Trastorno de Ansiedad

¿Cómo se desarrolla un trastorno emocional?

Según el modelo de triple vulnerabilidad (Suárez, Bennet, Goldstein y Barlow, 2009), las personas desarrollan un TE como consecuencia de la interacción a lo largo del tiempo de tres factores de vulnerabilidad. El primero, la vulnerabilidad biológica generalizada, que hace referencia a las dimensiones temperamentales de neuroticismo y extraversión. Estas dimensiones son parcialmente heredables (30-50%), por lo que se puede decir que nacemos con una tendencia a ser más o menos extrovertidos o más o menos inestables emocionalmente. Las personas con alto neuroticismo, al igual que las personas con TE, presentan una hiperexcitabilidad de las estructuras límbicas junto a un control inhibitorio limitado de las estructuras corticales.  Un perfil caracterizado por una baja extraversión y alto neuroticismo sería la primera variable explicativa para la aparición de un TE. El segundo, la vulnerabilidad psicológica generalizada, hace referencia al desarrollo de una percepción de los acontecimientos, internos y externos, como impredecibles e incontrolables, fruto de experiencias tempranas caracterizadas por el abuso, la negligencia o los estilos de crianza no contingentes, sin límites claros y que no enseñan estrategias de regulación emocional adecuadas. El tercer y último factor se denomina vulnerabilidad psicológica generalizada. Aquí se plantea el papel fundamental de las leyes cuando, en el contexto de una experiencia estresante particular, se asocia el malestar emocional (ansiedad, tristeza, culpa) a determinados objetos, situaciones o estados internos (pensamientos, recuerdos, sensaciones físicas, medios de trasporte, etc.). Las personas tienden a intentar mitigar la intensa respuesta emocional que experimentan a través de estrategias de supresión o evitación emocional, lo que provoca a corto plazo un alivio importante, pero a medio y largo plazo, mantienen la presencia de experiencias emocionales intensas y molestas. Barlow et al. (2011) definen las características principales de los TE a través de un modelo funcional con tres variables implicadas. Clasificación dimensional de los trastornos emocionales Las dimensiones de personalidad, como alto neuroticismo (relacionado con el afecto negativo) y baja extraversión (relacionada con el afecto positivo); se consideran, desde una perspectiva jerárquica, como dimensiones de orden superior o primer orden en la clasificación de los TE (Brown y Barlow, 2009). En este sentido, la investigación ha puesto de manifiesto que el alto afecto negativo está asociado con la mayoría de los TE (depresión, ansiedad generalizada, trastorno de pánico, agorafobia, trastorno obsesivo-compulsivo y ansiedad social), mientras que el bajo afecto positivo se asociaría con la ansiedad social y depresión. Además de compartir esta dimensión de primer orden, las personas con TE deben ser evaluables en tres dimensiones adicionales de segundo orden para realizar una adecuada clasificación del problema emocional: Estado de ánimo. Es importante evaluar esta dimensión dado que en el curso de un TE es frecuente que aparezcan, se alternen o convivan síntomas ansiosos y depresivos comórbidos a los síntomas principales Foco de ansiedad. Los síntomas ansiosos pueden desencadenarse por muchos estímulos distintos, como por ejemplo la evaluación negativa de los demás, notar sensaciones físicas, la presencia de preocupaciones o flashbacks relacionados con un hecho traumático o tener pensamientos intrusivos (de impureza, religión, orden, comprobación etc.), entre otras. Es importante evaluar esta dimensión también en el caso de personas con síntomas principales depresivos por la ya citada frecuente comorbilidad Las conductas de evitación (o conductas emocionales). Las personas con TE utilizan a menudo conductas emocionales y estas son las responsables de los que los síntomas ansiosos y depresivos se mantengan a lo largo del tiempo. Algunas personas utilizan las llamadas conductas de evitación abiertas o manifiestas (p.ej., no viajar en tren o no ir a centros comerciales) o conductas sutiles de evitación (p.ej., evitar el contacto ocular o no beber cafeína). Otras ponen en marcha estrategias de evitación cognitiva (p.ej., distraerse o suprimir el pensamiento) o conductas de seguridad (p.ej., llevar amuletos o fármacos encima). El objetivo de todas estas estrategias es no sentir una emoción intensa o reducir su intensidad una vez aparezca. Por último, se incluyen en esta dimensión las conductas impulsadas por la emoción (CIE), cuyo objetivo es no seguir experimentando el malestar emocional (p.ej., beber alcohol). Dicen los autores, que las personas con TE presentan déficits en la regulación de sus emociones, o desregulación emocional, porque las conductas emocionales que realizan no suelen acercares a sus metas y objetivos, sino que se centran en evitar el malestar a corto plazo, son desproporcionadas respecto a la demanda del ambiente, no consiguen resolver un problema presente (o lo agravan), o en ocasiones pueden llegar a ser perjudiciales (p.ej., atracón de comida o consumo de drogas) (información extraída de Manual de tratamientos psicológicos. Adultos / coordinador Eduardo Fonseca Pedrero,2021)

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¿Cómo se comporta un niño con mutismo selectivo?

