El nombre DIR (del inglés, developmental individual-difference-relationship-based o método basado en el desarrollo, las diferencias individuales y la interacción) se refiere a Diferencias individuales que remite a la manera única en la que un niño procesa la información e interacción nos da la clave del aprendizaje que recibe un niño a través de la relación con los demás, una relación que le permite avanzar en su progreso.
El modelo DIR se construye a partir de tres requisitos que se desarrollan para garantizar programas de intervención basados en la fase del desarrollo avanzada por el niño, en su perfil de procesamiento y en el tipo de interacción que mas favorece a su desarrollo. El método DIR les permite a los padres, educadores y clínicas realizar evaluaciones y diseñar programas terapéuticos adaptados al niño que padece TEA.
Aunque el modelo DIR se identifica muchas veces con la terapia Floortime, esta terapia es uno de los componentes del modelo de tratamiento global DIR. La terapia Floortime se centra en crear interacciones emocionalmente significativas que le sirvan de aprendizaje al niño y que refuercen las seis fases de desarrollo del paciente. El modelo DIR también incluye actividades semiestructuradas de resolución de problemas, logopedia, terapia ocupacional, juego, etc. el modelo DIR ha ayudado a muchos niños con TEA a relacionarse con adultos y con los niños de su edad con afecto, a comunicarse de manera lógica utilizando el lenguaje gestual y corporal y a pensar con un alto nivel de razonamiento abstracto y a mostrar empatía.
Estos tres pilares básicos del desarrollo normativo son la clave para alcanzar las metas propuestas para los niños con TEA. Manejar las situaciones sociales, adquirir los conocimientos necesarios para sentarse y escuchar y aprender las normas de comportamiento son objetivos muy deseables; de hecho, son metas que anhelan todos los padres, educadores y expertos. Sin embargo, estos aprendizajes situacionales y basados puramente en la inculcación de los conocimientos tienen que aplicarse en un contexto que tenga en cuenta todo el desarrollo emocional y cognitivo. El modelo DIR permite aunar los aprendizajes emocionales, sociales, intelectuales y educacionales de cada niño.
Fases de desarrollo
El desarrollo de un niño se ve determinado por seis fases iniciales y tres fases avanzadas: las últimas garantizan el desarrollo progresivo de adolescentes y adultos. Este modelo ha permitido inducir la noción de la interconexión existente entre las emociones y el intelecto. La mayoría de las teorías cognitivas no han explicado cómo mejorar el pensamiento avanzando porque han ignorado el rol de la emoción.
En las décadas de 1940 y 1950, los investigadores y clínicas empezaron a analizar la influencia de las emociones primarias de los niños como base de su aprendizaje y del desarrollo de su personalidad. Otros estudios ahondaron en aspectos específicos de las emociones y las experiencias sociales como el apego. El esquema de análisis del modelo DIR se basa precisamente en esta noción, y partiendo de las experiencias emocionales más intensas, demuestra cómo las emociones conducen al pensamiento simbólico y a la inteligencia
Los neonatos experimentan estados emocionales globales muy limitados, como la sensación de calma y bienestar. Al ir interaccionando con los padres, empiezan a diferenciar y a elaborar esos estados; por ejemplo, la voz suave de la madre les produce placer. A través de la interacción constante con las personas, los bebés aprender a asociar las emociones con la experiencia física. Cada experiencia que asume un niño contiene una parte física y una cualidad emocional. Un abrazo remite a una sensación de unión pero con un abrazo, un niño también se puede sentir seguro o asustado.
Cada niño percibe las sensaciones a su manera. Hay sensaciones de tacto o sonido que tranquilizan mucho a un niño y lo sobre estimulan a otro. Estas diferencias físicas influyen tanto en la reacción física como emocional de un niño ante las sensaciones.
Siempre y cuando el padre y tutor vaya interpretando y respondiendo a las reacciones emocionales del niño, la interacción será un hecho y el desarrollo se verá facilitado. El sistema nervioso central de un niño le ayuda a crearse patrones. Por ejemplo, aprende que su expresión facial desencadena una respuesta con fines determinados y a usar estas respuestas para la resolución de problemas y construye patrones más complejos.
