Rumiaciones obsesivas

Entre los pacientes que padecen un trastorno obsesivo-compulsivo el 75% presentan obsesiones y compulsiones y el 25% experimentan solo obsesiones. Para muchos clínicos, puede parecer artificial el separar los trastornos obsesivos puros de los trastornos obsesivos-compulsivos. Pero la clínica y la terapéutica abogan por una división de ese tipo en la medida en que se considera que un ritual es un comportamiento motor y que muchos obsesivos no presentan o presentan pocos rituales. Cuadro clínico Algunos sujetos presentan unas obsesiones seguidas de compulsiones puramente mentales o cognitivas: contar, repetir frases en ocasiones desprovistas de sentido o recitar listas de palabras. Otros presentan rumiaciones incoercibles e intrusivas referidas a la duda, a la culpabilidad, a la agresividad, a la repugnancia, a comportamientos sexuales inaceptables, etc. estas rumiaciones no son predecibles, pues pueden aparecer no importa donde y cuando. Las barreras que limitan los comportamientos ritualizados (trabajo, sanciones sociales frente a los rituales demasiado exagerados, críticas, burlas, etc.) no pueden detenerlos. De ahí su carácter invasivo e incontrolable. Hace algunos años, estos problemas eran conocidos con el nombre de fobias de impulsión Las obsesiones representan un estimulo interno por el cual el sujeto no consigue establecer unas respuestas de habituación. Más del 90% de los sujetos normales presentan o han presentado ideas obsesivas. Resulta interesante notar que no existen diferencias de contenido entre las obsesiones de los sujetos normales y de las de los obsesivos. Las ideas obsesivas de los sujetos patológicos se diferencian de las que experimentan los sujetos normales por su frecuencia, duración, y por el hecho de que conlleva con bastante rapidez<z una respuesta de habitación. La obsesión normal diferirá de la anormal en los mecanismos alterados de habituación. El pensamiento intrusivo es un pensamiento de entrada involuntario, obsesionante, extraño al sujeto, rechazado y repugnante. Se puede encontrar, por ejemplo, la idea intrusiva de matar al propio hijo, exhibirse en una iglesia, blasfemar y golpear a un individuo que pasea delante de nosotros por la calle. Los sacerdotes describieron las obsesiones antes que los psiquiatras, que lo testifica el tratado de los escrúpulos del confesor Duguet, aparecido en el siglo XVIII. Los esquemas cognitivos inadecuados de peligro se presentan bajo la forma imperativa de conminación. Por ejemplo, se debe estar siempre atento respecto a los peligros que uno mismo puede autoinflingirse. Si no, se es responsable. Los sentimientos excesivos de incertidumbre y de pérdida de control son pues intolerables. Cualquier peligro debe preocuparnos y debe ser controlado. Los pensamientos mágicos pueden ser eficaces para controlar los peligros. El pensamiento neutralizante tiene por objeto restablecer el orden moral y neutralizar la ansiedad desencadenada por el pensamiento intrusivo. Desempeña la misma función que los rituales de lavado y de verificación en las compulsiones manifiestas. Por ejemplo, desarrollo de una actividad interna o mental en un ritual concreto, obligación de contar evitando el numero 13, si no hay que volver a empezar; ahuyentar la idea intrusiva con una imagen muy positiva de sí mismo, etc. Los pacientes que presentan estas rumiaciones van a mirar a menudo de tranquilizarse ¿Le han trasmitido el cáncer a alguien? ¿Van a realizarse deseos agresivos? Así, un paciente telefoneará continuamente a su terapeuta para estar seguro de que no se ha olvidado en el hospital un objeto que podría lastimar a alguien. Se trata en este caso de la cara compulsiva ligada en ocasiones a las obsesiones. Tranquilizar al obsesivo no conseguirá más que agravarlo en la medida en que él utilizará sistemáticamente la transferencia de responsabilidad como ritual para reducir momentáneamente la ansiedad y la culpabilidad. Evaluación, diagnóstico y análisis funcional El DSM-III-R reagrupa las obsesiones junto a las compulsiones, pues el diagnóstico de trastorno obsesivo-compulsivo puede aplicarse tanto si el sujeto presenta obsesiones como compulsiones o ambas a la vez. El sujeto reconoce el carácter absurdo de sus pensamientos, aunque en algunos casos sus ideas obsesivas sean difíciles de conmover. El clínico observará a menudo que el paciente reconocerá fácilmente en la consulta el carácter irracional de sus obsesiones, pero no podrá hacer el mismo juicio cuando experimente la obsesión. Por lo tanto, no hay que considerar la obsesión como un problema psicótico, incluso aunque la línea de demarcación pueda parecer frágil a primera vista. Según el DSM-III-R la obsesión es una idea, pensamiento, impulsión o representación recurrente y persistente que, por lo menos al principio, son sentidos como intrusivos en la conciencia del sujeto y vividos como absurdos. El sujeto se esfuerza por ignorar o reprimir estos pensamientos o impulsiones o por neutralizarlos. El paciente debe reconocer que la obsesión es el fruto de sus propios pensamientos y no de ideas impuestas desde el exterior. En ocasiones, en los primeros momentos del análisis funcional, el clínico podrá quedar desconcertado, porque el paciente tiene dificultades para reconocer el carácter irracional. Pero, al proseguir dicho análisis, este hecho resultará evidente. Dada la naturaleza del comportamiento-diana (comportamiento interno o privado), las fichas de autor registro diseñadas por Marks y traducidas al francés por el equipo de Cottraux será el instrumento de elección. El paciente anota una vez al día, la frecuencia y la duración de su obsesión, el grado de malestar y sus evitaciones y ello para cada una de las obsesiones identificadas. Tratamiento Si bien este trastorno ha sido refractario a prácticamente cualquier modalidad de tratamiento  farmacológico, hoy día se dispone de nuevos remedios eficaces. Se trata esencialmente de poner al sujeto en contacto con sus pensamientos intrusivos, sin realizar una neutralización mental ni buscar una autoridad, por lo general médica o religiosa, para tranquilizarse. Las etapas que hay que seguir son: Enseñar a los sujetos a observar sus propios fenómenos mentales y a diferenciar los pensamientos intrusivos de los pensamientos automáticos neutralizantes; para ello se pueden utilizar unas fichas de autor registro de los pensamientos automáticos, de las emociones y de las situaciones que los provocan Prescribir unas tareas de exposición y de prevención de la respuesta para comprobar la veracidad de las preocupaciones obsesivas Ayudar al sujeto a cuestionar los sistemas irracionales de

