El niño en cuestión presenta un desarrollo normal durante el primer año y medio de vida y hacia esa edad, 18 meses, la mayor parte de los padres empiezan a mostrar sospechas de que algo raro está sucediendo. El niño procede de un embarazo y parto normal. No presenta mayores dificultades en la alimentación que las observadas en otros niños. El desarrollo y adquisición de hitos motores se realiza dentro de los parámetros de la normalidad. El desarrollo de la comunicación y de la relación social también se sitúa dentro de la normalidad durante el primer año de vida. El bebé presenta y adquiere pautas intersubjetivas primarias, muestra interés en los juegos circulares de interacción y desarrolla pautas tempranas de anticipación social. Hacia los últimos meses del primer año se esbozan conductas comunicativas y aparición en el primer año, de las primeras palabras. Durante este periodo de tiempo que se extiende hasta finales del primer año, tan solo se destaca la característica ausencia de la conducta de señalar, en especial, en lo que se refiere a funciones de tipo ostensivo y una cierta pasividad no bien definida.
Hacia los 18 meses, los padres describen las primeras manifestaciones de alteración en el desarrollo. Como una especie de parón en el desarrollo. El niño pierde el lenguaje adquirido. Muestra una sordera paradójica por la que no responde cuando se le llama ni cuando se le dan órdenes y en cambio, reacciona a otros estímulos auditivos (por ejemplo, los anuncios de la TV). Deja de interesarse en la relación con otros niños. Gradualmente se observan conductas de aislamiento social. No utiliza la mirada y es difícil establecer contacto ocular con él. Por otro lado, la actividad funcional con los objetos y el juego es muy rutinaria y repetitiva. No muestra ni desarrolla actividad simbólica. Hace casi siempre las mismas cosas, rutinas y rituales. Muestra oposición a cambios en el entorno y se perturba emocionalmente a veces de forma intensa cuando se producen cambios nimios.
Revière (2000) proporciona algunas respuestas a la posible significación que tiene este habitual proceso que nos describen las familias. De los estudios llevados a cabo parece desprenderse la idea de la existencia de un patrón prototípico de presentación del trastorno que se caracteriza por:
- Normalidad aparente en los ocho o nueve primeros meses de desarrollo, acompañada muy frecuentemente de una característica “tranquilidad excesiva”
- Ausencia de conductas de comunicación intencionada, tanto para pedir como para declarar, en la fase elocutiva del desarrollo entre el noveno y el decimo séptimo mes, con un aumento gradual de pérdida de intersubjetividad, iniciativa de relación, respuesta al lenguaje y conducta de relación
- Una clara manifestación de alteración cualitativa del desarrollo que suele coincidir precisamente con el comienzo de la llamada fase elocutiva del desarrollo. En esta fas resulta ya evidente un marcado aislamiento, limitación ausencia del lenguaje, sordera paradójica presencia de rituales, oposición a cambios y ausencia de competencias intersubjetivas y de ficción
Además, Rivière proporciona algunos datos sugerentes, para apoyar la idea de que este patrón es especifico del autismo, cuando compara los informes retrospectivos de los padres con hijos diagnosticados de autismo y padres con hijos diagnosticados con retraso del desarrollo y rasgos autistas. Los datos que obtiene vienen a demostrar que este perfil es específico del autismo, o al menos permite diferenciar a los niños con autismo y retraso asociado de aquellos otros que presentan retraso del desarrollo con rasgos autistas asociados. Característicamente, en los niños con autismo, el patrón de pasividad, ausencia de comunicación y anomalía obvia posterior provoca preocupaciones en los padres de los niños autistas más tarde que en los padres de niños con retraso y espectro autista. Además, se asocia a menores grados de alteraciones médicas y neurológicas, se acompaña de sospechas más frecuentes de sordera en el niño y se asocia con menor retraso motor en los niños con autismo que en los que tienen retraso y rasgos autistas.
Indicadores de autismo típicos de la etapa 18-36 meses (Tomado de Rivière, 2000)
- Sordera aparente paradójica. Falta de respuesta a llamadas e indicaciones
- No “comparte focos de atención” con la mirada
- Tiende a no mirar a los ojos
- No mira a los adultos vinculares para comprender situaciones que le interesan o extrañan
- No mira lo que hacen las personas
- No suele mirar a las personas
- Presenta juego repetitivo o rituales de ordenar
- Se resiste a cambios de ropa, alimentación, itinerarios o situaciones
- Se altera mucho en situaciones inesperadas o que no anticipa
- Las novedades le disgustan
- Atiende obsesivamente una y otra vez, a las mismas películas de video
- Coge rabietas en situaciones de cambio
- Carece de lenguaje o, si lo tiene, lo emplea de forma ecolálica o poco funcional
- Resulta difícil “compartir acciones” con él o ella
- No señala con el dedo índice para pedir
- No señala con el dedo índice para compartir experiencias
- Frecuentemente pasa por las personas como si no estuvieran
- Parece que no comprende o que “comprende selectivamente” solo lo que le interesa
- Pide cosas, situaciones o acciones, llevando de la mano
- No suele ser él quien inicia las interacciones con los adultos
- Para comunicarse con él, hay que “saltar un muro”, es decir, hace falta ponerse frente a frente y producir gestos claros y directivos
- Tiende a ignorar completamente a los niños de su edad
- No juega con otros niños
- No realiza juego de ficción; no representa con objetos o sin ellos situaciones, acciones, episodios, etc.
- No da la impresión de complicidad interna con las personas que le rodean aunque tenga afecto por ellas
Es de gran interés el preguntarse el ¿por qué? De esta presentación tan peculiar del trastorno y además, en un momento evolutivo anteriormente descrito. ¿Qué puede estar sucediendo desde finales del primer año de vida, en el desarrollo del niño tanto desde el punto de vista neurobiológico como psicológico para que se observe ese parón tan característico?
En el desarrollo del niño normal y en un plano psicológico cuando el bebé humano ha construido mecanismos de intersubjetividad secundaria en los últimos meses del primer año de vida, cuando se han establecido las relaciones triangulares entre el mundo de los objetos, la madre y el bebé, cuando el bebé es capaz de coordinar esquemas de objetos con esquemas para las personas, en ese momento, se están esbozando desarrollos psicológicos cualitativamente muy importantes en el desarrollo humano y que van a experimentar una eclosión muy significativa en torno hacia los dieciocho meses. ¿Cuáles son esos desarrollos psicológicos?
- El comienzo de la inteligencia representativa y simbólica, el niño acaba de construir la inteligencia sensorio motora y domina esquemas de conocimiento de carácter representativo y simbólico
- El desarrollo de la autoconciencia y la posibilidad de evaluar la propia experiencia y en concreto la posibilidad de compartir la experiencia con el otro
- Las primeras estructuras combinatorias del lenguaje con inicio en la sintaxis y formas rudimentarias de conversación. El niño normal en torno a esa edad ya domina un vocabulario de 3 a 50 palabras, y produce sobre extensiones del significado. El lenguaje se utiliza fundamentalmente para comentar, pedir y obtener atención
- El desarrollo de la actividad simbólica y el juego de ficción. Inicio en la actividad de meta representación. El niño normal, hacia los 18 meses, realiza actos simbólicos frecuentes y un juego relacionado con las rutinas diarias.
Es altamente llamativo que cuando están emergiendo, desarrollándose y ampliándose todas esas funciones psicológicas tan relevantes en el desarrollo humano, es cuando los padres de niños con autismo tienen, en la mayor parte de los casos, una sospecha certera de que algo raro está ocurriendo con su hijo.
Desde el punto de vista neurobiológico también es altamente llamativo que desde finales del primer año de vida se produzca un incremento significativo de las conexiones neuronales entre lóbulos frontales, sistema límbico y zonas temporales (Rogers y Pennington, 1991). Parece, por tanto, que el autismo puede relacionarse con una alteración en los mecanismos neurobiológicos que constituyen el substrato del desarrollo de las capacidades que posibilitan la adquisición de funciones superiores.
(Información extraída de Discapacidad intelectual: desarrollo, comunicación e intervención / coordinadores, José́ Manuel García, Juan Pérez Cobacho, Pedro Pablo Berruezo Adelantado, 2002)