Desde el punto de vista del individuo, puede plantearse la agresividad como un rasgo de personalidad. Desde la perspectiva legal cabe delimitar su legitimidad, y por último desde un planteamiento social, requiere de una evaluación del contexto social de la conducta.
Tal es la amplitud del concepto que se nos puede plantear la disyuntiva de la pertinencia o no del empleo del término, pero la dificultad para su definición no debe suponer el rechazo a su uso, sino el reconocimiento de su valor funcional aunque no técnico, es decir, debemos reconocer su valor como elemento comunicador, ya que la mayoría de las personas saben reconocerla<a.
La dificultad está en medirla y controlarla como variable independiente en un experimento, cuando intentamos una definición operacional que permita un análisis exhaustivo, ya que podemos decir que hay muchas clases de conducta agresiva y en consecuencia no puede haber una definición único que sea satisfactoria; de ahí su relativo valor como término técnico.
Se habla de agresividad reactiva, hostil y afectiva, caracterizada por el predominio de componentes afectivos y emotivos y por otro, de una forma proactiva o instrumental, caracterizada por el predominio de comportamientos cognitivos e intencionales. En análisis de la realidad nos lleva a admitir que ésta no deja de ser una clasificación aleatoria, con un marcado carácter operativo, ya que en mayor o menor medida, ambos componentes están presentes y podríamos tomar como referencia hacia dónde se inclina la balanza.
En general, la conducta agresiva viene a ser el resultado de una compleja secuencia asociativa que podemos reunir en el siguiente esquema:
Ideas + Sentimientos + Tendencias del comportamiento
Entendemos que el comportamiento agresivo aparece como resultado de una elaboración afectivo-cognitiva de la situación, donde están en juego procesos intencionales de atribución de significados y de anticipación de consecuencias, capaz de activar conductas y sentimientos de ira. Además se trata de un tipo de actuación que una vez activada, alimenta y sostiene la conducta incluso más allá del control voluntario.
(Información extraída de La violencia en las aulas: análisis y propuestas de intervención / Fuensanta Cerezo Ramírez, 2001)