Cada fase del desarrollo emocional funcional exige el dominio simultáneo de las competencias emocionales y cognitivas. Por ejemplo, un niño aprende la relación de causalidad a través del intercambio de señales emocionales: yo te sonrío y tú me sonríes como respuesta. A partir de aquí, utiliza este conocimiento para entender que pulsar un botón provoca un ruido. Esta primera lección es tan cognitiva como emocional. De este modo, un bebé se sentirá implicado en la relación con sus padres si se pone en juego sentimientos de amor que proporcionan un intercambio de señales sociales y si aprende a resolver problemas y a observar patrones de conducta.
A veces se produce el hecho de que un niño domina solo parcialmente una de estas fases de desarrollo emocional. En este caso, el desarrollo emocional presenta ciertas anomalías: las relaciones son más superficiales y menos íntimas y la empatía hacia los demás se limita a determinados sentimientos.
Primera fase: regulación e interés por el mundo
En los primeros meses de vida, los bebes aprenden a mostrar al mundo sus emociones a partir de sus propias sensaciones internas; por ejemplo, cuando tienen gases. Para conseguirlo, deben tener la necesidad de mirar o escuchar; de prestarle atención al mundo que les rodea. Los padres intensifican esta necesidad a través de caricias, una voz suave, una gran sonrisa y unos ojos expresivos. Este proceso empieza inmediatamente en cuanto nacemos.
Los neonatos de pocos días reaccionan a las sensaciones de forma emocional. Por ejemplo, prefieren el sonido o el olor de la madre a cualquier otro. Succionan con más fuerza cuando el líquido es dulce. La respuesta a emocional producida por las sensaciones le ayuda a diferenciar entre las diversas sensaciones. La inteligencia se desarrolla a través del uso de todos estos sentidos para percibir el mundo y construir patrones, empezando por la diferenciación de la voz del padre y de la madre.
Si las primeras sensaciones son desagradables, el bebé deja de prestarle atención al mundo que le rodea. Como cada niño responde a su manera a la visión, sonido, tacto, olor y el movimiento, los padres pueden deducir qué sensación prefiere si están atentos. Hay bebés que son muy sensibles y que necesitan caricias muy suaves, otros necesitan un contacto más enérgico y estimulador. En esta fase se desarrolla la atención conjunta: para aprender a interactuar, el niño necesita saber concentrarse, estar tranquilo e interiorizar información a partir de sus experiencias con los demás, de lo que ven, oyen, huelen, tocan y prueban y de su forma de moverse
Segunda fase: relacionarse y desarrollar la empatía
Gracias a los cuidados que reciben, los bebés se implican y se interesan cada vez más por las personas que los rodean. Desde el primer día, el bebé aprende a distinguir a los cuidadores más importantes. Entre el segundo y quinto mes, expresan sus preferencias a través de sonrisas y balbuceos. Cuando ya se interesa por sus verdaderos cuidadores y los ve como personas que le proporcionan placer empiezan a fluir las interacciones emocionales y se empieza a forjar un nuevo nivel de inteligencia. En este punto, el bebé aprende a diferenciar entre el placer de interactuar con personas e interesarse por objetos inanimados. El placer que les proporcionan sus cuidadores le permite construir categorías de voces y expresiones faciales que reflejan las intenciones y sentimientos del cuidador.
Muchos padres de niños con TEA u otro trastorno sienten una gran frustración al no poder interactuar con su hijo. En estos casos, se les suele aconsejar que fuercen la relación con el niño y que obliguen al niño a fijar la mirada. Cuando hablamos de relacionarse y desarrollar la empatía, se debe hacer con toda la pasión. El niño debe sentir el deseo de ser integrante de una relación. Si ayudamos a un niño con TEA a que refuerce la competencia no solo conseguiremos que adquiera esta capacidad, sino que empezaremos a contrarrestar los síntomas de estrés que siempre conducen a la soledad y aislamiento.
Tercera fase: interacción bidireccional y con propósito comunicativo
A los seis meses, los bebés empiezan a transformar las emociones en señales comunicativas. Para que esto se produzca, los padres deben interpretar y responder las señales del bebé e impulsarlo a interpretar y responder a las suyas. Mediante estos intercambios, los bebés empiezan a involucrarse en una interacción bidireccional. Por ejemplo, el bebé le sonríe a la madre y él obtiene una sonrisa a cambio, de tal modo que vuelve a sonreír. Esto se denomina cadena de comunicación. La sonrisa del bebé se vuelve propositiva: sonríe para obtener una sonrisa a cambio. Las expresiones faciales, las vocalizaciones y los gestos forman parte de este sistema de señales. Este hito es muy difícil de alcanzar para los niños con TEA.
Un niño que domina o empieza a dominar esta competencia básica puede comunicarse sin palabras y expresar lo que quiere. Un bebé que sabe transferir sus necesidades sufre menos frustración y llora menos que un niño que no domine esta competencia. En este último caso, el bebé puede desplegar su agresividad y su impulsividad agarrando el juguete de otro niño en lugar de señalarlo. Esta es una manera de ver saciadas sus necesidades sin comunicarlas. El dominio de la comunicación bidireccional también evita que el niño muestre comportamientos repetitivos, pues al estar inmerso en un proceso de comunicación, la interacción le impulsa a centrarse en nuevas conductas propositivas.
Cuarta fase: resolución social de problemas, regulación del humor y desarrollo del “yo”
Los bebés realizan avances muy intensos entre los 9 y los 18 meses. En esta fase, refuerzan la comunicación bidireccional y la usan para resolver problemas. Aprenden a agarrarse de la mano de su madre, a hacerle gesto para que abra la puerta del jardín y a señalar al columpio para expresar que quiere subir. La madre responde a cada una de las señales y cierra el círculo de comunicación. Durante esta fase emerge la resolución social de problemas: los niños actúan siguiendo patrones que implican tres o cuatro secuencias de acciones para lograr un resultado concreto.
Los niños que cogen al progenitor de la mano para buscar un juguete entienden una multiplicidad de elementos de un patrón. Parte de estos elementos son sus propias necesidades y deseos, la secuencia de acciones que implica coger el juguete, la ubicación viso espacial de moverse dese el suelo y llegar a la estantería donde está el juguete, la pauta vocal de captar la atención del progenitor y los patrones sociales que se ponen en juego cuando quiere encaminar a su padre hacia un fin determinado.
En el intercambio diario de afecto y en las riñas con los padres, el niño aprende a limar emociones externas, como el miedo y la rabia. En un bebé, la rabia es explosiva y la tristeza parece envolvente. En la cuarta fase, el niño aprende a modular sus sentimientos intensos a través de las señales emocionales o la negociación con los padres. Cuando ya es capaz de intercambiar señales emocionales rápidamente con los padres, puede expresar cómo se siente con una señal o gesto antes de que el sentimiento se vuelva intenso. Si está enfadado porque tiene hambre, puede señalar la comida o hacer ruidos comprensivos para indicarle que comerá rápidamente o que tendrá que esperar un poco. Sea cual sea su respuesta, lo importante es que el niño obtiene enseguida una señal emocional como respuesta. A partir de ahí, el niño puede seguir negociando con mas gestos para modular mas sus sentimientos.
Los intercambios en el niño forman parte de la definición de su “yo”. El niño ya no se limita a expresar uno o dos sentimientos y obtener la respuesta pertinente de su padre o madre, sino que es capaz de verter una gran cantidad de deseos y sentimientos. Más allá de estos, el niño percibe sus patrones de conducta. Con el tiempo, estos patrones se convierten en un yo y un tu y emerge un yo íntegro a partir de la propia interacción con otros yos también íntegros.
