Del Duelo a la Resiliencia

El trauma trae consigo una pérdida. Incluso aquellos que son tan afortunados como para escapar físicamente ilesos pierden las estructuras psicológicas internas de una persona seguramente vinculada a los demás. Los que sufren daños físicos pierden también su sensación de seguridad física. Aquellos que pierden a personas importantes se enfrentan a un nuevo vacío en sus relaciones con amigos, familia o comunidad.

Las pérdidas traumáticas rompen la secuencia normal de las generaciones y retan las definiciones sociales normales de desgracia y pérdida. Contar la historia del trauma sumerge a la superviviente en un profundo dolor.

Este acto de duelo es la labor mas necesaria, y al mismo tiempo más temida en esta fase de recuperación. A menudo los pacientes escuchan que la labor es insuperable y que nunca dejarán de hacerlo.

Con frecuencia la superviviente se resiste a ponerse de luto, no solo por miedo, sino también por orgullo. Puede negarse conscientemente a llorar la pérdida como forma de negarle al perpetrador su victoria. En este caso seria importante volver a contextualizar el luto de la paciente como un acto de valentía y no de humillación. Si la paciente es incapaz de llorar la pérdida, se arrebatará una parte de sí misma y se negará una parte importante de su curación. Reclamar la capacidad para sentir toda la gama de emociones, incluida la pena, debe ser entendido como un acto de resistencia y no de sumisión a la intención del perpetrador. Tan solo llorando todo lo que ha perdido puede descubrir la paciente su vida interior indestructible.

Como llorar la pérdida es doloroso, resistirse a ello es la causa más común de estancamiento en la segunda fase de la recuperación. Esta resistencia puede usar varios disfraces; con mucha frecuencia aparece como una fantasía de resolución mágica a través de la venganza, el perdón o la compensación.

Con frecuencia la fantasía de venganza es una imagen en el espejo del recuerdo traumático, en la que se invierten los papeles de perpetrador y víctima. A menudo tiene la misma cualidad grotesca, congelada y silenciosa del propio recuerdo traumático. La fantasía de la venganza es una forma del deseo de catarsis. La victima imagina que puede liberarse del terror, la vergüenza y el dolor del trauma vengándose del perpetrador. El deseo de venganza también surge de la experiencia de absoluta indefensión. En su furia humillada, la victima imagina que la venganza es la única forma de recuperar su sensación de poder. También puede llegar a imaginar que esta es la única manera de obligar al perpetrador a reconocer el daño que le ha hecho.

Aunque la persona traumatizada cree que la venganza le aliviará, en realidad las fantasías de venganza repetidas no hacen mas que incrementar su tormento. Las fantasías de venganza violentas y graficas pueden ser tan activadoras, terroríficas e intrusivas como las imágenes del trauma original. Agravan los sentimientos de terror de la victima y degradan su imagen de sí misma. La hacen sentir como un monstruo.

Durante el proceso de luto, la superviviente debe hacer las paces con la imposibilidad de tomarse la revancha. Mientras da rienda suelta a su ira en un entorno seguro, su furia indefensa se convierte en una forma poderosa y satisfactoria de ira: indignación justificada. Esta transformación permite a la superviviente liberarse de la prisión de la fantasía de la venganza, en la que está sola con el perpetrador.

Una variante de la fantasía de compensación busca la comprensión no del perpetrador, sino de los testigos, reales o simbólicos. La exigencia del compensador puede ser dirigida a la sociedad en general o a una persona en particular. La existencia puede parecer ser enteramente económica, como un subsidio por minusvalía, pero también incluye componentes psicológicos.

Durante la psicoterapia, la paciente puede centrar sus exigencias de compensación en la terapeuta. Puede llegar a resentir los limites y responsabilidades del contrato de terapia y puede insistir en conseguir algún tipo de dispensación especial. Bajo estas exigencias está la fantasía que solo el amor sin limites de la terapeuta o de otro personaje mágico, puede deshacer el daño del trauma.

La mejor manera en que un terapeuta puede cumplir con su responsabilidad hacia el paciente es guardando fiel testimonio de su historia y no infantilizarla concediéndole favores especiales. Aunque la supervivencia no es responsable del daño que se le ha hecho, sí lo es de su recuperación. La aceptación de esta aparente injusticia es el punto de partida para recuperar el poder. La única manera en que una superviviente puede tomar el control absoluto de su recuperación es responsabilizarse de ella.