Los niños con mutismo selectivo, cuando se encuentran con otros sujetos en las interacciones sociales no inician el dialogo o no responden recíprocamente cuando hablan con los demás. La falta de discurso se produce en las interacciones sociales con niños o adultos. Hablan en su casa en presencia de sus familiares inmediatos, pero a menudo no hablan ni siquiera ante sus amigos más cercanos o familiares de segundo grado, como abuelos o primos. El trastorno suele estar marcado por una elevada ansiedad social. A menudo se niegan a hablar en la escuela, lo que puede implicar deterioro académico o educativo, ya que a menudo a los maestros les resulta difícil evaluar sus habilidades como la lectura. La falta de expresión puede interferir en la comunicación social, aunque los niños con este trastorno a veces usan medios no verbales (ej., gruñen, señalan, escriben) para comunicarse y pueden estar dispuestos o deseosos de realizar o participar en encuestas sociales cuando no necesitan hablar (ej., las partes no verbales de los juegos en el colegio) Las características asociadas al mutismo selectivo son: timidez excesiva, miedo a la humillación social, aislamiento y retraimiento social, “pegarse” a otros, rasgos compulsivos, negativismo y pataletas o comportamiento controlador o negativista, en especial en casa. Aunque los niños con este trastorno suelen poseer unas habilidades lingüísticas normales, el mutismo puede estar asociado a un trastorno de la comunicación, aunque no se ha identificado ninguna asociación concreta con este trastorno de la comunicación. En el ámbito clínico, a los niños con mutismo selectivo también se les diagnostica siempre algún trastorno de ansiedad (especialmente fobia social). (Información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Cómo influye el trastorno de pánico?

El trastorno de pánico se refiere a ataques de pánico inesperados y recurrentes (Criterio A). Un ataque de pánico es una oleada repentina de miedo intenso o malestar intenso que alcanza su máximo en cuestión de minutos y durante ese tiempo, se produce cuatro o más síntomas físicos y cognitivos de una lista de 13 síntomas. El término recurrente significa literalmente mas de una crisis de pánico inesperada. El término inesperado se refiere a un ataque de pánico para el que no hay señal obvia, o desencadenante en el momento de la aparición, es decir, el ataque parece ocurrir a partir de la nada, como cuando el individuo se relaja o aparece durante el sueño (ataque de pánico nocturno). En contraste, los ataques de pánico esperados son aquellos para los cuales existe una señal obvia o un desencadenante, como una situación en la que normalmente aparecen los ataques de pánico. La determinación de si los ataques de pánico son esperados o inesperados debe hacerla el clínico, que realiza este juicio basándose en la combinación de un interrogatorio cuidadoso en cuanto a la secuencia de los eventos anteriores o previos al ataque y la propia opinión del individuo sobre si el ataque ha aparecido con una razón aparente o sin ella. Pueden influir en la clasificación de los ataques de pánico, según sean inesperados o esperados las interpretaciones culturales. En Estados Unidos y en Europa, aproximadamente la mitad de los individuos con trastorno de pánico presenta ataques de pánico esperados y también inesperados. Por lo tanto, la presencia de ataques de pánico esperados no descarta el diagnóstico de trastorno de pánico. La frecuencia y la gravedad de los ataques de pánico varía. En cuanto a la frecuencia, algunos individuos presentan las crisis con una periodicidad moderada, pero regular desde unos meses antes hasta el momento actual. Otros describen breves salvas de crisis más frecuentes (ej., cada día) separadas por semanas o meses sin padecer un solo ataque, o bien los presentan con una frecuencia considerablemente menor (ej., dos cada mes) durante un periodo de varios años. Las personas que tienen ataques de pánico infrecuentes se parecen a que tienen ataques más frecuentes en lo que se refiere a síntomas, características demográficas, comorbilidad con otros trastornos, antecedentes familiares y datos biológicos. En cuanto a la gravedad, las personas con trastorno de pánico pueden tener ataques completos (cuatro o más síntomas) o limitados (menos de cuatro síntomas) y el número y el tipo de los síntomas con frecuencia difieren entre un ataque de pánico y el siguiente. Sin embargo, va a ser necesaria más de una crisis inesperada con síntomas completos para el diagnóstico del trastorno de pánico. Los individuos con ataque de pánico se preocupan de manera característica por las implicaciones o consecuencias que éstos pueden tener sobre sus vidas. Algunos temen que las crisis de pánico sean el anuncio de una enfermedad no diagnosticada que pueda poner en peligro la vida (ej., la enfermedad coronaria, un trastorno comicial), a pesar de los controles médicos repetidos que descartan esa posibilidad. Son frecuentes las preocupaciones sociales, como la vergüenza o el miedo a ser juzgados negativamente por los demás, debido a los síntomas evidentes del ataque de pánico, y la creencia de que las crisis de pánico indican que uno se está “volviendo loco” que se está perdiendo el control o que suponen cierta debilidad emocional (Criterio B). Algunos individuos con crisis de angustia recidivantes experimentan un cambio de comportamiento significativo (ej., abandonan su puesto de trabajo), peo niegan tener miedo a nuevas crisis de angustia o estar preocupados por sus posibles consecuencias. La preocupación por la posible aparición de nuevas crisis de angustia o sus posibles consecuencias suele asociarse al desarrollo de comportamientos de evitación que pueden reunir los criterios de agorafobia en cuyo caso debe efectuarse el diagnóstico de trastorno de angustia con agorafobia. Puede haber cambios de comportamiento desadaptativos para intentar minimizar o evitar nuevos ataques de pánico y sus consecuencias. Algunos ejemplos incluyen evitar el esfuerzo físico, reorganizar la vida diría para garantizar la disponibilidad de ayudar en caso de que los síntomas se repitan, lo que restringe las actividades habituales y evitar situaciones agorafóbicas como salir de casa, usar el transporte público, ir de compras. Un tipo de ataque de pánico inesperado es el ataque de pánico nocturno. En Estados Unidos se ha estimado que este tipo de ataque de pánico se produce al menos una vez en aproximadamente la tercera parte de las personas con trastorno de pánico. Además de preocuparse por los ataques de pánico y sus consecuencias, muchas personas con trastorno de pánico refieren sensaciones constantes o intermitentes de ansiedad, que están más relacionadas en líneas generales con problemas de salud o de salud mental. Además, puede haber preocupaciones generalizadas sobre si será posible completar las tareas diarias: soportar el estrés diario, uso excesivo de drogas para controlar los ataques de pánico o comportamientos extremos dirigidos a controlar dichos ataques. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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¿Sabes si sufres de agorafobia?