En esta fase, los niños también aprenden el funcionamiento del mundo físico: estirar del tirador de un armario le permite coger la caja, tirar un objeto hace mucho ruido. Ver el mundo a través de estos patrones le ayuda a entender cómo funciona, a crearse expectativas y a dominar sus competencias. El niño utiliza esta habilidad para distinguir de entre múltiples patrones de expresiones emocionales de los demás aquellos que significan tranquilidad y seguridad de lo que significan peligro. Puede diferenciar la aprobación y desaprobación, la aceptación y el rechazo. El niño empieza a utilizar este conocimiento para responder de manera diferente a los demás en función de tono emocional con el que le hablen.
Quinta fase: construcción de símbolos y uso de palabras e ideas
Al año y medio, las capacidades motoras del niño se han desarrollado hasta el punto de que pueden coordinar los músculos de la boca y las cuerdas vocales, y las competencias intelectuales han progresado de tal modo que pueden empezar a utilizar el lenguaje verbal para expresarse.
Para entender el lenguaje y usar palabras, el niño primero debe saber intercambiar señales emocionales complejas, para poder separar las acciones de las percepciones y retener las imágenes en la mente. También debe ser capaz de conectar esas imágenes a sus emociones para dotarlas de sentido y constituir símbolos e ideas. El lenguaje empieza a desarrollarse porque las imágenes adquieren significado a través de las experiencias y los intercambios emocionalmente relevantes.
Se piensa que usar ideas forma parte de hablar o argumentar. Pero un niño puede decir coche, mesa, silla, sin usar las ideas de esta manera. Muchos niños con TEA repiten o enumeran palabras constantemente. Cuando hablamos de usar ideas se refiere a usar palabras, imágenes, o símbolos con propósito comunicativo. Es mucho más beneficios para los niños usar palabras con un significado interactivo que recitar enunciados enteros o párrafos que hayan memorizado
El uso funcional de ideas y símbolos se puede apreciar a través del juego de imaginación. En esta fase, el niño juega a recrear acciones reales o imaginadas, como tomar un café o luchar contra un monstruo. También usa símbolos para manipular las ideas de su mente sin tener que llevar a cabo acciones. Esto le permite ser más ágil en el razonamiento, en el pensamiento y en la resolución de problemas. Entre esta fase y el final de la siguiente, el lenguaje y el uso de símbolos han crecido en complejidad y han ido alcanzado los siguientes niveles:
- Las palabras y acciones se utilizan conjuntamente para expresar ideas
- Las palabras representan estados físicos: me duele el estomago
- En lugar de recurrir a acciones, se hace uso de la palabra para transmitir un propósito: te pego
- Las palabras representan ideas sobre sentimientos generales: te odio
- Las palabras se utilizan para expresar deseos que puedan implicar diversos razonamientos: tengo hambre ¿Qué hay para comer?
- Las palabras se usan para representar sentimientos que no están directamente ligados a una acción: “no me hacen caso”
La representación simbólica que desencadena el desarrollo del lenguaje es el requisito indispensable para alcanzar altos niveles de inteligencia, que incluyen la ubicación visoesacial y la capacidad de planear acciones que obedezcan a propósitos simbólicos. Es natural entonces que los niños con anomalías biológicas que les impiden conectar las necesidades y emociones con las acciones tengan dificultades al atravesar estas etapas.
Sexta fase: pensamiento emocional, lógica y percepción de la realidad
A los dos años y medio, el niño mejora su capacidad de conectar los símbolos y de establecer una relación lógica entre ellos, abriendo la puerta al pensamiento y a la reflexión. Un niño puede preguntar Mama ¿coche donde? O responder a la pregunta del padre ¿Dónde está? Con ¡Ahí! Cuando le preguntas Cariño, ¿por qué quieres el coche? El niño que ya puede conectar ideas responde Jugar. El niño está conectado dos ideas mediante una relación lógica: tu idea ¿Por qué? con su idea de jugar. En esta fase, el niño aprende que una acción lleva a la otra, que las ideas tienen repercusión sobre el paso del tiempo y que las ideas tienen repercusión sobre el espacio. Las ideas también pueden ayudar a explicar emociones y a organizar las nociones del mundo.