Tomar responsabilidades tiene un significado adicional para supervivientes que han hecho daño a otros, tanto en la desesperación del momento como en la lenta degradación de la cautividad. El veterano de guerra que ha cometido atrocidades puede sentir que ya no pertenece a una comunidad civilizada. El prisionero político que ha traicionado a otros bajo coacción o la mujer maltratada que no ha conseguir proteger a sus hijos, pueden sentir que han cometido un crimen peor que el del perpetrador. La superviviente necesita llorar la pérdida de su integridad moral y encontrar su propia forma de compensar lo que ya no se puede deshacer.

Las supervivientes de abusos infantiles crónicos se enfrentan a la labor de llorar no solo lo que perdieron, sino también lo que nunca fue suyo y no pudieron perder. Ya no se les puede devolver la infancia que perdieron. Deben llorar la pérdida del establecimiento de la confianza básica, de la creencia de un buen padre o madre. Cuando llegan a reconocer que no fueron responsables de su destino, se enfrentan a la desesperación existencial a la que no pudieron enfrentarse cuando eran niños.

Este enfrentamiento con la desesperación puede traer consigo un creciente riesgo de suicidio. En contraste con la impulsiva autodestrucción de la primera fase de recuperación, los impulsos suicidas de la paciente durante esta segunda fase pueden evolucionar desde una decisión calmada, fría y aparentemente racional, de rechazar un mundo en el que son posibles esos horrores. Las pacientes suelen entrar en estériles discusiones filosóficas sobre su derecho a elegir el suicidio. Es imperativo superar esta defensa intelectual y analizar los sentimientos y fantasías que aumentan la desesperación del paciente. Es frecuente que tenga esta fantasía de que ya forma parte de los muertos porque su capacidad para amar ha quedado destrozada. La única forma de impedir la caída del paciente hacia la desesperación es ir mostrándole que tiene la capacidad de formar conexiones amorosas.

Las pistas que indican que existe una capacidad de amar que no ha sido dañada se pueden encontrar en la evocación de la imaginería de consuelo. Casi siempre es posible encontrar alguna imagen de vinculación afectiva que se ha salvado del hundimiento. Un recuerdo positivo de una persona que te demuestra cariño y consuelo puede ser el salvavidas en este descenso. La capacidad de la paciente para sentir compasión por los animales o los niños, incluso a distancia, puede ser el frágil comienzo de un sentimiento de compasión hacia sí misma. La recompensa del luto llega cuando la superviviente descarta su identidad malvada y fragmentada y se atreve a esperar nuevas relaciones en las que ya no tenga nada que esconder.

La segunda fase de recuperación tiene una cualidad intemporal que asusta. La reconstrucción del trauma requiere la inmersión en una experiencia pasada de tiempo congelado; entrar en el estado de luto puede parecer como una rendición a las lagrimas interminables. A menudo los pacientes preguntan cuánto tiempo durará el doloroso proceso. No hay ninguna respuesta para esta pregunta: solo la seguridad de que n ose puede evitar ni aclarar el proceso.

Después de muchas repeticiones, llega el momento en el que contar la historia del trauma no despierta sentimientos tan intensos. Se ha convertido en parte de la experiencia de la superviviente, pero tan solo en una parte. La historia es un recuerdo igual a muchos otros recuerdos, y empieza a desvanecerse igual que se desvanecen los demás recuerdos. La superviviente empieza a pensar que quizás el trauma no sea la parte mas importante, o siquiera la mas interesante, de la historia de su vida. Puede que la superviviente se pregunte cómo podrá presentar sus respetos al horror que ha vivido si ya no dedica su vida a recordarlo y llorarlo. Sin embargo, se da cuenta de que su atención vuelve a centrarse en la vida normal. No debe preocuparse. Nunca olvidará. Pensar en el trauma todos los días de su vida. Lo llorará todos los días. Pero llega un momento en que el trauma ya no ocupa el primer lugar de su vida.

La reconstrucción del trauma nunca se completa del todo; nuevos conflictos y nuevos retos en cada fase de la vida volverán a despertar el trauma inevitablemente y sacarán a la luz nuevos aspectos de la experiencia. Cuando la paciente reclama su propia historia y siente una esperanza y una energía renovadas para vivir su vida se sabe que ha conseguir la principal labor de la segunda fase. El tiempo vuelve a moverse. Cuando la acción de “contar una historia” ha llegado a su conclusión, la experiencia traumática realmente pertenece al pasado. En este momento la superviviente se enfrenta a la labor de reconstruir su vida en el presente y de lograr sus aspiraciones para el futuro.

 

(Información extraída de Trauma y recuperación cómo superar las consecuencias de la violencia / Judith Herman, 2004)

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