La característica esencial de la agorafobia es un marcado o intenso miedo o ansiedad provocados por la exposición real o anticipatoria a una amplia gama de situaciones (Criterio A). El diagnóstico requiere ser corroborado por los síntomas que se producen en al menos dos de las cinco situaciones siguientes: 1) el uso de medios de transporte público; 2) encontrarse en espacios abiertos, tales como estacionamientos, plazas); 3) estar en espacios cerrados, tales como tiendas, teatros, cines; 4) estar de pie haciendo cola o encontrarse en una multitud; 5) estar fuera de casa solo. Los ejemplos para cada situación no son exclusivos; se pueden temer otras situaciones. Al experimentar el miedo y la ansiedad desencadenados por tales situaciones, los individuos suelen experimentar pensamientos de que algo terrible podrá suceder (Criterio B). Los individuos con frecuencia creen que podría ser difícil escapar de este tipo de situaciones (p.ej., “no se puede salir de aquí”) o que sería difícil disponer de ayuda en el momento en que se presentaran síntomas similares a la angustia u otros síntomas incapacitantes o embarazosos (p.ej., “no hay nadie que me ayude”). “Los síntomas similares al pánico” se refieren a cualquiera de los trece síntomas incluidos en los criterios del ataque de pánico, tales como mareas, desmayos o miedo a morir. Otros síntomas incapacitantes o embarazosos podrían ser los vómitos y los síntomas inflamatorios del intestino, así como, en las personas mayores, el miedo a caerse, o en los niños una sensación de desorientación y de encontrarse perdidos. La cantidad de miedo experimentado puede variar con la proximidad a la situación temida puede ocurrir en anticipación o en presencia de la situación agorafóbica. Además, el miedo o ansiedad pueden tomar la forma de un ataque de pánico de síntomas limitados o completos (esto es un ataque de pánico esperado). El miedo o la ansiedad se evocan casi cada vez que el individuo entra en contacto con la situación temida (Criterio C). Por lo tanto, una persona que desarrolla ansiedad y solo de vez en cuando se produce una situación agorafóbica (ej., desarrolla ansiedad cuando hace cola en solo una de cada cinco ocasiones) no sería diagnosticada de agorafobia. El individuo evita activamente la situación o, si no puede o decide no evitarla, la situación provoca un miedo o una ansiedad intensa (Criterio D). La evitación activa significa que el individuo se comporta de una manera intencionada para prevenir o minimizar el contacto con las situaciones de agorafobia. La naturaleza de la evitación puede ser comportamental (ej., cambiar las rutinas diarias, la elección de un trabajo cercano para evitar el uso del transporte público, encargar las compras a domicilio para evitar entrar en las tiendas y los supermercados) o cognitiva (ej., usar la distracción para superar las situaciones de agorafobia). La evitación puede llegar a ser tan grave que la persona se quede completamente confinada en casa. A menudo, la persona se encuentra en mejores condiciones para hacer frente a la situación temida si va acompañada de alguien, como un amigo o profesional de la salud. El miedo, la ansiedad y la evitación deben ser desproporcionados para el peligro que realmente suponen las situaciones de agorafobia y para el contexto sociocultural (Criterio E). Es importante, por varias razones, diferenciar los temores agorafóbicos clínicamente significativos de los temores razonables (ej., salir de casa durante una fuerte tormenta) o de las situaciones que se consideren peligrosas (ej., caminar por un aparcamiento o usar el transporte público en un área de alta criminalidad). En primer lugar, la evasión puede ser difícil de juzgar a través de la cultura y el contexto sociocultural (ej., en ciertas partes del mundo, es socioculturalmente aceptable que las mujeres musulmanas ortodoxas, eviten salir de casa solas y esta evitación no se consideraría indicativa de agorafobia). En segundo lugar, los adultos mayores son propensos a juzgar sus miedos como desproporcionados con respecto al riesgo real. En tercer lugar, las personas con agorafobia tienden a sobrestimar el peligro de los síntomas similares al pánico u otros síntomas corporales. La agorafobia se debe diagnosticar solo si el miedo, la ansiedad o la evitación persiste (Criterio F) y