Se pueden distinguir varias clases de estrés:
Según sea beneficioso o nocivo
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- El estrés beneficioso o eutrés, indispensable para el desarrollo y funcionamiento del organismo, que nos ayuda a funcionar y rendir mejor. Nos permite actuar de forma adecuada ante los problemas de la vida y nos proporciona mayor creatividad y mecanismos de defensa. Gracias a él ha ido evolucionando la humanidad, ha sido capaz de afrontar problemas y situaciones críticas, nos impulsa a seguir avanzando y aprendiendo, a tener ilusión y motivarnos, a tener objetivos y conseguirlos
- Estrés nocivo o distrés, dañino que nos afecta de forma negativa. En gran medida se encuentra detrás de casi todas nuestras enfermedades. Es tan cotidiano que ya consideremos normal vivir con él. Para algunos hasta es síntoma de éxito.
Según su duración:
- Estrés agudo, indispensable para nuestra supervivencia. Se produce ante una amenaza inmediata. Los cambios físicos, mentales, emocionales que produce tiene una corta duración. Es como reforzar nuestras defensas a corto plazo frente a eso que percibimos como una amenaza. Se manifiesta como una reacción de luchar o huir, según la evaluación que hagamos de la situación. En ella podemos distinguir dos fases:
- Una primera fase de activación, en la que toma protagonismo el sistema nervioso autónomo simpático
- Una segunda fase de recuperación, en el que el protagonista es el S.N. parasimpático
Ante una situación de estrés agudo reaccionamos activando el S.N. simpático, produciendo una descarga de cortisol, catecolaminas y encefalina, elevando la cantidad de glucosa en sangre, produciendo una vasoconstricción periférica, taquicardia, taquipnea, midriasis, sequedad en la boca, etc. Cuando se activa el parasimpático, disminuye la frecuencia cardiaca y respiratoria, se estimula la secreción salival, se contrae la pupila ocular, se relaja el esfínter de la vejiga y el anal.
- Estrés crónico, se produce en caso de una amenaza prolongada en el tiempo o percibida como tal. Es una reacción duradera y en la que se producen cambios psicofísicos prolongados. Hay una verdadera somatización. Si el estrés por su intensidad o duración supera la capacidad de resistencia del organismo, nos vamos a encontrar con trastornos o enfermedades tanto físicas como mentales y emocionales, en el comportamiento con su repercusión a nivel familiar, personal, profesional, etc.
El que vivamos uno u otro tiene más que ver con nosotros mismos que con las circunstancias. En gran medida son comportamientos o conductas aprendidos acompañados de un sinfín de creencias que alimentan y fortalecen dichos comportamientos.
El ser humano vive más tiempo del que imagina en una especie de trance hipnótico, dando respuestas automáticas como si de un robot se tratara. Los conductistas llaman a esto el proceso de estímulo-respuesta.
La respuesta ante el estrés es totalmente individual. Es diferente en cada persona e incluso en cada persona varía según la situación. Su impacto depende en gran medida del control que la persona percibe sobre dicha situación. Que a su vez depende de la actitud, confianza, autoestima, etc.
No se trata meramente de la reacción ante un estímulo, tipo causa efecto. Entre la causa y el efecto hay una percepción del hecho, influenciado por el significado que le damos al estresor y la respuesta que nace en nosotros ante el mismo. Como consecuencia de todo lo anterior surge el efecto.
Cada vez más se habla de resiliencia y antifragilidad.
El termino resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Es el uso de nuestras capacidades para afrontar de forma positiva los periodos o situaciones difíciles o que suponen un contratiempo.
El término antifragilidad del profesor Nassim Nicholas Taleb, conlleva no solo resiliencia sino además salir fortalecido de dichas situaciones.
“El arte de vivir reside menos en eliminar nuestros problemas que en crecer con ellos” Bernard M. Baruch
(información extraída de Trata el estrés con PNL de José Pérez Martínez, 2017