedad social. Ambos enfoques probablemente funcionen ¿Quién proporciona el tratamiento? ¿un psicólogo? ¿un psiquiatra? ¿un estudiante de psicología o un residente de psiquiatría? ¿Qué experiencia tiene la persona? ¿Dónde se ha formado? ¿es adecuadamente supervisado, en el caso de tratarse de un estudiante? ¿Qué experiencia tiene su supervisor? ¿Podría concertar, si la necesitara, una visita con el supervisor? Tipos de profesionales Si está interesado en recibir una terapia psicológica, como la TCC, su terapeuta puede ser un psicólogo, un médico, un trabajador social o un profesional procedente de una amplia variedad de sustratos. Conviene recordar que, independientemente de su formación, la mayoría de los clínicos no tienen gran experiencia en el uso de la TCC para el tratamiento de los trastornos relacionados con la ansiedad. Mucho más interesante que la titulación de la persona, es su familiaridad con el tratamiento de la ansiedad social utilizando los tratamientos cognitivos basados en la exposición. Y aunque esto sea mucho más fácil de encontrar en el caso de los psicólogos, también hay que decir que la formación en terapia cognitivo conductual está llegando cada vez más a otros profesionales. Psicólogos. Los psicólogos especializados en los trastornos psicológicos suelen ser doctores en psicología clínica. La formación de un psicólogo suele incluir una diplomatura universitaria de cuatro años, seguida de cinco a ocho años adicionales. En algunos lugares, los practicantes con un master suelen considerarse también psicólogos mientras que, en otros, los clínicos con un máster se denominan de otro modo (como, por ejemplo, psicólogo asociado, psicoterapeuta, psicometría, etc.) Psiquiatra. Un psiquiatra es un médico que, después de haber completado cuatro años de estudios en la facultad de medicina, se ha especializado en el tratamiento de los problemas de la salud mental. Habitualmente, esta especialidad incluye una residencia de cinco años y puede incluir también un entrenamiento adicional. Aunque los psiquiatras son más proclives que otros profesionales a ver y tratar la ansiedad desde una perspectiva biológica, sus programas de enseñanza cada vez tienen más en cuenta la formación en TCC. Las ventajas de ser tratado por un psiquiatra, en lugar de otro tipo de profesional, incluyen la posibilidad de obtener medicación además de otras formas de terapia y de ser evaluado por un médico especialmente cualificado en reconocer las condiciones médicas que puedan estar contribuyendo al problema. Trabajador social. Los trabajadores sociales están entrenados para enfrentarse a problemas muy diversos, como ayudar a las personas a relacionarse mejor, resolver sus problemas personales y familiares y aprender a gestionar más adecuadamente las vicisitudes de la vida cotidiana. También pueden ayudar a enfrentarse mejor al estrés de un alojamiento inadecuado, el paro, la falta de habilidades sociales, los problemas económicos, la enfermedad o la incapacidad grave, el abuso de sustancias, el embarazo no deseado, etc. La mayoría de los trabajadores sociales se especializan y algunos acaban proporcionando psicoterapia en la práctica privada, un hospital o centro especializado. Aunque la TCC se halla habitualmente incluida en los programas de formación de los trabajadores sociales, los hay que, concluida su formación, siguen cursos de entrenamiento especializado en TCC. Otras profesiones. Son muchos los profesionales que pueden formarse para proporcionar TCC u otras formas de psicoterapia. Entre ellos cabe destacar a los médicos de familia, las enfermeras, los terapeutas ocupacionales, los sacerdotes u otros líderes religiosos e incluso los psicoterapeutas sin titulación formal en un campo relacionado con la salud mental. Es más importante saber si el profesional en cuestión tiene experiencia, que, si se trata de una enfermera, un médico de familia, un psicólogo, un psiquiatra, un terapeuta ocupacional, un trabajador social o un estudiante de uno de estos campos. ¿Cuánto tiempo requiere el tratamiento? El tratamiento cognitivo conductual de la ansiedad social y de desempeño suele requerir entre diez y veinte sesiones.

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