si causa un malestar significativo o un deterioro en las áreas sociales u ocupacionales, o en otras áreas importantes del funcionamiento (Criterio G). La duración de “típicamente 6 meses o más” pretende excluir a las personas con problemas transitorios de corta duración. Sin embargo, el criterio de duración se debería utilizar como guía general, permitiendo un cierto grado de flexibilidad. En sus formas más severas, la agorafobia puede motivar que los individuos se queden totalmente confinados en casa, que no puedan salir de su hogar y que dependan de los demás para los servicios o la asistencia e incluso para las necesidades básicas. Son frecuentes la desmoralización y los síntomas depresivos, así como el abuso de alcohol y los medicamentos sedantes y los intentos indebidos de automedicación. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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El perdón en los momentos más vulnerables

¿Enfermamos porque estamos débiles emocionalmente o es la enfermedad la que provoca nuestra vulnerabilidad emocional? Sin duda, ambos factores son muy difíciles de aislar y con frecuencia, pueden alternar su importancia y su protagonismo a lo largo de un mismo proceso; es decir, podemos empezar por encontrarnos un poco débiles y eso nos crea cierta vulnerabilidad y el sentirnos vulnerables acentúa aún más nuestra debilidad. Perdonarnos por enfermar Con frecuencia, asociamos enfermedades graves a personas de edad avanzada. Sin embargo, este hecho ha cambiado sustancialmente y hoy quizás en gran medida por el ritmo de vida que llevamos, por los hábitos de la sociedad moderna, cada vez nos encontramos con más diagnósticos de enfermedad graves en jóvenes. Este hecho ha cobrado tal dimensión que, en la actualidad, el cáncer es la causa principal de muerte por enfermedad en la población de adolescentes y jóvenes. En el grupo de edad de adolescentes, jóvenes y adultos, solo los accidentes, los suicidios y los homicidios se cobran más vidas que el cáncer. Sin duda, para la mayoría de la gente, recibir un diagnóstico de una enfermedad grave representa un shock, que en muchos casos se acompaña de una reacción de angustia y estrés que condicionan sus vidas. Muchos se preguntan cómo influye los factores psicológicos en la enfermedad. Es lógico pensar que una enfermedad grave despierte angustia, temor e incertidumbre. La persona afectada tiene miedo de cómo resultará el tratamiento ¿Dará resultado? ¿se complicará? ¿seré capaz de resistirlo? ¿Me curaré definitivamente o viviré toda la vida con esta espada de Damocles encima? El enfermo se enfrenta a múltiples preguntas ¿qué debo hacer?¿cómo reaccionar?¿cómo se lo digo a mi familia, a mis hijos?¿tendré fuerza suficiente o me hundiré?¿será este el principio del fin?¿mi vida se terminó?¿ya solo me queda sufrir?¿merecerá la pena tanto esfuerzo, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto desgarro? Hay personas que se sienten responsables de su enfermedad, que piensan que estiraron demasiado la cuerda, que llevaban una vida desbordada de trabajo, esfuerzo, tensión, de preocupaciones y que eso, tarde o temprano, se termina pagando. Creen que han fallado a su familia, a sus hijos, a su pareja, a ellas mismas. Se sienten tan culpables y tan débiles que les cuesta un mundo perdonarse. La psicología puede ser de ayuda, pero somos nosotros los que mejor podemos vencer nuestros miedos, inseguridades e incertidumbres. Quienes podemos recuperar la ilusión, ánimo y la esperanza que nos hará disfrutar de nuestra vida con una intensidad que nunca habíamos experimentado. Intentad ser vuestro mejor amigo y vuestro mejor reglo. El regalo que hará que vuestros ojos vuelvan a brillar y vuestro rostro se ilumine con una sonrisa de esperanza y de fe en el futuro. El resto será sencillo cuando hayáis conseguido vivirlo bien; cuando vuestra mirada les transmita serenidad, confianza y dulzura; cuando vuestros corazones palpiten en sintonía; cuando vuestros besos estén llenos de alegría, sentimiento y vida. Fracasar, fallar, equivocarnos deberían ser conceptos que no tuvieran un impacto tan negativo en nuestro sistema de valoración, ya que somo seres humanos y como tales podemos fallar y equivocarnos, lo que nos ocurrirá muchas veces a lo largo de nuestra vida, y eso no significará que seamos un desastre o que no valgamos nada. El gran error es pensar que el éxito es sinónimo de valía y que un fracaso significa derrota. Hay gente que hace juicios muy sesgados y se siente triunfadora si va bien y derrotada si ha tenido alguna contrariedad o han surgido circunstancias y hechos que se escapan a su capacidad de control. Hay personas que, ante la reacción violenta del otro, cuando se sienten muy vulnerables, piensan que algo habrán hecho mal, que alguna torpeza habrá cometido para que la pareja reaccione con tanta agresividad. Conviene recordar que Al contraer una dolencia grave, algunas personas se sienten culpables porque creen que al enfermar les han fallado a sus seres queridos. Entonces, les cuesta mucho perdonarse, pero deben hacerlo porque ello les dará la fuerza necesaria para seguir adelante Perdonarnos nos permite, en muchos casos, posicionarnos mentalmente para enfrentarnos a la enfermedad y nos ayuda a vencerla. Perdonarse le permitirá al enfermo obtener las energías necesarias para desempeñar un papel activo en el proceso terapéutico, no abandonarse y presentar batalla contra la enfermedad. No perdonarse porque alguien se crea que ha fracasado en el aspecto profesional o en el ámbito familiar no es justificable; hay que perdonarse para levantarse y recuperar lo perdido. Conceder la máxima importancia no solo al trabajo, sino a nosotros mismos, así como a nuestra familia, nuestra salud, amigos, ilusiones, y nuestra felicidad debe ser nuestra prioridad Perdonarnos también en momentos de gran presión, como son los que se viven en los conflictos de pareja, es uno de los retos a conseguir Analizar los hechos, aprender de los errores, perdonarnos si nos sentimos culpables y querernos cuando emocionalmente nos sintamos vulnerables es lo que debemos hacer en esas situaciones (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)

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Trastorno de ansiedad por separación

La característica esencial del trastorno de ansiedad por separación es una ansiedad excesiva ante el alejamiento del hogar o de las personas a quienes el sujeto está vinculado (Criterio A). la ansiedad es superior a la que se espera en los sujetos con el mismo nivel de desarrollo. Los sujetos con trastorno de ansiedad por separación tienen síntomas que cumplen al menos 3 de los siguientes criterios: experimentan un malestar excesivo recurrente al estar separados de su hogar o de las personas de mayor apego (Criterio A1). Se preocupa por el bienestar o la muerte de las personas por las que siente apego, sobre todo cuando se separan de ellas y sienten necesidad de conocer el paradero de las figuras de mayor apego y deseo de estar en contacto con ellas (Criterio A2). Asimismo, también se muestran preocupados por los acontecimientos adversos que puedan sucederles a ellos mismos, como miedo a perderse, a ser secuestrados o a sufrir un accidente, y les impidan de nuevo reunirse de nuevo con las figuras de apego (Criterio A3). Los sujetos con ansiedad por separación se muestran reacios o rechazar irse solos debido a su temor ante la separación. Muestran una excesiva y persistente negación o rechazo a estar solos o sin una figura de apego, en casa o en otros lugares. Los niños con trastorno de ansiedad por separación son a veces incapaces de permanecer en una habitación solos y pueden manifestar comportamientos de “aferramiento”, situándose muy cerca del padre o la madre y convirtiéndose en su “sombra” por toda la casa o requiriendo que alguien esté con ellos cuando van a otras habitaciones. Suelen rechazar o negarse a ir a dormir sin que esté cerca una figura de mayor apego o a dormir fuera de casa. Los niños con este trastorno suelen tener problemas llegada la hora de acostarse y pueden insistir en que alguien permanezca con ellos hasta conciliar el sueño. Durante la noche pueden trasladarse a la cama de sus padres. Los niños pueden ser reacios o negarse a acudir a campamentos, a dormir en casa de amigos o a irse a hacer recados. Los adultos pueden sentirse incómodas al viajar solos (p.ej., al dormir en una habitación de hotel). Los individuos pueden tener pesadillas repetidas cuyo contenido expresa sus propios temores (p.ej., destrucción de la familia por un incendio). Los síntomas físicos son comunes en los niños cuando ocurre