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Inestabilidad vesical en el niño

La inestabilidad vesical es un hallazgo frecuente en niños sin lesión neurológica asociada de los centros de la micción. La prevalencia de inestabilidad vesical varía según los autores del 25 al 90%. Esta gran variación es debida a las diferencias en la selección de pacientes, en la técnica y tecnología del estudio uro dinámico y en la valoración de los resultados. En estudios epidemiológicos, se ha observado que a partir de los cinco años, el 85% de los niños consiguen el control voluntario de su micción, por lo que se considera esta edad como límite para considerar como normal la presencia de inestabilidad vesical aislada. Hay que tener en cuenta que el control voluntario de la micción se va adquiriendo progresivamente con el paso de los años, de manera que un 1% de la población no controla voluntariamente su micción a los 15 años. Entre las causas de inestabilidad vesical en niños destacan: Obstrucción del tracto urinario inferior: Orgánica (valvas uretrales en el varón, síndrome de la uretra distal en niñas y alteraciones en el cuello vesical) Funcional (Síndrome de micción no coordinada) Procesos irritativos vesicales (reacción inflamatoria vesical, litiasis) debido a un aumento de los estímulos aferentes de la mucosa vesical Dicha inestabilidad mantenida, como expresión de una prolongación de la vejiga infantil, puede ser causa de manifestaciones clínicas diversas como son la urgencia-incontinencia, la enuresis, las infecciones urinarias de repetición y el reflujo vesicouretal. Las manifestaciones clínicas de la inestabilidad vesical en el niño son variables y se han relacionado con: Enuresis La etiología de la enuresis no está clara. Se han barajado múltiples hipótesis pero lo que sí han encontrado algunos autores es un alto porcentaje de inestabilidad vesical en los estudios uro dinámicos realizados a niños enuréticos, sin embargo, otros autores no encuentran tal relación. Koff demuestra inestabilidad vesical en el 90% de los casos de enuresis en los que se realiza uro dinámica ambulatoria durante el sueño Infecciones urinarias La existencia de infecciones urinarias está más relacionada con la presencia de inestabilidad vesical asociada a obstrucción del tracto urinario inferior, que con la inestabilidad vesical aislada. La presencia de infecciones en estos casos se debe fundamentalmente a la existencia de residuo postmiccional. La infección urinaria por otra parte puede dar lugar a una inestabilidad vesical secundaria. Reflujo vesico-ureteral La alta presión vesical desarrollada durante la contracción no inhibida en el llenado vesical, era el factor predisponente más importante para el reflujo. En el caso de inestabilidad vesical aislada, el tipo de reflujo es activo involuntario. La asociación de infección urinaria de repetición y reflujo vesicouretal es frecuente en niños con inestabilidad vesical y síndrome de micción no coordinada.   (Información extraída de Incontinencia urinaria director L. Resel EStévez, co-directores A. SIlmi Moyano y J. Moreno Sierra, 2000)  

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Onicofagia: evaluación y tratamiento

