¿Cómo evitar hacer el tonto?

Lo socialmente hoy más penalizado es hacer el tonto (O ser ingenuo), pero quien hace el bien espontáneamente  y sin trastienda suele ser ingenuo.

¿Qué es hacer el tonto?

El Diccionario de María Moliner se queda corto diciendo que “se aplica a personas de poca inteligencia”; el Diccionario de la Academia es aun peor: lo define por otro vocablo igualmente popular pero ya fuera de uso: “mentecato” y añade “de escaso entendimiento o razón”.

Quien hace el bien no da muestras de “escaso entendimiento o razón” ni de poca inteligencia. Lo más da muestras de poca picardía, de ingenuidad, de falta de malicia y de falta de sagacidad práctico-social.  Si alguien presta una ayuda por auxiliar sin más  se le desprecia; si dice que ayuda para manipularles y ganarlo para su conveniencia y tenerle a su disposición, se le perdona haber hecho el bien.

Pero la ingenuidad o la excesiva confianza o la gratuidad bonachona no indican en absoluta “falta de inteligencia” ni merma de razón como los diccionarios dicen. Básicamente “tonto” es quien no es lucido acerca de los asuntos que le atañen; pero ni este sesgo de la aceptación coincide del todo con la falta de inteligencia ni todas las aceptaciones tienen que ver con la razón ni con la inteligencia sin que reflejan perfiles emocionales e incluso sociales de la tontería.

Tonto es quien no acierta a emplear su dinero, quien se deja despojar fácilmente sus bienes, quien carece de la necesaria sagacidad para administrarse y naturalmente es presa fácil de aprovechados. También al que no acierta a sacar provecho de los servicios o favores que dispensa y los hace con total gratuidad.

Tonto es quien imagina que los seres humanos que con él se relacionan con mejores de lo que son, que se puede confiar en ellos, en sus promesas de devolución o en sus quejas de desgracia  y escasez. Y los primeros que se ríen de tales idealistas son quienes más se benefician de su ingenuidad engañándolos.

La sociedad es despiadada y cuando se conmueve con ternura por algo es histriónica y superficial. Muy pronto se le pasa el sofoco que le produce la desgracia ajena…Tonto es quien se ilusiona con poder regenerar a alguien dejándose conscientemente engañar por él o el idealista que concibe proyectos altruista y magnánimos de los cuales se aprovechan los sinvergüenzas de siempre.

En un tercer campo semántico tonto es el ingenuo y ¿qué es ser ingenuo? La definición de María Moliner es la adecuada “persona que no tener malicia o picardía; que supone siempre buena intención en los otros y cree lo que dicen y a su vez habla y obra de buena fe y sin reservas”. Lo peor es que es verdad. No se puede ir por la vida confianza y dando crédito a quienes se oye y a lo que dicen, ni actuando de buena fe y sin reservas. A quien va así por la vida, le devoran, le destruyan y encima se le burlan.

Es mejor hacer el bien que quedar bien

Se ha de procurar al haber el bien no quedar mal de alguna de las maneras en que esto suele suceder (proteccionismo, paternalismo, impersonalidad, etc.) mas ante todo hay que ser prudente en el modo, aunque sea generoso en la sustancia. Y por encima de todo hay que guardarse de los aprovechados y los manipuladores:

  • Fresco es el cínico
  • Aprovechado, el cazurro que va a lo suyo aprovechando las figuras que se le ofrecen para meterse más de la cuenta a saco o a sorprender la buena fe del otro, sin casi aparentarlo.
  • Manipulador es quien aun no teniendo necesidad se gana al bienhechor con otros fines, so capa de necesitar remedios; pero ello es para utilizarle según conveniencias

Cualquiera de estos descuidos crea la imagen de ingenuo y de despreciable y los primeros que levan a despreciar a usted son los beneficiarios cínicos, aprovechados y manipuladores.

Ante todo hay que hacer el bien serio, no un tratar de remediar totalmente males o necesidades sin importancia y por ello desatender otras necesidades y fines de verdadera urgencia hay que hacer además el bien caro y puro, no barato y aguado.

Se podría caracterizar esta actitud como conducta generosa pero prudente. Esta es la trampa común en la que a veces ha caído la jerarquía católica: Ser tan inmensamente prudente que no se actúe para no arriesgar nada. Si usted se arriesga, sepa que vale mucho mas lo hecho por el bien aun perdiendo que la preservación del posible beneficio hecho por haberse defendido demasiado.

Solo el amor hace que se lance al riesgo sin demasiada prudencia. Pero el amor es ya otra cosa, y lo que realmente acaba valiendo es el amor con que se hizo y por quien se hizo. Perder por amor es desde luego peligroso, pero no triste. A veces hay que perder bastante para gran más o de mejor calidad que lo que se tenía.