o se prevé la separación. Los niños más pequeños pocas veces manifiestan síntomas cardiovasculares como palpitaciones, vértigos y sensación de desmayo, síntomas que sí pueden observarse en los sujetos de más edad. Esta alteración suele mantenerse durante un periodo de al menos 4 semanas en los niños y en los adolescentes menores de 18 años, y normalmente dura 6 meses o más en los adultos. Sin embargo, el criterio de la duración debe emplearse en los adultos a título orientativo, permitiendo cierto grado de flexibilidad. La alteración debe producir un malestar clínicamente significativo o deterioro del rendimiento social, académico, laboral o de otros ámbitos importantes. Al alejarse del hogar o de las personas de gran apego, los niños con trastorno de ansiedad por separación pueden manifestar de modo recurrente retraimiento social, apatía, tristeza o dificultad para concentrarse en el trabajo o en el juego. En función de su edad, los individuos pueden experimentar miedo hacia los animales, oscuridad, fantasmas, ladrones, secuestradores, accidentes de coche, viajes en avión y otras situaciones que se perciban como peligrosas para la integridad de la familia o de sí mismos. Algunos individuos se sienten incomodos y melancólicos, incluso tristes, cuando están fuera de casa. El trastorno de ansiedad por separación en los niños puede dar lugar a una negativa a ir al colegio, lo que puede originar problemas académicos y de evitación social. Cuando están muy alterados ante la perspectiva de una separación, los niños pueden mostrarse coléricos y pueden golpear a quien les están forzando a dicha separación. Cuando están solos, especialmente por la noche, los niños menores de edad pueden experimentar percepciones inusuales (p.ej. ,ver personas que dan vueltas por su habitación o criaturas monstruosas que intentan cogerlos, sentir que unos ojos los miran atentamente). Los niños con este trastorno suelen describirse como exigentes, intrusivos y con necesidad de atención constante. Las excesivas peticiones del niño suelen producir frecuentes frustraciones en los padres, dando lugar a resentimiento y/o conflictos en la familia (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014)

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Las claves que te ayudarán a encontrar la felicidad

Perdonarnos hechos del pasado Muchas personas conservan en su mente imágenes y comentarios de situaciones poco afortunadas vividas a lo largo de los años. En algunos casos, se tratará de episodios en los que alguien les llamaba la atención por algo que supuestamente habían hecho mal. En otros momentos, revivirán situaciones en las que se sintieron tratados de forma injusta y heridos en lo más profundo de su ser. Lo habitual es que la intensidad del dolor sea proporcional a la edad que tuviéramos cuando ocurrieron esos hechos y a la etapa vital que transitáramos. En la infancia, nuestro bienestar y nuestra seguridad dependen de nuestros progenitores y de las principales personas de referencia de nuestra vida. Algo parecido ocurre con nuestros estados emocionales. Si nos sentimos fuertes, los acontecimientos nos influirán menos que si estamos atravesando una etapa de debilidad. También nuestro carácter desempeñará un papel determinante. No es lo mismo el niño que presenta un temperamento muy débil y muy dependiente del entorno desde que nace, que el típico niño que se muestra muy seguro desde bebé. De pequeños tenemos pocas defensas y asumimos lo que nos dicen. Esas vivencias, acumuladas a lo largo de los años, terminan condicionando nuestra vida. El entorno cultural y religioso también será determinante. Si nos educaron para aceptar todo lo que nos decían, sin posibilidad de razonamiento o validación, nuestro espíritu crítico quedó poco desarrollado por no decir anulado y lejos de aprender a perdonar y perdonarnos, cada día nos empujaron a sentirnos más inseguros y más débiles. Esa educación es la responsable de que nos cueste tanto perdonarnos. Esa educación es la que ha hecho que infinidad de personas no sepan quererse, ni valorarse. Personas que se han quedado “pequeñas” y que no han sabido crecer ante las dificultades. Por el contrario, si desde el principio nuestra educación estuvo basada en una serie de valores, en los que primaba que los niños aprendieran a escuchar, a