La onicofagia, el morderse las uñas, es un problema muy extendido. Su prevalencia en el adulto se sitúa entre el 20 y 25%. En los niños el porcentaje se eleva al 28% entre los niños de 5 a 6 años y alcanza el 60% al inicio de la adolescencia. Aunque el morderse las uñas sea un fenómeno muy extendido a menudo se le quita importancia, pues quienes lo padecen disimulan frecuentemente sus consecuencias y sus gestos. La onicofagia incluye también el mordisqueo de las cutículas y de la piel alrededor de las uñas. De ello resulta que ciertos componentes no son identificados como propios de la onicofagia cuando en realidad forman parte de ella. Evaluación, diagnóstico y análisis funcional Este problema no es un trastorno psiquiátrico por lo que el DSM-III-R no plantea ningún criterio diagnostico para la onicofagia. Sin embargo, el morderse las uñas sigue siendo problemático para numerosos individuos. Habitualmente, no consultarán con el médico de cabecera por ello, sino que aprovecharán más bien una consulta por otro problema para plantear esta cuestión. El facultativo generalmente no sabe qué responder. La definición de onicofagia es la siguiente: “Acto de morder, estirar o arrancar las uñas (de las manos y/o de los pies) es irregular, pero razonablemente intacto. Onicofagia confirmada por el interrogatorio en la entrevista Ligera. El inicio de la uña es irregular, pero razonablemente intacto. Onicofagia confirmada por el interrogatorio en la entrevista Moderada. El inicio de la uña está ausente. Roído regular confirmado por el interrogatorio en la entrevista Grave. La uña está roída más allá de la parte que no está en contacto con la piel. El tejido normalmente oculto por la niña es visible Se puede dividir en dos categorías más a las personas que se muerden las uñas, según el numero de dedos implicados. Los pacientes que se muerden todas las uñas sin excepción se llamarán roedores definidos, mientras que aquellos para los que el problema solo afecta a entre 1 y 9 dedos se denominan roedores indefinidos. La medida empleada más frecuentemente ese el autorregistro. Con él se dispone de una línea base de la frecuencia del roído de las uñas y precisa la gravedad del caso. El paciente rellena diariamente una ficha a tal efecto. Esta costumbre se desarrolla gradualmente y se convierte rápidamente en automática. Es importante sensibilizar al cliente respecto a la cadena de comportamientos que le conduce a morderse las uñas. Además de las fichas, el cliente ilustrará los datos recogidos con la ayuda de un grafico que permitirá seguir la evolución del tratamiento. Este gráfico ayudará al paciente a tomar conciencia de su comportamiento. También se utilizan otros métodos para medir los cambios; por ejemplo, hacer una marca en la uña. Fotografías la uña resulta el más apropiado pues ofrece una medida permanente y objetiva. Se podrá examinar el aspecto de los dedos, contando el número de uñas mordidas con indicios de sangre o heridas cicatrizándose. Las cutículas no son buenos puntos de referencia pues pueden dañarse fácilmente. Durante las entrevistas, el terapeuta examinará los siguientes aspectos: ¿En qué situación se muerde las uñas el paciente? ¿Qué actividades son las más propicias para el mordisqueo de uñas? ¿Cuáles son los movimientos iniciales? ¿presentan movimientos asociados al mordido de las uñas? ¿Cuáles son los aspectos del mordido de las uñas que irritan? Tratamiento El tratamiento comprende dos partes: volver apto al paciente para reconocer la cadena de comportamientos causantes del mordido de las uñas y enseñar una respuesta incompatible con su problema. Este método, llamado inversión de hábito, es muy eficaz para resolver este problema. Para empezar, hay que concentrar al paciente sobre los diversos componentes. La persona se colocará delante de un espejo y se morderá las uñas observando y anotando los movimientos efectuados. Si las uñas son mordidas de diferentes formas, el individuo hará una lista de las diferentes conductas. Cada día, ante el espejo, el paciente describirá en voz alta la manera como se muerde las uñas. La segunda etapa consiste en aprender una respuesta incompatible con el mordido de las uñas. Se deben respetar ciertos criterios si se quiere seleccionar adecuadamente este nuevo comportamiento: La acción no debe interferir con las actividades cotidianas Esta respuesta puede repetirse durante varios minutos sin que parezca inhabitual Es incompatible con el mordido de uñas, es decir, impide a la persona efectuar dicho comportamiento Cuando se realiza esta respuesta, ello permite al paciente darse cuenta de la ausencia del mordido de uñas La respuesta permite reforzar los músculos antagonistas a los del mordido de uñas Entre los movimientos utilizados frecuentemente se encuentran el gesto de apretar el puño, dejar la mano sobre la rodilla, apretar ligeramente la pierna. Este movimiento incompatible se mantendrá alterador de tres minutos desde que el cliente se muerde las uñas o siente ganas de hacerlo. Antes de recurrir a la respuesta incompatible en el medio natural, el paciente practicar solo mentalmente estos ejercicios describiendo en voz alta los detalles del contexto. Tras imaginarse la secuencia en cuestión, debe iniciar los movimientos asociados al mordido y efectuar inmediatamente la respuesta antagonista. Cuando el paciente se siente confiado en poder hacer frente a este tipo de situaciones, ensayará otra. En algunos pacientes añadiremos el aprendizaje de la relajación para controlar el nerviosismo y las ganas de morderse las uñas. Se trata de enlentecer el ritmo de la respiración y efectuar unas respiraciones y espiraciones más profundas. Lo mismo para la musculatura que debe estar más distendida y relajada El apoyo de los amigos y de la familia también es importante. Es necesario felicitar al individuo por los esfuerzos y mejoras observados así como recordarle que debe practicar sus ejercicios. Eso ayuda a mantener la motivación del paciente. Para facilitar la disminución del deseo de morderse las uñas es importante limarlas y cuidar regularmente las cutículas y la piel en torno de las uñas.   (Información extraída de Terapia cognitiva y comportamental / Robert Ladouceur, Ovide Fontaine, Jean Cottraux, 1994)

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Concepto de anorgasmia

Resulta impensable que una mujer de antes de 1950 tuviera preocupación porque las relaciones no culminaran con el orgasmo. La cultura de la época propiciaba que la sexualidad tuviera, entre otras, la función de débito conyugal, o sea, las satisfacciones de las necesidades del varón. Muchos quienes atribuyen un papel importante al informe Kinsey en la desmitificación de la pasividad de la mujer y la aparición subsiguiente de demandas sexuales propias, ajenas a los intereses del compañero. Pero de una reivindicación legítima se ha pasado a una auto exigencia, a veces cargada de ansiedad, lo cual está reproduciendo en la mujer muchos de los factores limitantes a los que ya se había adscrito el varón. Definición La décima revisión de la clasificación internacional de las enfermedades se refiere a  los trastornos sexuales en su capítulo 5 y hace referencia a la disfunción orgásmica cuando el “orgasmo no ocurre o está notablemente retrasado”. La definición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales es más completa: “ausencia o retraso persistente o recurrente del orgasmo tras una fase de excitación sexual normal. Las mujeres muestran una amplia variabilidad en el tipo o intensidad de la estimulación que desencadena el orgasmo. El diagnóstico de trastorno orgásmico femenino debe efectuarse cuando la opinión médica considera que la capacidad orgásmica de una mujer es inferior a la que le correspondería por edad, experiencia sexual y estimulación sexual recibida”. En The Second International Consultation on Sexual Medicin se definió el trastorno del orgasmo como “a pesar de una adecuada excitación hay ausencia, notable disminución de la intensidad o retraso del orgasmo con cualquier tipo de estimulación”. Para los amantes de las clasificaciones, sería conveniente establecer un periodo concreto durante el cual otorgarle una entidad clínica si la anorgasmia se mantiene, ya que a lo largo de la vida de la mujer son muchas las ocasiones en que la respuesta sexual no va a culminar con la sensación orgásmica, sin que se pueda considerar por ello patológico. Habría también que establecer un tiempo de aprendizaje, a partir del cual determinar que existe anorgasmia, porque para la mayoría de mujeres este aprendizaje acontece después de un tiempo de iniciadas las relaciones sexuales. Son las mujeres con experiencia en masturbación las que más fácilmente responden de forma satisfactoria. En el Instituto Andaluz de Sexología y Psicología (IASP) casi el 98% de las mujeres que acuden a consulta quejándose de anorgasmia primaria no se ha masturbado con anterioridad. La forma más fácil de experimentar el orgasmo es por auto estimulación, especialmente del clítoris, un método utilizado por el 95,2% de las mujeres que se masturban. La inserción digital es uno de las formas menos facilitadoras de la respuesta y conduce al orgasmo solo al 0,9% de las mujeres. Otras fórmulas útiles para algunas mujeres, pueden ser la simple presión de las piernas 2,7% acariciarse los pechos 1,2% o únicamente fantaseando. Entre las mujeres que acuden al IASP, la forma más fácil de acceder al orgasmo, además de la estimulación manual, es a través de la estimulación bucal, a continuación la penetración en cabalgada con estimulación manual al mismo tiempo, después la penetración a tergo (ella tendida boca abajo y él penetrando por detrás) con estimulación clitoridea, posteriormente, la penetración en cabalgada, sin estimulación y por último la postura del misionero. La presión sociocultural, como ver escenas eróticas en el cine o leer revistas donde se refieren orgasmos explosivos, hace que quienes no experimentan esa sensación se sientan limitadas, interpretando su sexualidad como pobre, lo cual favorece la evitación y la falta de entrenamiento para acceder a una respuesta satisfactoria. Clases de disfunciones orgásmicas Masters y Johnson distinguían: Disfunción orgásmica primaria: mujeres que nunca han tenido orgasmo Disfunción orgásmica circunstancial o anorgasmia situacional, referida a mujeres que han conseguido el orgasmo pocas veces y bajo circunstancias concretas Disfunción orgásmica fortuita: mujeres que rara vez han alcanzado el orgasmo Disfunción orgásmica secundaria: mujeres que han tenido orgasmo pero a partir de cierto momento dejan de experimentarlo Otros autores también consideran anorgasmia secundaria la posibilidad de experimentar orgasmo con la masturbación pero no con la pareja. El DSM-IV-TR diferencia entre: Anorgasmia de toda la vida: cuando nunca ha habido orgasmo, ni en pareja, ni por masturbación, que es la modalidad más frecuente Anorgasmia adquirida: cuando tras una época de haber tenido orgasmos con normalidad, se deja de experimentarlos de forma sistemática. La experiencia propia señala que la anorgasmia adquirida o secundaria es de peor pronóstico que la primaria y casi siempre coincide con una mala relación de pareja más o menos encubierta. De hecho, es muy normal la aparición de molestias ante casi todas las iniciativas de la pareja, como cambios de ritmos, posturas, olores, además de aparecer ideas intrusivas, en el sentido de considerar que la relación no va a ir bien. En todo caso, ante una anorgasmia secundaria habrán que descartar factores orgánicos, especialmente ciertos fármacos o investigar la posibilidad de que haya ocurrido un hecho traumático. Anorgasmia general: si la mujer es incapaz de sentir un orgasmo ya sea inducido por el coito o por la estimulación del clítoris, en ninguna circunstancia Anorgasmia situacional: cuando se alcanza el orgasmo pero solo en determinadas circunstancias especificas. En el IASP se detectan las siguientes formas de presentación: Nunca ha habido orgasmo bajo ninguna circunstancia Anorgasmia salvo en sueños Orgasmo solo con auto estimulación Solo por presión del chorro de agua de la ducha Solo aprentando las piernas Solo en estimulación manual propia Solo por estimulación manual propia y de la pareja Solo con estimulación oral Solo por estimulación manual de la pareja, pero no con auto estimulación Orgasmo con penetración y estimulación clitoridea al mismo tiempo Con unas parejas pero no con otras Unas cuantas veces en su vida Orgasmo de baja intensidad Que no quieren tener más de un orgasmo seguido Que no están seguras de tener orgasmos A estas distintas formas de presentación habría que añadirle el apellido de “con fácil excitabilidad o con difícil excitabilidad”   (Información

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¿Qué significa el trabajo para las personas con Síndrome de Down?

El trabajo es una característica de la vida adulta para todas las personas discapacitadas o no. El tipo de empleo, el salario percibido y las oportunidades dadas afectan directamente a la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y a la forma en que la sociedad nos valora, así como al grado de libertad que tenemos en el nivel económico y social. Todo el mundo aspira a conseguir un puesto de trabajo socialmente reconocido y a percibir un salario que te permita vivir con comodidad. Partiendo de esta idea, podemos comprender la situación de la persona discapacitada que se encuentra en un centro de asistencia o centro ocupacional, rodeada solo de personas con discapacidades y sin la posibilidad de realizar ningún trabajo remunerado. Dar a esta persona una oportunidad de emplea significa no solo el salario percibido, sino también el reconocimiento de su valor social por parte de la familia y la aceptación en el seno de la comunidad. Otra ventaja importante es la oportunidad de hacer amigos y establecer vínculos afectivos con personas no discapacitadas. El salario es un determinante importante de la calidad de vida, tanto en el ámbito emocional como maternal. Por lo general, cuanto mejor remunerada esté una persona, tanto mayor será su libertad para establecerse independientemente en la sociedad. Las personas son lo que hacen. Es por eso que el trabajo da al individuo con Síndrome de Down la capacidad de tomar decisiones, lo trasforma en una persona activa, dignifica su situación económica, le permite obtener lo que desea y le da seguridad y responsabilidad. Cualquier persona discapacitada cuya capacidad residual pueda ser convertida en valor útil debe ser considerada de por sí como un ser laboral. El valor social extraordinario de esta posibilidad significa que las personas con retraso mental pueden ser iguales a los no discapacitados en el trabajo allí donde sea posible que la tecnología compense las limitaciones humanas. La falta de fe de la sociedad en la capacidad de las personas discapacitadas para realizar un trabajo provechoso es el principal obstáculo para su facultad de integración socio-laboral. La integración laboral es la clave para la integración social. En un estudio llevado a cabo en las Islas Baleares (Asociación Síndrome de Down de Baleares, ASNIMO-SEMPRE VERD): Dieciséis sujetos con Síndrome de Down fueron controlados longitudinalmente durante cuatro años en el sector de la horticultura (cultivos en invernaderos). Mensualmente, profesionales responsables registraban datos sobre las familias y las personas para evaluar su progreso en el trabajo y sus logros en el campo de la autonomía económica social y personal. Veamos los resultados. Existe un marcado interés sobre las siguientes variables: Variables de tipo personal Autoestima y confianza en sí mismo Sensación de utilidad Definición de los rasgos de la propia personalidad Autonomía personal Capacidad de adaptación a lo nuevo Promoción de las capacidades Conciencia de la necesidad de realizar un esfuerzo Sentimiento de que el esfuerzo se traduce en nuevas capacidades y resultados Conciencia de las propias limitaciones Variables de tipo social Experiencia de integración Aprender a coexistir, compartir y relacionarse Aprender a competir Estatus social (participación en la vida comunitaria) Seguridad para el futuro (pensión-jubilación) Mejor conocimiento del valor del dinero Aumento en el nivel de aspiración Variables de tipo económico Dejar de ser sujetos pasivos (un cargo para la sociedad) Convertirse en sujetos productivos Se llegan a las siguientes conclusiones: Nunca es demasiado tarde para aprender en el caso de los adultos con Síndrome de Down. Aunque sean adultos, incluso aunque no haya asistido al colegio, aun cuando presenten daños significativos. La falta de intervención redunda en un aumento del retraso. O, en otras palabras, la intervención debe ser constante, sistemática, adecuada y basada en una motivación personal y efectiva Las personas con Síndrome de Down de cualquier edad y condición pueden trabajar: Si estudiamos sus limitaciones y sus posibilidades y capacidades especificas Si las preparamos adecuadamente     (Información extraída de Síndrome de Down: perspectivas psicológica, psicobiológica y socio educacional / Jean A. Rondal … [et al.], 1997)  

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Depresión infantil

Es evidente que todos los niños se entristecen alguna vez que otra y que, al igual que ocurre en la madurez, la niñez y la adolescencia son épocas de decepciones ocasionales y pérdidas más o menos importantes que van acompañadas del correspondiente pesar. Pero la necesidad de prevención no se refiere tanto a esas ocasiones como a aquellos otros estados de melancolía mucho más graves en los que la espiral de abatimiento hunde lentamente a los niños en la pesadumbre, la desesperación, la irritabilidad y el repliegue en sí mismos. Según los datos recogidos por María Kovacs, psicóloga del Western Psychiatric Institute and Clinic de Pittsburgh, tres cuartas partes de los niños que se vieron obligados a recibir tratamiento a causa de una depresión grave, después sufrieron recaídas. La investigación realizada por Kovacs se inició cuando los niños diagnosticados de depresión contaban ocho años de edad y prosiguió con un seguimiento periódico que, en algunos casos, se prolongó hasta los veinticuatro. La duración promedio de los episodios depresivos infantiles fue de unos once meses, aunque uno de cada seis persistía hasta los dieciocho. Por su parte, la depresión moderada que, en algunos niños, aparecía a los cinco años de edad, era menos incapacitante pero tendía a ser más duradera (una media de cuatro años). Kovacs también descubrió que los niños que sufrían una depresión menor eran proclives a que ésta se agravara y desembocara en una depresión mayor (la denominada doble depresión) y quienes desarrollaban una doble depresión mostraban, por su parte, una mayor tendencia a sufrir episodios recurrentes en años posteriores. Al llegar a la adolescencia y al comienzo de la edad adulta, los niños que habían pasado por algún episodio depresivo sufrían, por término medio, depresiones o trastornos maniaco-depresivos uno de cada tres años. Pero el precio que tiene que pagar estos niños va más allá del sufrimiento causado por la depresión. En opinión de Kovac: “los muchachos aprenden el ejercicio de las habilidades sociales en las relaciones que establecen con sus compañeros. Si uno, por ejemplo, desea algo de lo que carece, ve cómo otros niños resuelven esta situación y luego trata de conseguirlo por sí mismo. Pero los niños deprimidos suelen terminar engrosando las filas de los marginados, de los niños con los que nadie quiere jugar”. La suspicacia y la tristeza que sienten estos niños les hace rehuir los contactos sociales o mirar hacia otro lado cuando alguien trata de establecer contacto con ellos, un signo que suele interpretarse como rechazo. El resultado final es que los niños deprimidos terminan siendo ignorados o rechazados. Este tipo de carencia en su bagaje interpersonal les impide sacar partido del aprendizaje natural que se produce en medio de la bulliciosa actividad del patio del recreo y así suelen acabar arrastrando un lastre emocional y social del que deberían desprenderse cuando salgan de la depresión. En suma, el hecho es que los niños deprimidos son mas ineptos socialmente, tienen menos amigos, son menos elegidos como compañeros de juego, suelen caer menos simpáticos y, en consecuencia, tienen más problemas de relación. Otro precio que deben pagar estos niños por su depresión es el pobre rendimiento escolar. La depresión dificulta la memoria y la concentración, impidiéndoles prestar atención y asimilar lo que se les enseña. Un niño que no tiene ilusión por nada encontrará prácticamente imposible acopiar la energía suficiente para que las lecciones del profesor le estimulen de algún modo. Según el estudio de Kovac, los niños cuyos episodios depresivos son más prolongados obtienen peores calificaciones y suelen ir atrasados en sus estudios. En realidad, parece existir una relación directa entre el periodo de tiempo que un niño permanece deprimido y su rendimiento escolar, con una caída en picado durante el trascurso del episodio depresivo. Por su parte, este pobre rendimiento académico no hace sino complicar la depresión porque, como afirma Kovac: “no es difícil comprender lo que ocurre cuando uno comienza a sentirse deprimido y le suspenden, teniendo que quedarse en casa a estudiar y sin poder salir a jugar con los demás”.   (Información extraída de Inteligencia emocional / Daniel Goleman; traducción de David González Raga y Fernando Mora, 1996)