Es necesario fijar cuatro advertencias para, con amor o sin amor, hacer el bien serio y seguro:

  1. No confiar
  2. No confidenciar
  3. No franquear
  4. No prodigar

No confiar. Hay que hacer el bien sabiendo que aquellos a quienes se hace no estarían dispuestos a su vez a hacerlo e incluso más bien nos harían mal si pudiesen. Y esto sin prejuzgar nada, por pura experiencia de la vida y puro sentido común. El bien hay que hacerlo por ser bien no por ser útil, porque útil de inmediato o durante el tiempo de la existencia más bien no lo es, salvo el bienestar que se genera en torno. Aunque hay destinos, destinos muy extraños y no lógicos, a los que cuando más hacen el bien peor les va; pero esto han de asumirlo como un estilo propio de irles en la vida.

No confidenciar. No conviene en absoluto dar parte a nadie de las propias intimidades o asuntos personales y menos de las debilidades ¡ni siquiera a la pareja! Conviene tener un amigo de toda confianza a quien se le pueda contar todo y que no por ello nos devalué. Pero solo uno, porque si se hacen confidencias a dos, pueden comentar entre ellos dos nuestros fallos. Ya se sabe que lo comentado aumenta en intensidad respecto de lo real y hace que cada uno de los comentadores conciba al compartir y no quedar el juicio de valor en la intimidad personal de uno solo, menos estima de la calidad psicológica y social de un tercer amigo. Hacer confidencias es repartir armas al enemigo.

No franquear. En la interacción diaria de dos o más personas siempre hay una latente lucha por el poder según el esquema “yo mando y tu obedeces”. Y si alguno de los que conviven no está muy sano, las señales simbólicas, las susceptibilidades, los reproches y el resentimiento proliferan. Por ejemplo, pretender que el otro no vuelva demasiado tarde a casa o no haga ruido, etc. lo necesario es franquear abiertamente su ambiente doméstico a alguien para que empiece a peligrar algo muy delicado en su vida. Como decía Wittgenstein, hay que probar a los posibles amigos antes de darles confianza y para dar confianza a alguien ha de ofrecer garantías de muchas cosas

No prodigar. No hay que dar demasiado y eso no se dice por tañaqueria sino por estrategia. Hay que dosificar los favores y las cantidades, pues lo contrario ceba la oralidad. Por mucho que la propia generosidad de usted desee beneficiar al máximo a otros, no se lo dé a entender ¡Disimule! Vaya “vendiendo” sus favores. ¡Que les cueste algo contar con su ayuda! Hay que tener en cuenta el factor psicológico, inevitable, de la oralidad. La oralidad se ceba y se incentiva con la generosidad. La indigencia o las malas situaciones económicas o afectivas son en sí mismas un indicio de oralidad, pues el tipo oral tiende a la despreocupación, la inacción, la vaguería y el ansia por acaparar. En definitiva, no solo creen que necesitan y piden, sino que cuanto más se les favorece y se les da, mas pierden el recuerdo de lo dado y lo devalúan y lo niegan; lo cual llega a constituir un circulo vicioso: dan la impresión del tonel de las Danaides, que nunca se llenaba. Conforme van cogiendo confianza todo son reproches y dobles mensajes. Piden y le mismo pedir dan a entender que es usted el tacaño y al mismo tiempo que desprecian sus ayudas.

Haga usted el bien en todo en cuanto intervenga y pueda, pero no se entregue ingenuamente. Observe, desconfíe, organice sus sencillas defensas de elemental prudencia y ame, aunque no reciba respuesta. En cada situación concreta en que se vea urgido o motivado a hacer el bien tendrá que haber desarrollado una intuición particular para el momento, un feeling especifico por el que perciba la prudencia en hacerlo y en el modo de hacerlo, para coordinar posibilidades, urgencia, conveniencia y valores, pero por encima de todo tiene que ver cómo no hacer el tonto ni el ridículo, ni se comporte como ingenuo.

El mínimo coeficiente de cruz y de irrisión que el bien puede reportar en un mundo donde lo que se estila y viste es todo lo contrario:

  • Amarse a si mismo
  • No comprender al otro
  • Mirar únicamente por propios intereses pragmáticos

Y no es posible pasar por la vida dignamente sin definirse en esta dicotomía. Pero aun así hay que cuidar de no perder la dignidad ingenuamente ni por mas ni por menos, porque esto es lo que no le perdona ni unos ni otros. Hacer el bien con dignidad, experiencia y no demasiado paramentarte es la primera condición de hacer el bien sin parecer tonto.

 

(Información extraída de Cómo no hacer el tonto por la vida: puesta a punto práctica del altruismo / Luis Cencillo, 2000)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *