Trastorno de Ansiedad

Trastorno depresivo mayor en niños y adolescentes

Los síntomas de los criterios diagnósticos del trastorno depresivo mayor deberían aparecer casi cada día para poder considerar, con la excepción del cambio de peso y la ideación suicida. Debería haber ánimo deprimido la mayor parte del día, además de casi cada día. A menudo los síntomas de presentación son el insomnio y la fatiga, y el trastorno se infra diagnóstica si no se reconocen los otros síntomas depresivos acompañantes. Al principio, el paciente quizá niegue que está triste, pero la tristeza se podría reconocer a través de la entrevista o deducir de la expresión facial o la conducta. En los pacientes que se centran en una queja somática, los clínicos deberían determinar si el malestar de esa queja se asocia a síntomas depresivos específicos. Aparecen fatiga y alteración del sueño en una alta proporción de casos, y las alteraciones psicomotoras son mucho menos frecuentes, pero son indicativas de una mayor gravedad global, al igual que la presencia de una culpa delirante o casi delirante. El rasgo principal del episodio depresivo mayor es un periodo de tiempo de al menos dos semanas durante el cual existe ánimo depresivo o pérdida del interés o del placer en casi todas las actividades. En los niños y adolescentes, el ánimo suele ser irritable más que triste. El paciente debe experimentar además al menos cuatro síntomas adicionales de una lista que incluye cambios en el apetito o el peso y en la actividad psicomotora, energía disminuida, sentimientos de culpa, dificultades para pensar, para concentrarse o para tomar decisiones y pensamientos recurrentes de muerte o ideación suicida, o planes o intentos de suicidio. Para que un síntoma cuente como parte de un trastorno depresivo mayor ha de ser nuevo o debe haber empeorado en comparación con el estado de la persona antes del episodio. Los síntomas deben ser persistentes la mayor parte del día, casi a diario, durante al menos dos semanas consecutivas. El episodio debe acompañarse de un malestar significativo o de una alteración del funcionamiento social, ocupacional o de otras áreas importantes. En algunos pacientes con episodios leves, el funcionamiento puede parecer normal, pero requiere un esfuerzo notablemente elevado. El ánimo en el episodio depresivo mayor lo describe a menudo la persona como deprimido, triste, desesperanzado, desanimado o “por los suelos”. En algunos casos se puede negar parcialmente la tristeza, pero ésta se puede reconocer posteriormente a través de una entrevista. En algunos pacientes que se quejan de sentirse “sosos”, sin sentimientos o que se sienten ansiosos se podría deducir la presencia de un ánimo deprimidos partir de la expresión facial del paciente y de su conducta. Algunos pacientes enfatizan las quejas somáticas (ej., dolores y sufrimientos corporales) en lugar de manifestar sentimientos de tristeza. Muchos pacientes refieren o presentan un aumento de la irritabilidad (ej., ira persistente, tendencia a responder a los acontecimientos con accesos de ira o culpabilizando a los otros, o un exagerado sentido de la frustración por acontecimientos menores). En los niños y adolescentes aparece un ánimo irritable o malhumorado más que un ánimo triste o abatido. Esta forma de presentación debería diferenciarse de los patrones de irritabilidad frente a la frustración. Casi siempre se produce una pérdida del interés o del placer, al menos en algún grado. Los pacientes pueden referir que se sienten menos interesados por los hobbies, “que no les importan” o que no sienten el placer en las actividades que antes consideraban placenteras. Los familiares notan a menudo un mayor aislamiento social o el abandono de los pasatiempos con los que disfrutaban. En algunos pacientes, en comparación con los niveles previos, existe una reducción significativa del interés o el deseo sexual. La alteración del apetito puede producirse en forma de disminución o aumento. Algunos pacientes deprimidos refieren que tienen que forzarse para comer. Otros pueden comer más y pueden tener ansia por determinadas comidas (ej., dulce u otros hidratos de carbono). Cuando los cambios del apetito son graves, hay una pérdida o ganancia significativa de peso y en los niños no se alcanza la ganancia ponderada esperada. Las alteraciones del sueño se pueden presentar en forma de dificultad para dormir o de sueño excesivo. Cuando existe insomnio, normalmente se presenta como un insomnio medio (ej., el paciente se despierta a lo largo de la noche y tiene dificultades para volverse a dormir) y también puede existir insomnio precoz (ej., dificultad para quedarse dormido). Los pacientes que presentan un exceso de sueño (hipersomnia), pueden presentar periodos de sueño prolongado durante la noche o un aumento del suelo durante el día. A veces, el motivo que lleva al paciente a buscar tratamiento son las alteraciones del sueño. Los cambios psicomotores incluyen la agitación (ej., incapacidad para sentarse y estar quietos, caminar de un lado a otro, retorcerse las manos o tocarse o frotarse la piel, la ropa u otros objetos) y la lentificación (ej., discurso, pensamiento y movimientos corporales ralentizados, aumento de las pausas antes de contestar, disminución del volumen, la inflexión, la cantidad o la variedad del contenido del discurso o mutismo). La agitación y el retardo psicomotor deben ser lo suficientemente graves como para ser observables por otras personas y no deberían representar únicamente sensaciones subjetivas. Son frecuentes la disminución de la energía, el cansancio y la fatiga. Una persona puede referir una fatiga mantenida sin haber realizado ningún esfuerzo físico. Incluso las tareas más pequeñas parecen requerir un esfuerzo considerable. Es posible que se reduzca la eficiencia con la que se realizan las tareas. Por ejemplo, un paciente puede quejarse de que lavarse y vestirse por las mañanas resulta extenuante y requiere el doble de tiempo de lo habitual. El sentimiento de inutilidad o de culpa que se presenta en el episodio depresivo mayor puede incluir evaluaciones negativas, fuera de la realidad, de la propia valía, preocupaciones de culpa, rumiaciones sobre pequeños errores del pasado. Estos pacientes a menudo malinterpretan los acontecimientos diarios neutros o triviales como si probasen los propios defectos personales y tienen un exagerado sentido de la responsabilidad hacia los

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Cómo saber si tengo fobia social

La fobia social se reconoce oficialmente en 1980 como concepto ligado a una entidad diagnóstica, es decir, con significación clínica; es el año en el que aparece la tercera edición del Manual Diagnóstico y Estadístico para los Trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría. En esta edición, la fobia social era definida como un miedo excesivo e irracional a la observación por parte de los demás en situaciones sociales especifica tales como hablar en público, escribir o usar aseos públicos. En términos de criterios diagnósticos esta delimitación se operacionalizaba como: Miedo persistente e irracional y un deseo impulsivo de evitar la situación en la cual el individuo se ve expuesto a la posible observación de los demás, con el temor de que pueda actuar de tal manera que resulte humillante o embarazoso. Malestar significativo debido a la alteración y reconocimiento por parte del individuo de que su temor es excesivo o temporal. Todo ello es debido a otra alteración mental como, por ejemplo, la depresión mayor o un trastorno de personalidad por evitación. Pero tal consideración clínica por parte de la APA no supuso su aceptación por parte de la OMS hasta 19 años más tarde. Así, fue en 1992 cuando el sistema de Clasificación Internacional e Enfermedades de la OMS, CIE en su décima edición, incluyó por primera vez la fobia social como categoría diagnóstica independiente. Hasta ese momento en el CIE-9 solo se hablaba de trastornos fóbicos, al igual que había ocurrido en el DSM-III. Los criterios diagnósticos que requiere la OMS para considerar la existencia de este trastorno son: Miedo a ser enjuiciado por otras personas en el seno de un grupo pequeño Ese temor puede ser discreto (comer en público, hablar en público, interacciones con personas del sexo opuesto) o difuso (abarca casi todas las situaciones fuera del círculo familiar) Suele asociarse con una baja autoestima y con miedo a la critica Las respuestas cognitivas, psicofisiológicas y motoras son manifestaciones principales de la ansiedad y no secundarias a otros trastornos (ideas delirantes u obsesivas) La ansiedad se limita o predomina en situaciones sociales concretas y determinadas La situación fóbica se evita siempre que ello es posible Si la diferenciación entre fobia social y agorafobia fuera muy difícil hay que dar preferencia a la agorafobia. No debe realizarse un diagnóstico de depresión a menos que pueda identificarse claramente un episodio depresivo completo. Por lo que respecta a la evolución del concepto y los criterios diagnósticos para aquellos sujetos menores de 18 años, no recoge criterios específicos para el diagnóstico de la fobia social, pero ello no es ajeno a la Asociación Americana de Psiquiatría. La APA tampoco incluyó ningún criterio especifico para el diagnóstico de la fobia social en niños y adolescentes hasta 1994, fecha en que aparece publicado su DSM-IV. En esta edición se indica que la ansiedad ante las situaciones sociales no debe estar limitada a la relación con adultos, sino que también debe mostrarse ante sus iguales. Por otra parte, se señala que la ansiedad puede traducirse en lloros, berrinches, inhibición o abrazos y que puede faltar el reconocimiento de que el miedo es excesivo e irracional. Se establece que la duración de las respuestas de ansiedad social debe mantenerse durante mínimo 6 meses. Por lo demás, los niños y adolescentes han de cumplir el resto de criterios recogidos para la población adulta. Tales criterios son los que se han mantenido en la última versión del manual de la APA, el DSM-IV-TR (texto revisado): Primer Criterio (A).  Temor acusado y persistente por una o más situaciones sociales o actuaciones en público en las que el sujeto se ve expuesto a personas que no pertenecen al ámbito familiar o a la posible evaluación por parte de los demás. El individuo teme actuar de un modo que sea humillante o embarazoso. En cuanto a los niños, es necesario haber demostrado que sus capacidades para relacionarse especialmente con sus familiares son normales y han existido siempre y que la ansiedad social aparece en las reuniones con individuos de su misma edad y no solo en cualquier relación con un adulto Segundo Criterio (B). La exposición a las situaciones sociales temidas provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad, que puede tomar la forma de una crisis de angustia situacional o más o menos relacionada con una situación. En los niños, la ansiedad puede traducirse en lloros, berrinches, inhibición o retraimiento en situaciones sociales donde los asistentes no pertenecen al marco familiar. Tercer criterio (C). El individuo reconoce que este temor es excesivo o irracional; en los niños puede faltar este reconocimiento Cuarto criterio (D). Las situaciones sociales o actuaciones en público temidas se evitan o bien se experimentan con ansiedad o malestar intensos. Quinto criterio (E). Los comportamientos de evitación, la anticipación ansiosa o el malestar que aparece en las situaciones sociales o actuaciones en público temidas interfieren acusadamente con la rutina normal del individuo, con sus relaciones laborales o sociales, o bien producen un malestar clínicamente significativo. Sexto criterio (F). En los individuos menores de 18 años la duración del cuadro sintomático debe prolongarse como mínimo 6 meses. Séptimo criterio (G). Las respuestas de miedo o de evitación no han de deberse a los efectos fisiológicos directos de una sustancia o de una enfermedad médica, y no han de poder explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental como, por ejemplo, el trastorno de angustia con o sin agorafobia, el trastorno de ansiedad por superación, trastorno dismórfico corporal, un trastorno generalizado del desarrollo o el trastorno esquizoide de la personalidad. Octavio criterio (H). Si hay una enfermedad médica u otro trastorno mental, el temor descrito en el primer criterio A no ha de estar relacionado con estos procesos. Así, por ejemplo, el miedo no ha de ser debido a la tartamudez, a los temblores de la enfermedad de Parkinson o a la exhibición de conductas alimentarias anormales en la anorexia o en la bulimia nerviosa. Si el niño o el adolescente cumplen los

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Razones para no tener miedo a volar

Las invitaciones a viajar se multiplican: tomar el té en Ceilán, dar un salto a París de una alentada, encontrar América a los pies, son las propuestas hasta cierto punto de menor envergadura de las compañías de navegación aérea. Los viajes en grupo, por vuelos Charter, y el considerable abaratamiento de las tarifas de los transportes aéreos han eliminado las distancias. Hoy no existe ya el fin del mundo: Nueva York no está sino a unos 10.000 kilómetros de Madrid, lo que solo representa siete horas de vuelo. Más seguro que en coche Por lo demás, se ha vuelto mucho más arriesgado ponerse al volante de un coche un fin de semana que subir a bordo de un Boeing 707. No obstante, en la época en que la mayoría de los aeropuertos occidentales tienen dificultad para acoger un tráfico cada día más intenso, ahora en que los transportes aéreos comienzan a suplantar en algunos países a los demás medios de comunicación, hay personas que sienten tal pánico al avión, que prefieren no viajar sino cuando el viaje es irrealizable por vía terrestre o marítima. No todos los pasajeros experimentan un terror semejante cada vez que suben a un avión, pero son numerosas las personas que confiesan sentirse oprimidas, angustiadas o incomodadas desde el momento en que el avión en el que están levanta el vuelo. Esta ansiedad adopta formas diferentes según los temperamentos. Algunas personas sienten malestar durante todo el viaje y particularmente cuando miran al suelo o al mar a través de las ventanillas, otras temen sobre todo el despegue o el aterrizaje, mientras que hay quien se siente aterrado al mejor bache de aire o en los cambios de altitud, pero está relativamente tranquilo durante el resto del vuelo. Ocurre incluso que algunos futuros pasajeros padecen insomnio, cuando no pesadillas, varios días antes del viaje. Este miedo puede transformarse en verdadero terror en las personas que intentando curarse del mal, rechazan su angustia y se esfuerzan en volar. Cuando ya no soportan más vivir un calvario cada vez que suben a un avión, deciden acudir a un médico: con frecuencia es demasiado tarde. El miedo está tan arraigado en ellos, que cualquier tratamiento resultará ineficaz. ¿Cómo explicar esta fobia? Desde luego, la ansiedad es una reacción natural en una situación que presenta un peligro real e importante; pero, en ese caso, no se debería tomar nunca el volante del coche despreocupadamente. Las estadísticas demuestran que los transportes aéreos son lo más seguros y que arriesga uno la vida mucho más en la carretera durante los fines de semana o al dirigirse en coche al aeropuerto que volando rumbo a Tokio, Casablanca o Moscú. Por lo tanto, desde el momento en que este miedo a volar no corresponde a un peligro real y cuando no se consigue dominar la angustia aun sabiendo que tomar un avión es en el 99,8% de los casos una garantía de llegar sano y salvo a buen puerto, puede admitirse que ese pánico va más allá del simple miedo a morir. En algunos se trata de una forma claustrofóbica, ya que por confortable y espacioso que pueda ser un avión, sigue siendo exiguo y la perspectiva de pasar varias horas encerrado en él puede resultar insoportable. La angustia, puede manifestarse de varias maneras: depresión, irritabilidad, jaqueca, vértigos, vómitos, palpitaciones, sincopes, sudores o temblores son los síntomas más corrientes. Trastornos psicosomáticos ¿Se puede hablar de trastornos psicosomáticos en presencia de tales perturbaciones? Es difícil establecerlo, ya que se ignora si es la angustia la que produce los trastornos o bien es el resultado de las alteraciones físicas. Sea como fuere, puede decirse, sin temor a equivocarse demasiado, que las variaciones de altitud y de aceleración del aparato, perturban la homeostasia del organismo (sistema regulador del equilibrio). Por los demás, los médicos prefieren aliviar a los enfermos de sus molestias a investigar las causas psíquicas de su angustia. Antes de iniciar un tratamiento – dice el doctor O’Connor, médico ingles que ha tratado a varios pacientes que sufrían fobia al avión, pasajeros que, a su vez, eran sin saberlo también, pilotos – es indispensable persuadir al enfermo de que volar no es peligroso. Por tanto, todos los enfermos empiezan por iniciarse en algunos principios elementales de aerodinámica que les demuestran que un avión no se mantiene en el aire milagrosamente. Un tratamiento específico Una vez que el angustiado está íntimamente convencido de la seguridad técnica de los transportes aéreos, aprende a relajar cada uno de sus músculos, y especialmente los del cuello. Efectivamente, la crispación de éste favorece la tensión psíquica. Estas sesiones de relajación sobre todo al principio, tendrán lugar diariamente durante unos minutos. El paciente debe ser capaz, después de unos quince o veinte días de relajación, imaginar serenamente la posibilidad de volar. Esta fase de relajación es, sin duda alguna la más importante del tratamiento, ya que enseña al enfermo a controlarse cuando se siente angustiado. Finalmente, la última etapa consiste en que el sujeto efectúe un vuelo en un avión, sentado junto al piloto. Una vez superada esta última prueba, el paciente será autorizado a sumergirse en el ambiente de los aeropuertos. Desde ese momento empezará la espera de la salida, precedida por los anuncios incesantes: “se ruega a los señores pasajeros con destino a Montreal se dirijan a la puerta de acceso…” o bien “salida inmediata del vuelo…con destino a …” Si, en medio de estas docenas de falsas salidas, el antiguo enfermo consigue conservar la calma y franquear con la sonrisa en los labios la pasarela de un avión, su recuperación está prácticamente conseguida. Gracias a esta terapéutica quizá miles de personas puedan tomar el avión con toda serenidad y no estarán ya obligados para superar su angustia, a transformarse en alcohólicos en cuanto se abrochan el cinturón de seguridad. El whisky constituye un estimulante muy favorable, según los cálculos de una compañía aérea británica que en 1970 sirvió 24.000.000 bebidas alcohólicas a menos de 2.000.000 de pasajeros. El

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¿Qué son las constelaciones familiares y para qué sirven?

Las Constelaciones Familiares nos muestran las dinámicas inconscientes en las que nos vemos envueltos, y el camino para que vuelva a fluir la armonía en nuestras relaciones y en nuestra Vida. Tomando conciencia del lugar que nos pertenece y de nuestras raíces, conectamos con nuestra fuerza, con nuestra sabiduría interna y con la capacidad para confiar y abrirnos a la Vida sin miedo. En los talleres de Constelaciones Familiares hacemos que lo invisible se vuelva visible, descubrimos el origen, y también el camino, para desbloquear o superar aquello que nos está provocando desequilibrios o nos mantiene estancados. Se pueden constelar conflictos, fobias, miedos, temas de salud, trabajo, familia, pareja, adicciones, apatía, tristeza, depresión, desvalorización…. A los talleres podemos asistir para constelar algún tema personal o como observadores, papel en el que también trabajamos temas nuestros, que se ven reflejados, de una manera u otra, en las Constelaciones de los compañeros. Constelar nos aporta siempre claridad y dirección en la sanación de nuestras heridas. María Ángeles Alandete Segura facilitadora de Constelaciones Familiares Recuerdo que a mis 16 años, ya tenía muchas inquietudes, muchas preguntas sin respuesta, y una cantidad considerable de nudos en mi vida que no conseguía desenredar. Buscaba aquí y allá las respuestas a todas esas preguntas. Comencé a buscarlas primero en libros, luego a practicar meditación, a asistir a charlas y a cursos de autoconocimiento (en aquel momento bastante escasos). Me acostumbré a ir mirando cada vez menos fuera, y más adentro; y a buscar allí las respuestas. La vida, poco a poco, las fue trayendo, y fue también abriendo nuevos caminos de aprendizaje. Más tarde en el tiempo, me fui formando en diferentes terapias: Esencias florales, para trabajar con las emociones estancadas, bloqueadas. Con el dolor, la tristeza, la ansiedad, y tantas otras. Hice, durante un largo periodo de tiempo, seminarios de Kinesiología, de Restauración Bioenergética, y muchos otros. Y luego, llegaron las Constelaciones Familiares. Durante años, asistí a talleres de Constelaciones, comprendiendo con más profundidad cada vez, las poderosas fuerzas que nos mueven, las lealtades, los lazos, y los vínculos visibles e invisibles que tenemos. Fui ampliando la mirada, y el espacio, tanto en mi mente como en mi corazón, hacia nuestro árbol genealógico; hasta que un día, sentada en silencio frente al mar, decidí formarme en Constelaciones Familiares. Nunca estaré suficientemente agradecida de haberlas encontrado en mi camino y de aquella decisión. Desde entonces, hace más de 10 años ya, trabajo con ellas, tanto a nivel grupal como individual, y no consigo imaginar  ningún otro trabajo más bello, ni en el que desearía estar. Cada sonrisa, cada nuevo brillo en los ojos en los que antes había tristeza o desaliento, cada espalda y cada corazón más ligeros de pesos, nudos y cargas, son preciosos regalos que recibo en cada taller.

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¿Qué beneficios obtienes de practicar mindfulness?

Todo lo que hacemos los seres humanos tiene una motivación, una razón de ser. A veces las motivaciones son inconscientes; en otras ocasiones nos auto engañamos porque las verdaderas razones de nuestros actos nos parecen inadecuadas y, en otros casos, los menos realmente conocemos el verdadero motivo de por qué actuamos. En el momento en que empezamos nuestra práctica de mindfulness también tenemos una motivación. Algunas de las motivaciones más frecuentes para empezar a practicar mindfulness Ser más felices Tener mayor bienestar psicológico Alcanzar una mejor concentración Controlar las emociones Tener más paz interior No tener pensamientos Tener mejor salud Tener menos estrés Un ejercicio habitual en los cursos de introducción a mindfulness, aparte de preguntar por la motivación, es pedir a los participantes que observen los tres primeros minutos de su práctica. La idea es responderse cada uno a la pregunta ¿cómo quiero que sea mi meditación? ¿Qué espero de ella? El problema de la motivación en mindfulness Hay dos grandes formas de funcionar a nivel mental: el modo hacer y el modo ser. El modo hacer es el que estamos acostumbrados a utilizar siempre y se caracteriza por tener un objetivo, algo que ganar o solucionar. Estamos acostumbrados a manipular la realidad, a modificarla, para alcanzar nuestras expectativas y objetivos. Con mindfulness se hace lo mismo: según nuestras expectativas, manipular el proceso meditativo para alcanzar lo que queremos. Así, en las prácticas intentaremos buscar la paz, el bienestar, la felicidad o el control de emociones y pensamientos. Sin embargo, por definición, mindfulness constituye el modo ser, que se caracteriza por no tener un objetivo. No queremos que el mundo o nuestra mente sean o funcionen de una forma particular. Solo queremos experimentar lo que son, de forma natural, sin artificio ni construcción mental. Por eso, las expectativas distorsionan la realidad y la manipulan y, por tanto, es importante no tener una motivación especial durante las prácticas de mindfulness, simplemente se debe estar abierto a la práctica. Es una aparente paradoja: para que las prácticas de mindfulness sean beneficiosas, no debe haber expectativas o buscarse nada especial en cada una de ellas. La explicación es que, si alguien busca algo concreto o tiene un objetivo especial en la práctica, ya no está practicando mindfulness, es decir, ya no está presente en la experiencia con apertura y curiosidad La actitud correcta en mindfulness ¿Cuál es la actitud correcta para practicar mindfulness? Es decir, ¿cuáles deben ser nuestras expectativas? No esperar nada. Este aspecto es uno de los más importantes en la tradición budista y se denomina, en japonés, mushotoku. No debemos tener una expectativa concreta. Debemos despojarnos de nuestras imágenes, representaciones y nuestras interpretaciones porque no son la realidad. En la meditación queremos descubrir la realidad tal y como es, no como quisiéramos que fuese. Dado que la meditación es un proceso de observación participativa, nuestras expectativas modifican la realidad, por lo que si tenemos una expectativa clara de cómo queremos que sea nuestra meditación, la estaremos distorsionando. No pensar/no juzgar. Libérate del pensamiento conceptual porque nuestros pensamientos no son la realidad. La realidad es experiencia pura, directa, sin palabras. Los conceptos y razonamientos no son más que obstáculos en el camino. Si aparecen juicios del tipo bueno/malo, me gusta/no me gusta, la práctica fue buena o mala, es que ha aparecido el pensamiento conceptual. Aceptar/no rechazar. Todo lo que aparece en la mente está bien. Acepta tus pensamientos y emociones, por desagradables, negativos o vergonzantes que parezcan. No te juzgues ni te critiques por tener tales pensamientos o por los fracasos que hayas tenido en la vida, y que aparecerán en la meditación. Aunque tú también eres esos pensamientos y emociones negativas, no eres solo eso, sino mucho más. Tu vida es un presente continuo y cualquier cosa que te haya ocurrido en el presente, si practicas mindfulness, no tiene por qué condicionar tu futuro. No forzar. No tienes que forzar nada en la meditación, no hay que esforzarse. No debe haber violencia ni rudeza. El esfuerzo debe ser perseverante pero relajado y amable No resistencia/soltar. No rechaces nada que aparezca en la mente (sobre todo eventos negativos), pero tampoco te aferres a ello (a los positivos). Son las dos caras de la misma moneda. Si te aferras a lo positivo tenderás a rechazar lo negativo ya que, desde en el momento en que hay juicio, surge el apego o el rechazo. Fluye con todo lo que ocurre en la mente, surfeando los fenómenos mentales sin dejarte atrapar por ellos. Pese a lo que podría parecer, dejar de aferrarnos a lo positivo suele ser más difícil que dejar de rechazar lo negativo. Actitud amable hacia uno mismo. Uno de los elementos clave de mindfulness es la actitud de compasión y de amabilidad que debemos mantener hacia nosotros mismos. No debemos enfadarnos por perder la concentración o porque aparezca cualquier tipo de pensamiento o emoción. En las tradiciones orientales se compara la mente a un mono o a un niño pequeño. ¿Quién se enfadaría con un mono pequeño o un niño pequeño por sus travesuras? Esto es así porque en un principio no son responsables de sus actos. Tampoco la mente es responsable. Pensar continuamente es su naturaleza. Mente de principiante. Tendríamos que poder experimentar cada nueva situación o relación interpersonal como si fuese la primera vez que la vivimos, libre del recuerdo de nuestros estereotipos y prejuicios, consecuencia de nuestras experiencias previas, que nos impiden ver la realidad tal cual es. Así, cada práctica de mindfulness es, en verdad, una nueva experiencia, y hay que estar abierto y con curiosidad, ante todo. Paciencia. Los estudios dicen que una práctica constante de unos 20-30 minutos al día empieza a producir cambios psicológicos significativos a las 8-12 semanas. Sin embargo, no debemos tener prisa. Las cosas importantes en la vida solo se consiguen de forma gradual. Los beneficios del mindfulness Pese a que practiquemos mindfulness con la actitud correcta de desapego, es cierto que la meditación posee una serie de

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Los fármacos ¿qué hacemos con ellos?

La terapia de interacción recíproca no tiene ningún reparo en la utilización de fármacos psicotrópicos, así como admite con agrado tratamientos de homeopatía, acupuntura y otros tratamientos mecánicos o químicos que tienen suficiente experiencia clínica y que han demostrado ser efectivos. La única salvedad es utilizar estas herramientas químicas como ayudantes a la psicoterapia del conflicto básico. Solo con fármacos, solo con homeopatía o solo con acupuntura nos parece que no es suficiente. Es necesaria la psicoterapia, aunque muchas de estas disciplinas ya tienen incorporada esta cuestión en sus propios protocolos de intervención. En el modelo que utilizan los autores de este libro en los trastornos de pánico y en la agorafobia, es bastante común acoplar en el paciente una intervención farmacológica suficiente, adecuada y capacitante para cada caso. En numerosas intervenciones las dosis que se prescriben al paciente están por debajo del nivel terapéutico, con la consiguiente sensación de ineficacia que tiene aquel que sufre estos trastornos, pero también en ocasiones se han realizado tratamientos farmacológicos que han dejado K.O. al paciente por lo excesivo de la dosis. Adecuada en el sentido de adoptar para cada perfil de paciente un tratamiento a medida, de tal forma que detalles como repartir el tratamiento en varias dosis o en una sola, dependiendo del vínculo entre el psiquiatra y el paciente, pueden conseguir el éxito o el fracaso del tratamiento. El éxito del tratamiento farmacológico suele estar unido a la capacidad que tenga el facultativo de conseguir que éste lo realice tal como se le prescribe y durante todo el tiempo que se le prescribe; el fracaso en la mayoría de las ocasiones viene dado por la automedicación o por dejar de tomar parte o la totalidad del tratamiento antes de tiempo. Somos conscientes de que la eficacia suele ser una consecuencia de la ingesta del fármaco, pero para que esto sea así es necesario motivar al paciente par que lo haga y es ahí donde está la parte vincular psiquiatra-paciente. Si la relación es buena y hay un vínculo adecuado, es mejor que se tomen los medicamentos varias veces al día, en cada momento, y el paciente tendrá la imagen del médico, a su lado en cada toma. Mientras que, si la relación no es adecuada, con una sola dosis será suficiente, siempre que el medicamento pueda administrase así. Por último, capacitante tiene que ver con el equilibrio que hay que encontrar para que el paciente deje de sentir la angustia que lleva a la terapia, pero no se convierta en un vegetal. Cualquier protocolo de intervención en los procesos de miedo a tener miedo nos indica que son tres veces más eficaces los que conjugan durante dos tercios del tratamiento la intervención conjunta en psicoterapia con farmacoterapia y en el último tercio se estable la psicoterapia ya sin fármacos. También la investigación realizada a este respecto expresa la necesidad de conseguir equilibrar los desórdenes en distintos neurotransmisores en estos trastornos. Queda claro que todo el proceso farmacológico debe ser prescrito, regulado y revisado por un facultativo en medicina y/o psiquiatría. La automedicación puede no solo provocar un empeoramiento de estos trastornos, sino que en algunas ocasiones producirá desórdenes de otros niveles; sin embargo, la medicación prescrita por un profesional de la salud mental puede en algunos casos tardar en hacer efecto positivo, pero si se tiene un poco de paciencia se llega a conseguir descubrir la dosis y el activo adecuado para cada paciente. El tratamiento farmacológico en trastornos como la agorafobia o las crisis continuas de ansiedad, así como en algunos trastornos de fobia social y en casi todos los trastornos obsesivos-compulsivos cronificados, no es una cuestión de elección. En estos trastornos la comunidad psiquiátrica como psicológica debería asumir de una vez por todas que es una necesidad terapéutica sin la cual el paciente es posible que pueda cronificar su problema. El tratamiento debe ser biopsicosocial y de esta manera debemos integrar siempre el tratamiento psicoterapéutico, farmacológico y la intervención social. De no haberlo así, el porcentaje de éxitos disminuirá mucho. Si se hace un estudio amplio, nos daremos cuenta de que la mayoría sí necesita fármacos. Cuando la psicoterapia es realizada con protocolos en hipnosis, el nivel de mejoría del paciente se triplica (trabajos de Irving Kirsch), debido al trabajo sobre las estructuras límbicas y a la mejor capacidad del paciente de conseguir realizar sus deseos básicos. La realización de éstos produce una orden de apaciguamiento al cerebro que interviene en estos cuadros, activándose programas emocionales incompatibles con el de pánico u opuestos a él. Los fármacos más utilizados en el tratamiento de trastornos de pánico son: Benzodiacepinas Imidazopiridinas Azaspironas Antidepresivos: tricíclicos, ISRS. BENZODIACEPINAS Son agentes depresores del sistema nervioso muy selectivos. Actúan en particular sobre el sistema límbico. Las benzodiacepinas compartes estructura química similar y tienen gran afinidad con el complejo de receptores benzodiacepínicos en el sistema nervioso central. Su estructura presenta un anillo de benceno con seis elementos unido a otro anillo de diazepina con siete elementos. Cada benzodiacepina especifica se obtiene por sustitución de radicales en diferentes posiciones. El sistema nervioso central tiene unos receptores específicos para las benzodiacepinas, formando parte del complejo ácido gamma-amino-butírico o GABA. El GABA es un neurotransmisor con acción inhibitoria y sus receptores forman parte de un sistema bidireccional inhibitorio conectado entre diversas áreas del sistema nervioso central. Las benzodiacepinas amplifican la acción inhibitoria medida por el GABA y están distribuidas tanto por la médula espinal como por todo el cerebro, encontrándose en menor medida en las glándulas adrenales, riñones, glándula pineal y plaquetas. El tratamiento de benzodiacepinas para los trastornos de pánico y la agorafobia debe ser prescrito en los primeros momentos de la incorporación del tratamiento farmacológico con la idea de ir retirándolas según vayan haciendo efecto otros fármacos, tales como los ISRS, tricíclicos u otros. Las benzodiacepinas son muy eficaces para modular los efectos adversos de fármacos que tardan unas dos semanas en conseguir los efectos positivos y que en muchos casos pueden dar molestias que

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Características del trastorno somatomorfe

Estos trastornos cuya característica fundamental consiste en síntomas físicos que sugieren enfermedad orgánica, sin que haya datos demostrables de daño orgánico o mecanismos fisiológicos conocidos y donde hay una fuerte presunción o evidencia de que tras los síntomas subyacen factores psicológicos, suponen una importante fuente de pacientes y frustración al médico general, internistas y cirujanos; ello es debido a varias circunstancias: cronicidad de la sintomatología, escaso beneficio de los tratamientos, actitudes dependientes voluntaristas, querulantes, retadoras de los pacientes, siempre dispuestos a explicar, una y otra vez, con prolijidad su sintomatología. A ello se una la rotunda negativa a aceptar las raíces psicológicas de sus molestias. Por ello, estos pacientes son candidatos a la iatrogenia de los procedimientos médicos y quirúrgicos, lo que, a la larga, no hace sino agravar la situación clínica del paciente. No infrecuentemente, se trata de pacientes que, desilusionados y hostiles frente a esa iatrogenia, adoptan una actitud querulante mediante denuncias o procedimientos similares (situación especialmente frecuente para los cirujanos plásticos y maxilofaciales con las dismorfofobias). Al contrario que en los trastornos facticios (auto provocación de síntomas o signos clínicos, fiebre, ictericia, hipoglucemias, etc.) en búsqueda de una relación con el médico y, al contrario de la simulación, donde la finalidad consciente es un beneficio (cambio de estado, dinero, etc.) en los trastornos somatoformes los pacientes no tienen la sensación de controlar o producir sus síntomas. Los distintos subtipos de trastorno somatoforme son: trastorno conversivo, dolor psicógeno, hipocondriasis, trastorno dismórfico, trastorno somatoforme indiferenciado.  Todos estos trastornos psiquiátricos graves y frecuentemente requieren tratamiento especializado y coordinado o dirigido personalmente por un psiquiatra. La derivación de tales pacientes es completa y con frecuencia infructuosa. El paciente lo puede vivir como una agresión o abandono por parte del clínico o bien como una señal de su incompetencia, lo que, con frecuencia, los lleva a un cambio de consulta, siendo al final politratado o polioperado con los riesgos que eso conlleva.  La detención precoz de estos pacientes y una coordinación clínico psiquiátrica es necesaria antes de la derivación. Con frecuencia, el asesoramiento familiar, dentro de las posibilidades que la profesión permite y el paciente consciente, es útil, ya que éstos, a veces aturdidos y angustiados por los síntomas de su pariente, pueden potenciar aún más la actitud de búsqueda de otros profesionales. Trastorno somatoforme Lo más característico es la presencia de quejas somáticas múltiples en cualquier parte del cuerpo, como cefaleas, náuseas y vómitos, dolores abdominales, dificultades intestinales, fatiga, etc. Las quejas son crónicas y fluctuantes en intensidad y normalmente comienzan en la segunda década de la vida. El trastorno es más frecuente en mujeres. Las quejas son presentadas de forma imprecisa, dramática o exagerada. Es necesario buscar antecedentes de contactos con diversos médicos, a menudo con procedimientos diagnósticos y/o quirúrgicos innecesarios. A menudo, es posible la asociación con un trastorno afectivo y/o por ansiedad crónica. Asimismo, con dificultades en las relaciones interpersonales y de pareja (suelen asociar dispareunia, frigidez y dismenorrea). Típicamente son personalidades con rasgos histriónicos (Seductor-dependiente-manipulativo-emocional). El curso del trastorno es fluctuante hacia la cronicidad, siendo el pronóstico, en general, pobre. El tratamiento puede incluir a un médico internista y a un psiquiatra. El primero realizará, periódicamente diagnósticos diferenciales de la sintomatología dolorosa, que procuren una disminución de la angustia del paciente, sus familiares y el propio psiquiatra. El segundo, se proveerá de asesoramiento familiar (que evite la búsqueda de otros recursos sanitarios). Debe proporcionar también el apoyo y la progresiva comprensión de la sintomatología al paciente. Parece útil el uso concomitante de medicación psicótropa, haya o no sintomatología efectiva. Una combinación de amitriptilina (100-150 mg/día) con levopromacina (10-45 mg/día) ha resultado eficaz. No se debe olvidar el estudio del uso de medicación analgésica por parte del paciente y proceder a su desintoxicación en casos de que ésta sea necesaria. Trastorno conversivo El cuadro fundamental consiste en la pérdida o alteración de funciones que afectan, generalmente al sistema sensorio-motor. En ellos, a pesar del uso de cualquier sistema diagnostico conocido, no se aprecian datos patológicos subyacentes. Los síntomas a menudo son y simbolizan el producto de un conflicto psicológico no consciente para el individuo. La sintomatología del trastorno conversivo puede cambiar de un episodio a otro. La aparición de la clínica suele ser brusca y desencadenada a partir de un estrés psicológico. El síntoma permite al paciente mantener su conflicto oculto para él (beneficio primario), no enfrentarse con el agente estresor (beneficio secundario) y una relación estrecha con un clínico (beneficio terciario). Trastorno típicamente descrito en personalidades dependientes e histriónicas, siendo susceptible su aparición en cualquier otro tipo de personalidad en función del grado de intensidad de la angustia. La sintomatología motora más frecuente son los movimientos anormales en todas sus formas: movimientos groseros y rítmicos de la cabeza, brazos o piernas, movimientos convulsivos, astaxiabasia. La sintomatología sensorial más habitual es la anestesia asociada a la parálisis de un miembro o del hemicuerpo, siguiendo una distribución casual, no metamérica. Dentro de los órganos de los sentidos, la ceguera, total o parcial, uni o bilateral es la más habitual. Peculiar dentro de ésta es la visión tubular, en la que el campo de visión tubular, en la que el campo de visión queda limitado a un punto central de diámetro variado. La sintomatología dolorosa, en sus manifestaciones más diversas, tienden hoy en día a diagnosticarse de forma separada (como trastorno somatofore, dolor psicógeno, etc.), si bien, el mecanismo subyacente es, en la mayor parte de los casos, similar. El curso y pronóstico de la enfermedad es tan imprevisible como la sintomatología y no está sujeta a ningún patrón. Las variaciones de la misma irán en relación con el mantenimiento de los beneficios primario y secundario. En general, el pronóstico es mejor cuanto más agudo e importante ha sido la situación estresante que lo ha precipitado. Por ejemplo, tiene mejor pronóstico la parálisis de la mano derecha en tiempo de guerra en un soldado que debe ir al frente, que la misma situación de dicho sujeto en tiempo de

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Trastornos psicosomáticos en la salud mental

Este grupo de trastornos se caracteriza por síntomas físicos causados por factores emocionales y que afectan a un único órgano o sistema, inervado por el sistema nervioso autónomo. Los cambios fisiológicos que acompañan estos trastornos son aquellos que se unen normalmente a ciertos trastornos emocionales, pero que en este caso son más intensos y mantenidos. El paciente puede no ser consciente de su estado emocional (DSM-II). Algunos ejemplos de trastornos psicosomáticos son: acné, alergias, alopecias, edema angioneurótico, arritmias, asma bronquial, jadeo asmático, cardio espasmo, diabetes mellitus, úlcera duodenal, hipertensión esencial, úlcera gástrica, cefaleas, hiperinsulinismo, hipertiroidismo, hipoglucemias, enfermedades autoinmunes, colon irritable, cefalea migrañosa, colitis mucosa, náusea, neuro dermatitis, obesidad, dismenorrea, prurito anal, piloroespasmo, enteritis regional, artritis reumatoide, dolor sacroilíaco, enfermedad de la piel, colitis espástica, taquicardias, cefalea tensional, tuberculosis, colitis ulcerosa, urticaria, vómitos, verrugas. Los autores de este libro quieren destacar por la importancia en las consultas médicas cuatro de ellos para ahondar en mayor profundidad: síndrome de hiperventilación, colon irritable, úlcera péptica e hipertensión esencial. Síndrome de hiperventilación Poco referido en la clínica para la altísima morbilidad de este trastorno. Clínicamente se manifiesta, en los casos más dramáticos, por pérdida de conciencia y en los menos por una progresiva secuencia de síntomas como vacío en la cabeza, vértigo/náuseas, zumbido de oídos, visión borrosa, parestesias. Otros síntomas pueden ser sequedad de boca, llanto o risa incontrolable. Ocasionalmente, tras la hiperventilación, le siguen períodos de apnea. A todo ello se une la aprensión y angustia. La sintomatología es fácilmente reproducible pidiendo al paciente que hiperventile durante unos minutos en la consulta. La hiperventilación es un síndrome fisiológicamente asociado a situaciones de miedo, ansiedad, dolor o rabia. El mecanismo fisiológico consiste en una alcalosis respiratoria que provoca el vaso construcción de las arterias medias del cerebro y del corazón. En el electroencefalograma se aprecia un aumento de ondas lentas de alto voltaje. La aparición de sintomatología se facilita por tres circunstancias: bipedestación, hipoglucemia y edad inferior a 35 años. Es necesario hacer un diagnostico diferencial con epilepsia, histeria, hipoglucemia, crisis vagales, infarto agudo de miocardio, síndrome de StokeAdams y arritmia cardiaca. El tratamiento de la crisis aguda es fácil: el paciente debe inspirar su propio aire preferiblemente en decúbito, ayudándose, por ejemplo, de una bolsa de plástico, hasta que remita la alcalosis. A largo plazo, resulta útil una reeducación de la dinámica respiratoria (relajación, yoga, etc.). En pacientes neuróticos puede ser necesaria una psicoterapia que ponga de manifiesto las situaciones ansiógenas o fóbicas del paciente, por lo que procede la interconsulta para la evaluación y, en su caso, la derivación al especialista. Síndrome de colon irritable Este impreciso síntoma es referido a un estado más o menos crónico durante el cual hay periodos de cambios evidentes en los hábitos intestinales, a menudo asociados con dolor y flatulencia. Supone más del 50% de las consultas realizadas a especialistas del aparato digestivo. Es necesario indicar que un buen número de pacientes diagnosticados de síndrome de colon irritable (SCI) no padecen ningún trastorno gastrointestinal, sino algún trastorno psiquiátrico como trastorno por somatización, neurosis de conversión, preocupaciones hipocondriacas como parte de una sintomatología compulsiva o caracterial más compleja. Otros son ansiosos o depresivos que hipervaloran sus molestias y se auto vigilan. En otro grupo, el síndrome lo motivan dietas inadecuadas, aerofagia o consumo de alcohol. Rara vez es la toma de laxantes o antiácidos lo que subyace tras la sintomatología intestinal. En cualquier mamífero se producen cambios del ritmo intestinal en función de sus vivencias y emociones. En los pacientes con SCI se ha encontrado una alteración fisiológica de mayor reactividad intestinal a esos cambios, fundamentalmente a expensas de un aumento del porcentaje de las ondas de bajo ritmo (tres ciclos por minuto, uno de los dos tipos de ondas intestinales). Asimismo, se ha apreciado que estos pacientes tendrían un bajo umbral al dolor por cambios en la motilidad intestinal. Aunque se ha querido describir un prototipo psicopatológico del paciente con SCI, ha sido imposible. En todos ellos son reconocibles alteraciones crónicas, ya sea en relación con la ansiedad, depresión, resentimiento y la culpa, siempre en un grado moderado. Se ha querido relacionar la diarrea con rasgos de personalidad agresivos y explosivos, y el estreñimiento con la contención de agresividad, tacañería y meticulosidad. No se ha encontrado un tratamiento eficaz para este trastorno. Los ansiolíticos y antidepresivos parecen actuar como un placebo y son los cuidados y atenciones del médico por sí mismos, los que consiguen mayor eficacia. A las personas en las que este trastorno provoca una incapacitación social o un grave deterioro de la autoimagen personal se les debería orientar a una psicoterapia clásica, por lo que deben ser derivadas, para su evaluación al escalón especializado. Úlcera péptica Una gran cantidad de estudios demuestran que los factores psicológicos afectan a la función gástrica. La influencia de estos cambios de función en la producción de úlceras no está del todo aclarada. Quizás, las áreas hiperémicas, la hipersecreción e hipermovilidad que se aprecia en personas que sufren de sentimientos de rabia, frustración o rencor, unido a la fragilidad de la mucosa, dejan el campo abierto a la acción del jugo gástrico sobre la pared. Se han desarrollado múltiples teorías acerca del perfil del paciente ulceroso, de las que la más importante es la de Alexander: una personalidad extraordinariamente dependiente, hecho inconsciente para el propio sujeto y que estaría encubierta con una aparente actitud de hiperdependencia, ambición, emprendedor y competitivo, lo que provocaría una sensación de insatisfacción crónica (“hambre crónica”) que conduciría a una hiperactividad vagal o de hiperproducción de pepsinógeno, que concluiría en hipersecreción de ácido y formación de úlceras. No hay estudios sistematizados sobre la eficacia de los tratamientos de abordaje psiquiátricos. Parece que tanto el asesoramiento para llevar un estilo de vida más familiar como las técnicas cognitivas para reducir el estrés han tenido utilidad fundamentalmente en la prevención de las recaídas. Hipertensión esencial Si bien no se ha encontrado una causa única precipitante de la hipertensión esencial (HE) han sido propuestas, sustentadas en

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¿Cómo esta tu estado de ánimo hoy?

Si quiere saber en qué grado se encuentra su talante, su ánimo, responda rápidamente, sin reflexionar y simplemente a las preguntas. Si está de acuerdo con cada una, responda SI, de lo contrario responda NO. Anótese un punto un punto cada vez que haya dicho SI a las preguntas comprendidas entre el 1 y el 29. Desde el 30 y hasta el 72 anóteselo cuando haya respondido NO. Sume el total de puntos. Después haga un cálculo, anote el total de puntos obtenidos ante cuestiones precedidas de un asterisco y si el total sobrepasa los 5 puntos, sus respuestas no han sido muy sinceras. Su deseo es presentarse mayor de lo que es  “arreglando” un poco la realidad. Tiende a auto engañarse, desconfiando de su espontaneidad y de sus tendencias secretas. Si ha obtenido menos de 6 puntos, pase a sumar el total de sus puntos y compare con su perfil psicológico según los resultados. Nunca me he sentido tan bien como ahora Me gustaría ser periodista Olvido las cosas que me dicen Nunca hablo a los desconocidos, a no ser que ellos se dirijan a mí Bebo mucha agua diariamente Me encolerizo con facilidad y lo olvido fácilmente Hay animales que me ponen nervioso Las personas necesitan muchas explicaciones para convencerse de la verdad Me gustaría no ser tímido Es mejor no confiar en nadie Cada semana, siempre hay algún día que me siento muy excitado En mi opinión, la mayoría de las personas son capaces de mentir para conseguir alguna ventaja Me gusta la sección de sucesos en los periódicos Bastante a menudo fracaso por no decidirme a tiempo Hay personas tan autoritarias, que siento la necesidad de llevarles la contraria aun en el caso de que me parezca que tienen razón en lo que dicen Me da miedo pensar en los temblores de la tierra Soy una persona importante Reconozco que a veces me he preocupado por cosas que realmente no valían la pena El ruido me despierta fácilmente Me gusta flirtear Suele ver el lado negativo de las cosas Dicen que me pongo nervioso con facilidad No me gusta tener que esperar Me convencen fácilmente las explicaciones A veces tengo la sensación de ser inútil Me da la impresión, a veces, de tener muy sensible la parte superior de la cabeza Estoy muy preocupado por las cuestiones sexuales Creo ser más sensible que los demás y que las cosas me afectan más No me gusta aportar ninguna cantidad de dinero a ningún juego. No me gusta nadar en el mar No suele dolerme la cabeza Mi salud ha sido buena estos últimos años Nunca me he desmayado Me gusta visitar sitios nuevos Las arañas no me dan miedo Mi vida familiar es tan agradable como la de la mayoría de las personas que conozco No siempre digo la verdad * No me dan miedo las culebras Ni engordo ni adelgazo A veces tengo ganas de emplear palabras malsonantes * Tengo casi siempre un buen despertar La justicia me inspira desprecio cuando alguien criminal sale bien parado gracias a los argumentos inteligentes del abogado Me gustan las novelas de detectives y de misterio No soporto perder en el juego Creo que, para mí, lo mejor es callarme cuando me encuentro en situación desairada No me preocupan mucho las enfermedades que puedan venirme Hay muchas cosas que me interesan en mi vida normal No tengo miedo al agua A veces me encuentro con personas que pasan por expertas en una materia y que no sabían mucho más que yo acerca de ella No me da miedo el vérmelas con grandes sumas de dinero Suelo mantenerme en guardia respecto a personas que adoptan hacia mí una actitud mejor de la que esperaba Me siento a veces muy decidido a acometer cosas Soy muy sociable Creo que hay personas que exageran sus problemas con objeto de lograr la simpatía y hasta la ayuda de los demás Me gustan muchos los juegos y los pasatiempos Nunca me duele la nuca A veces me río ante una broma grosera No creo ser más nervioso que la generalidad de las personas Suelo dejar para más adelante cosas que podría hacer en el momento * Me encanta bailar Suelo dormirme sin estar atormentado por pensamientos o ideas Creo que mi memoria es buena No siempre mis costumbres en la mesa son tan buenas en casa como fuera de ella * Normalmente tengo calientes los pies y las manos Algunas veces me pongo a pensar en cosas desagradables para poder hablar luego de ellas * Enjuicio las cosas mejor que nunca A veces me da por murmurar * Si pudiera entrar en un cine sin pagar, con la certeza de que nadie se enteraría, lo haría * Estoy satisfecho en mi vida sexual A veces tengo mal humor si no me siento bien * No todas las personas que conozco me caen bien * Algunas veces me encolerizo Resultados De 50 a 72 puntos. No se encuentra en su mejor momento. Está ansioso, inhibido y se niega a sí mismo el disfrutar de muchos placeres de la vida. Está preocupado por su salud: debe, por ello consultar y comprobar el posible fundamento de sus preocupaciones. Después debe intentar poner su atención en las cosas externas a sí mismo. Se siente a veces deprimido y sin gusto por la vida. Intente descubrir de una vez para siempre las causas de esta situación y ábrase hacia el porvenir. De 20 a 50 puntos. La preocupación por sí mismo no es excesiva, sabiendo aceptar riesgos calculados. Hay veces que se muestra más angustiado de lo que está, extrañando por ello a las personas que lo rodean. Sus inquietudes desparecen fácilmente y su sentido de la adaptación social le permite encontrar el equilibrio perdido momentáneamente. En resumen: su personalidad presenta esa pequeña dosis de incertidumbre necesaria para dar prestancia a su personalidad viva y simpática. De 10 a 20 puntos. La preocupación por su propia persona es equilibrada.

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¿Qué es el estrés y cómo nos afecta?

El Dr. Hans Selye (al que consideramos el padre en el estudio del estrés), allá por el año 1935, lo definió como: La respuesta adaptativa del organismo ante los diversos estresores. Lo denominó Síndrome general de adaptación. Selye describió tres etapas de adaptación al estrés: Alarma de reacción: cuando el cuerpo detecta el estresor Fase de adaptación: el cuerpo reacciona ante el estresor Fase de agotamiento: por su duración o intensidad empiezan a agotarse las defensas del cuerpo. La palabra estrés viene de la palabra griega stringere, y significa provocar tensión.  También podemos recurrir a la definición que nos llega de la física. En este campo, la palabra estrés (stress) hace referencia a la fatiga de los materiales, es decir, a la presión que ejerce un cuerpo sobre otro. Y, ¿qué entendemos por estresores? Son las circunstancias, situaciones imprevistas o contrariedades, condiciones personales, profesionales…que nos sobrevienen en la vida, y que percibimos consciente o inconscientemente como una amenaza, dificultad, etc. En definitiva, aquellas que vivimos como algo negativo. El estrés es una reacción fisiológica del organismo ante una situación que se percibe como amenazante o con una excesiva demanda. Y, por tanto, podremos decir que depende, por un lado de las demandas del medio (tanto externo como interno) y por otro de la persona. En principio es un mecanismo de protección por el que el organismo trata de responder de forma adecuada a dicha situación. Ante ciertas situaciones que percibimos como amenazantes o desafiantes es una respuesta natural y automática de nuestro cuerpo. El que sea automática no significa que no se pueda modificar. El organismo reacción produciendo cambios neuro-endocrinos a nivel del hipotálamo y de las glándulas hipófisis y suprarrenales, con una gran activación del sistema nervioso autónomo simpático. Por otro lado, nuestro sistema nervioso no distingue entre un estresor físico y real, de otro meramente mental. Es normal sentirnos estresados ante un accidente de coche que estamos a punto de sufrir o si existe un peligro real de ser atropellados, o ante la amenaza de ser atacados por un perro furioso. De igual manera reaccionamos pensando en un futuro examen, en cuando tengamos que hablar en público o cualquier reacción de tipo fóbico. En general, se trata de la adaptación del organismo a la dinámica de la vida cotidiana (los estresores). Y al igual que cada uno de nosotros somos únicos y diferentes (aunque seamos tan parecidos), también la manera en que se manifiesta el estrés es diferente para cada persona, aunque compartamos muchos de sus síntomas. Como el estrés afecta a todas las personas, es importante tener en cuenta que los niños también lo sufren.  En ellos hay multitud de agentes estresores que cada uno vive a su propia manera (la familia con todos sus problemas de discusiones, gritos, exigencias, divorcios con todo lo que conlleva, la escuela con sus deberes y exámenes, aceptación o no por los compañeros…) y, lógicamente también somatizan como los adultos. No caigamos en la trampa de pensar que como son pequeños no padecen de estrés ni de sus consecuencias. “No es el estrés lo que nos mata, es nuestra reacción al mismo” Hans Selye (información extraída de Trata el estrés con PNL de José Pérez Martínez, 2017)

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