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Funcionamiento visual y auditivo de las personas con Síndrome de Down

Por lo que respecta a los aspectos oftalmológicos en los niños con Síndrome de Down, es bien sabido que los trastornos oculares se dan con mayor frecuencia en los niños con Síndrome de Down. Por ejemplo, ya se ha indicado que entre un 20 y un 30% de los niños con este síndrome padece estrabismo. La esotropía se da con mayor frecuencia en los niños con Síndrome de Down, mientras que es menos frecuente la exotropía. Las causas más importantes del estrabismo son la opacidad del cristalino y unos errores de refracción no corregidos. Otro trastorno ocular que se observa con frecuencia es el nistagmus, que está presente en un 10 a un 20% de los niños con Síndrome de Down. Puede ser el resultado de una lesión del sistema nervioso central o puede deberse a un error de refracción. Entre las anormalidades de la córnea figuran la opacidad corneal y el queratocono. Este problema se presenta en un 2 a un 7% de las personas con Síndrome de Down, fundamentalmente después de la pubertad. El queratocono se caracteriza por un aumento de la curvatura de la porción central ínfero-temporal de la cornea. El queratocono puede deberse a una combinación de factores internos y externos tales como el trastorno subyacente del tejido conectivo con irritación adicional por frotación del ojo. También se dan con más frecuencia las cataratas en personas con Síndrome de Down que en la población en general. Las cataratas congénitas afectan a aproximadamente un 3% de los recién nacidos. Por lo general, hay opacidades densas del cristalino que requieren una cirugía inmediata. Además, se han observado tres tipos de cataratas adquiridas en personas con Síndrome de Down: capacidades arqueadas, suturales y en copos de nieve. Se ha estimado que hasta un 40 ó 50% de las personas con Síndrome de Down desarrollan cataratas a una edad avanzada. Muchas de estas modificaciones cataráticas, sin embargo, no justifican una intervención quirúrgica. Se ha registrado una mayor frecuencia de errores de refracción como la miopía y la hipermetropía en afectados por el Síndrome de Down. Entre un 30 y un 50% de las personas con Síndrome de Down son miopes, mientras que entre un 20 y un 30% padecen hipermetropía. La mayor parte de los errores de refracción pueden corregirse. La ambliopía afecta a aproximadamente el 12% de los niños con Síndrome de Down. Es fundamental que los niños con Síndrome de Down sean sometidos a exámenes oftalmológicos desde comienzos de la niñez y que las afecciones sean tratadas adecuadamente a fin de poder garantizar un funcionamiento visual óptimo. Las principales cuestiones otoringológicas relacionadas con el Síndrome de Down son: Anomalías en la estructura del oído externo Canal auditivo estenótico/bloqueado con cera Anormalidades de la membrada del tímpano Otitis media Acumulación de liquido en el oído medio Anormalidades osiculares Disfunción de la trompa de Eustaquio Anormalidades del oído interno Cuestiones otolaringológicas En la literatura hay numerosos informes que atestiguan la elevada frecuencia con que se producen anormalidades estructurales, procesos infecciosos y otro tipo de anormalidades funcionales dentro del sistema otológico que a menudo desembocan en pérdidas importantes de la audición. Por ejemplo, los canales auditivos de los niños con Síndrome de Down por lo general son pequeños y estenóticos; también pueden presentarse obstruidos con cera. Las membranas del tímpano pueden estar retraídas, presentar protuberancias o ser escleróticas. El oído medio puede revelar una infección aguda o crónica, acumulación de líquido y/o anormalidades osiculares. También se han descrito disfunciones en las trompas de Eustaquio en los niños con Síndrome de Down. Puede haber otras cuestiones anatómicas y funcionales dentro del sistema otológico, todas las cuales pueden dar como resultado deficiencias en la audición. Según los informes, hasta un 80% de los niños con Síndrome de Down presentan alguna forma de disfunción auditiva. En la mayoría de los casos, la deficiencia auditiva se debe a un daño de los conductos auditivos. También hay una mayor prevalecía de pérdida auditiva sensor neural tanto en los niños como en los adultos con Síndrome de Down. Debido a la elevada frecuencia de anormalidades estructurales y funcionales del sistema otológico, es importante que los niños con Síndrome de Down sean sometidos a exámenes regulares, que se traten con eficacia las infecciones y que, dentro de lo posible, se corrijan las anormalidades estructurales. Esto permitirá que haya una percepción auditiva normal.   (Información extraída de Síndrome de Down: perspectivas psicológica, psicobiológica y socio educacional / Jean A. Rondal … [et al.], 1997)  

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La sexualidad y la vida familiar del individuo con Síndrome de Down