Relacionar de manera lógica la idea de uno con la idea de otra apersona es la base para adquirir una nueva conciencia de la realidad. El niño ahora sabe conectar experiencias internas con las externas y sabe distinguirlas; es decir, sabe dividir las experiencias en categorías subjetivas y objetivas
Un niño que se desarrolle de manera adecuada maneja hasta seis fases a los cuatro o cinco años y está preparado para adquirir más competencias. Si el niño padece TEA o cualquier otro trastorno del desarrollo, el dominio de estas fases puede tardar mucho más.
Séptima fase: pensamiento triangular y multicausal
En esta fase, el niño supera el simple esquema de razonamiento causal y ya es capaz de considerar las causas múltiples. Por ejemplo, si un amigo no quiere jugar, en lugar de deducir Me odia, se plantea “A lo mejor quiere jugar con otro niño”. La multiplicidad de causas le permite utilizar el pensamiento triangular.
Para adquirir el pensamiento multicausal, el niño debe desplegar su capacidad emotiva considerando diversas posibilidades. Por ejemplo, debe ser capaz de considerar a otro amigo diferente como su compañero de juegos en lugar de depender de un solo amigo. En esta fase, el niño ya entiende que la relación entre los miembros de la familia es dinámica en términos de relaciones entre distintas personas y que ya no se entiende como una simple satisfacción de necesidades
Octava fase: área gris. Razonamiento emocional y diferenciado
El pensamiento triangular y multicausal le permite al niño avanzar en la comprensión de los diferentes grados y la influencia relativa de los sentimientos, acciones o consecuencias. En el colegio, no solo aprenden a considera las diferentes razones de una acción, sino a analizar la importancia relativa de estas acciones. Comparan sentimientos muy variados con los compañeros y negocian las normas del patio. Por otra parte, también comprenden y participan en las jerarquías sociales que contienen diferentes factores como nivel atlético, habilidades académicas, juicios de la persona, etc. en esta fase, el niño ya sabe llegar a un acuerdo y aplica nuevas maneras de solucionar problemas
Novena fase: desarrollo avanzado del yo y guía de patrones internos
En la etapa de la pubertad y la primera adolescencia, se producen interacciones emocionales más complejas que ayudan al niño a interiorizar los pensamientos sobre las relaciones y a forjar un yo más maduro. El niño ya es capaz de juzgar sus experiencias. Por ejemplo, puede decir por primera vez estaba más enfadado de lo normal. Puede analizar el comportamiento de los niños de su edad y decir: A ellos les gusta hacer eso, pero a mí no
En esta fase, el niño aprende a hacer interferencias y a analizar más de un marco de referencia a la vez. Crea nuevas ideas a partir de las existentes y tiene una noción del futuro, del pasado y el presente. La habilidad de pensar en dos perspectivas a la vez separa a los individuos que se decanta por pensamientos concretos de los que alcanzan niveles más altos de inteligencia y de reflexión muy característicos de un adolescente sano y de un pensamiento maduro.
Una vez se alcanzan las nueve fases del desarrollo emocional las personas siguen desarrollando la cognición a lo largo de la vida. Los adolescentes y adultos progresan y continúan su avance en unas siete fases más. Ante semejante trayectoria de desarrollo del ser humano, los padres de niños con TEA pueden empezar a plantearse que el desarrollo de las personas nunca se detiene, ni siquiera para los individuos que padecen TEA u otros trastornos. Estas fases comportan:
- Una noción expandida del yo que incluye, por ejemplo, las relaciones familiares y de la comunidad
- La capacidad de reflexionar sobre el futuro de uno mismo
- La noción estable y diferenciada del yo
- Transmitir emotividad y marcarse propósitos
- Paternidad u otro papel de protección
- Enriquecer las nociones sobre el tiempo, espacio, ciclo de la vida y límites de la existencia
- La sabiduría de la edad: un sentimiento de responsabilidad respecto al entorno y a las generaciones futuras y una noción de ubicación en el esquema de las relaciones humanas.
(Información extraída de Comprender el autismo los trastornos del espectro autista y el síndrome de Asperger desde la infancia hasta la edad adulta / Stanley I. Greenspan, Serena Wieder; traducción de Victoria Martín Santamarta., 2012)