El embarazo Las mujeres con Síndrome de Down pueden concebir y llevar a término un embarazo. Si bien su fertilidad parece estar relativamente disminuida. Se han descrito nacimientos vivos tanto con cómo sin el Síndrome de Down, cuyos padres eran hombres que no padecían este síndrome, dieron como resultado diez niños con Síndrome de Down, 18 sin Síndrome de Down, incluido un caso de gemelos y tres abortos espontáneos. Los bebés sin Síndrome de Down demostraron un número de anomalías congénitas superior a la media. Una revisión más reciente llevada a cabo en 1990 de la serie de Rani y otros de 31 embarazos de mujeres con Síndrome de Down agregaron un resultado de un embarazo normal a esta serie. Hace años se consideraba que los hombres con Síndrome de Down eran estériles. Un informe de 1989 de Sheridan y otros describe un bebé varón 46 XY nacido de un hombre con Síndrome de Down y una mujer sin Síndrome de Down. La paternidad se estableció mediante estudios citogenéticas y de ADN El matrimonio Un estudio realizado en 1973 por Edgerton sugirió que lo mismo sucede con muchos matrimonios dentro de la generalidad de la población, los matrimonios de personas mentalmente discapacitados suelen ser complementarios. En síntesis, las habilidades de un miembro de la pareja compensa las debilidades del otro y viceversa. Es de observar que en el estudio realizado en 1988 por Koller y otros de matrimonios entre personas mentalmente discapacitadas, ninguno de los miembros de la pareja tenía una discapacidad grave. La mayor parte de los sujetos casados incluidos en este estudio padecía una discapacidad leve y presentaba CI superior que el resto del segmento levemente discapacitado de la población general. Si bien las mujeres mentalmente discapacitadas presentaban más problemas maritales que las mujeres de la población general, casi la mitad de los sujetos hembra discapacitados parecían funcionar bien en sus matrimonios. No se observaron diferencias significativas de la tasa de problemas maritales entre los hombres mentalmente discapacitados y los controles “normales”. Los matrimonios con más problemas parecían ser aquellos en los cuales ambas partes de la pareja eran mentalmente discapacitados. A la luz de la tasa de divorcios actual que en los Estados Unidos es superior al 50% la tasa de fracasos en matrimonios con un miembro de la pareja discapacitado tal vez no representante necesariamente un riesgo conyugal desusado. Se cuentan con pocos datos sobre individuos con Síndrome de Down que se casan. Una encuesta realizada por Edwards describió a 38 personas casados con Síndrome de Down. De estos sujetos, 35 eran mujeres; los cónyuges de todas menos una no padecían el Síndrome de Down. La mayor parte de las parejas vivían en un medio estrecha y firmemente apoyados por familiares cercanos y personal de apoyo. Se dispone de poca información sobre la capacidad como padres de los individuos con Síndrome de Down, quizás porque son pocos los que funcionan como tales. La cuestión de la paternidad como derecho de las personas mentalmente discapacitados es una cuestión muy controvertida; muchos consideran que criar un hijo es una destreza que plantea demasiadas exigencias a las personas que padecen el Síndrome de Down. Parte de la literatura sobre abusos infantiles refleja la complejidad, la naturaleza controvertida y la historia negativa por lo que respecta a la aptitud de las personas con Síndrome de Down para la paternidad. Otros como Giovanna Nigro, consideran de una manera muy diferente a esos padres potenciales: “Conozco a muchas parejas levemente retrasadas que están criando a niños sanos y felices. Sus hijos no se desenvuelven peor que los cientos miles de niños nacidos de familias formadas por personas marginales, no consideradas retrasadas, cuyas limitaciones todos conocemos y a las que a veces llamamos “culturalmente desfavorecidas”. Los niños de estas parejas retrasadas en realidad se desenvuelven mucho mejor, ya que los padres retrasados saben que tienen deficiencias y saben que deben procurar el asesoramiento de profesionales” Aunque esta afirmación puede parecer excesivamente entusiasta, nos recuerda que no hay respuestas simples por lo que respecta a los individuos retrasados que quieren convertirse en padres.     (Información extraída de Síndrome de Down: perspectivas psicológica, psicobiológica y socio educacional / Jean A. Rondal … [et al.], 1997)  

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La forma de acabar con la depresión en los jóvenes

En un estudio llevado a cabo en un instituto de Oregón, uno de cada cuatro estudiantes mostraba lo que los psicólogos denominan una “depresión moderada”, una depresión que, aunque no reviste la suficiente gravedad como para afirmar que excede el grado de insatisfacción natural, bien podría constituir la antesala de una depresión auténtica. Setenta y cinco estudiantes aquejados de esta depresión moderada aprendieron, en una clase especial fuera del horario habitual lectivo, a modificar las pautas de pensamiento generalmente asociadas a ese estado, a hacer amigos, a relacionarse mejor con sus padres y a comprometerse en aquellas actividades sociales que les resultaban más atractivas. El 55% de los participantes en el programa, de ocho semanas de duración, logró recuperarse de su depresión, algo que solo consiguió el 25% de los estudiantes deprimidos que no se había beneficiado del programa. Un año más tarde, el 25% de los componentes del grupo de control había caído en una depresión mayor frente al 14% de los alumnos que habían participado en el programa de prevención. Así pues, aunque el programa solo durase ocho sesiones, redujo a la mitad el riesgo de contraer una depresión. El mismo tipo de conclusiones esperanzadoras nos ofrece un programa especial de frecuencia semanal dirigido a niños de edades comprendidas entre los diez y los trece años que tenían frecuentes disputas con sus padres y que también presentaban síntomas de depresión. Durante esta sesiones extraescolares los niños aprendían ciertas habilidades emocionales básicas, como hacer frente a los problemas, pensar antes de actuar y tal vez lo más importante, revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión (como por ejemplo, tomar la firma resolución de esforzarse más en el estudio después de haber obtenido malos resultados en un examen, en vez de pensar “no soy lo suficientemente listo”). En opinión del psicólogo Martin Seligman, uno de los creadores de este programa de doce semanas de duración: “en estas clases los niños aprenden que es posible hacer frente a estados de ánimo como la ansiedad, el abatimiento o el enfado y que la transformación de nuestros pensamientos nos permite, en cierto modo, transformar también nuestros sentimientos”. Según Seligman, el hecho de hacer frente a los pensamientos depresivos disipa las tinieblas del estado de ánimo negativo y “solo depende del esfuerzo sostenido momento a momento el que esto termine convirtiéndose en un hábito”. Estas sesiones especiales también redujeron a la mitad la frecuencia de las depresiones después de dos años de haber concluido el programa. Al cabo de un año, solo el 8% de los participantes arrojaron unos resultados en un test sobre depresión que los situaba en un nivel entre moderado y grave mientras que dos años después, el 20% de los muchachos que habían seguido el curso mostraban algunos síntomas de depresión moderada. El aprendizaje de estas habilidades emocionales, puede resultar especialmente útil en plena adolescencia. Como observa Seligman: “estos chicos suelen estar mejor preparados para afrontar la ansiedad normal que experimenta el adolescente frente al rechazo y parecen haber aprendido esta habilidad en un periodo especialmente crítico para la depresión que tiene lugar alrededor de los diez años de edad. Después de aprendida, esta lección parece persistir e incluso fortalecerse en el curso de los años posteriores, sugiriendo claramente su aplicabilidad a la vida cotidiana”. Los especialistas en la depresión infantil se muestran sumamente esperanzados con la aparición de estos programas. Según Kovac: “si queremos intervenir eficazmente en problemas psiquiátricos tales como la depresión, tenemos que hacer algo antes de que los niños enfermen. La única solución aparece pasar por algún tipo de vacuna psicológica”.     (Información extraída de Inteligencia emocional / Daniel Goleman; traducción de David González Raga y Fernando Mora, 1996)  

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Observaciones conductuales en las personas con Síndrome de Down

Durante las últimas décadas ha ido en aumento el interés por la conducta de los niños con discapacidades evolutivas. Carr y Hewitt (1982) informaron de que el 22% de las madres de niños con once años de edad con Síndrome de Down estaban preocupadas por la conducta de su hijo. Gath y Gumley (1986) describieron diversos problemas de conducta en 193 niños con Síndrome de Down. Encontraron que el 38% de ellos padecía importantes trastornos de conducta. Los autores indicaron una presencia más frecuente de trastornos de conducta en los niños con Síndrome de Down que en otros niños. Al revisar la literatura sobre la conducta en personas con Síndrome de Down, encontramos que muchos autores han descrito rasgos conductuales específicos en niños con Síndrome de Down. Se dice que son amigables, afectuosos, plácidos, abcecados, retraídos y presentan conductas desafiantes. Sin embargo, ya en 1953 Blacketter Simmonds informó de que el comportamiento social de las personas con Síndrome de Down no respondía al estereotipo y no era homogéneo. En 1973 Baron informó que la conducta de los niños con Síndrome de Down era similar al de la población “normal” si se tomaba en cuenta la edad mental. Además, otros investigadores indicaron que este antiguo estereotipo tal vez sea incorrecto y que los niños con Síndrome de Down presentan la misma variedad de atributos de la personalidad y conductuales que se observan en los demás niños que no tienen ese trastorno cromosomático. La Lista de Control de Achenbach sobre la conducta infantil fue pensada para registrar en un formulario normalizado los atributos y competencias conductuales de los niños comprendidos entre cuatro y dieciséis años. Hay dos agrupaciones de banda ancha en todos los grupos por sexo/edad a los que hace referencia Achenbach como dicotomía interiorización/exteriorización La Escala Ambiental de la familia tiene como objetivo medir las características sociales de todos los tipos de familias. Las diez subescalas de este instrumento evalúa tres ámbitos importantes: la relación, el crecimiento personal y el mantenimiento del sistema. La dimensión relación se mide con las subescalas de cohesión, expresividad y conflicto. La dimensión crecimiento personal comprende las subescalas de independencia, orientación hacia la consecución, orientación intelectual/cultural, activo-recreativa y moral/religioso. La Batería de Evaluación del temperamento para niños se centra en la información sobre la conducta de los niños en situaciones diferentes. Esta escala consta de tres escalas de clasificación diferentes que miden dimensiones básicas de la personalidad y la conducta de los niños pequeños. Las seis conductas básicas que se miden con esta escala son la actividad, la adaptación, la aproximación/retraimiento, la intensidad emocional, la tendencia a la distracción y la perseverancia. Utilizando la Lista de Control de Achenbach para la Conducta Infantil, no encontramos ninguna diferencia significativa entre el grupo de estudio y el grupo de control por lo que respecta a los resultados de interiorización obtenidos de las respuestas tanto de los padres como de los maestros. Sin embargo, se observaron diferencias estadísticamente significativas entre los grupos de estudio y de control en los resultados de exteriorización y totales por las respuestas tanto de los maestros como de los padres. Los perfiles de la Escala Ambiental Familiar indican por término medio puntuaciones altas en elementos tales como cohesión, expresividad, consecución, acentuación moral /religiosa y organización. La familia media estaba también orientada hacia la consecución, según lo demostró un resultado alto en consecución media. Los padres respondieron afirmativamente a los siguientes enunciados: siempre tratamos de hacer las cosas un poco mejor a la vez siguiente, salir adelante en la vida es muy importante para nuestra familia. También hubo altos valores medios en las categorías moral/religiosa y organización, ya que los padres contestaron a menudo verdadero a enunciados tales como los miembros de la familia tienen ideas estrictas sobre lo que está bien y lo que está mal y creemos que hay algunas cosas que hay que aceptar con fe. Los perfiles de la Batería de Evaluación del  Temperamento para Niños según las declaraciones de los padres y maestros son muy similares excepto para las categorías de tendencia a la distracción donde los profesores registraron puntuaciones significativamente superiores que las de los padres. Los individuos con Síndrome de Down obtuvieron puntuaciones levemente superiores que sus hermanos en todas las categorías a excepción de intensidad emocional y perseverancia; sin embargo, solo se llegó a una significación estadística en la categoría aproximación/retraimiento. Esto indicó que los niños con Síndrome de Down son más dispuestos a entablar relaciones sociales y disfrutan más con las nuevas actividades. Los padres a menudo mencionaron que el niño inmediatamente participa en una nueva situación de aprendizaje, el niño se sumerge en las nuevas actividades y situaciones sin la menor duda. Los estudios sobre la conducta, el temperamento y los factores ambientales indican que los niños con Síndrome de Down tienen más similitudes que diferencias con sus hermanos y hermanas y con los demás niños de la comunidad. Cuando se puntúan los datos sobre la conducta surge un perfil hiperactivo.   (Información extraída de Síndrome de Down: perspectivas psicológica, psicobiológica y socio educacional / Jean A. Rondal … [et al.], 1997)

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