observar, a pensar, analizar y valorar todo lo que ocurría a su alrededor, el resultado habrá sido muy distinto. Habrá favorecido el desarrollo de personas que se sentirán libres para pensar y seguras para adoptar sus propias decisiones. Personas generosas que habrán aprendido a perdonarse y a perdonar, sin dejarse manipular El resultado de esa educación serán niños, jóvenes y adultos con criterio propio, con espíritu crítico propio, con espíritu crítico, con capacidad para poder analizar con objetividad y juzgar con criterio propio. Esas personas habrán aprendido la importancia de perdonar y perdonarse. Perdonar sin claudicar de sus principios y perdonarse sin provocar su inseguridad, ni potenciar sus miedos. La principal clave estará en que nos cuesta mucho perdonarnos porque, en algún momento de nuestro desarrollo, no nos enseñaron que detrás de un error casi siempre hay una posibilidad de rectificación, que la equivocación puede ayudarnos a ver el aprendizaje que estaba oculto y que es la confianza la que genera seguridad, mientras que el miedo nos lleva a la debilidad y al fracaso. En definitiva, ¡aprendamos a perdonarnos hechos del pasado! Si nos arrepentimos de algo que hemos vivido, no nos bloqueemos dándole vueltas y vueltas. Por mucho que lo hagamos, no seremos capaces de cambiar la historia de lo ocurrido. Lo que sí que podemos hacer es reflexionar sobre los hechos, aprender las enseñanzas que encierran, asumir nuestra responsabilidad, perdonarnos por aquello que hoy nos gustaría que no hubiera pasado y, si aun podemos hacer algo por repararlo ¡hacerlo! Lo que no tiene sentido es que “paremos nuestra vida” y no nos perdonemos hechos sobre los que ya es imposible hacer nada en el presente por subsanarlos o compensarlos. Muchas personas se sienten responsables de lo que ocurre a su alrededor y muchos padres sufren y se sienten culpables de lo que hacen sus hijos o de lo que omiten; culpables de la agresividad que pueden tener o de la falta de control que manifiestan; culpables del fracaso que sufren en los estudios o de la falta de esfuerzo y motivación que padecen. Culpables, en suma, de sentirse impotentes ante la problemática que muestran sus hijos. Los padres por mucho que lo intenten, no pueden controlar todas las variables, fuentes de información y circunstancias que rodean a sus hijos. Es cierto que el estilo educativo de los progenitores condiciona bastante la forma de ser y actuar de los hijos, pero también es una realidad que, en algunos casos y con determinados vástagos, su influencia es menor. A veces ocurre que dos hermanos, incluso dos gemelos monocigóticos, que han compartido útero materno, que tienen la misma carga genética, que nacen a la vez, escuchan y viven las mismas experiencias con sus padres, pueden tener caracteres muy diferentes. Uno de ellos llega a ser un ejemplo de sensibilidad, reflexión y generosidad, mientras que el otro, por el contrario, puede manifestar conductas agresivas, hostiles y egoístas. Es lógico que un padre se sienta preocupado y disgustada ante ciertas conductas y actitudes de su hijo con las que no se identifica; pero una cosa es no compartir la forma de actuar de su vástago y otra muy distinta es sentirse culpable y responsable de sus pensamientos y actuaciones. Cuando algo de nuestros hijos nos preocupa, intentaremos analizar los hechos con objetividad y si nos sentimos desbordados pediremos ayuda profesional. Pero una cosa es pedir ayuda, y otra dejarnos lleva por una culpabilidad que nos hunde y nos debilita. Ser nuestros mejores amigos El concepto de amistad es bastante subjetivo, pero la mayoría de las personas coinciden en que amistad es un regalo único e impagable. Los amigos son clave para que las personas se sientan valoradas, reconocidas, apoyadas, acompañadas, mimadas y queridas. Los amigos auténticos, los de verdad, son generosos y disfrutan ayudando a las personas que quieren y aprecian. Los amigos, con mayúsculas, no pasan factura ni nos reclaman que les compensemos por los esfuerzos y su entrega. Uno de los principales elementos que dificultad esa amistad interna es el sentimiento de culpabilidad. Con frecuencia

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Aprende a perdonarte

¿Qué ocurre cuando no estamos tranquilos y pensamos que actuamos de manera frívola?¿debemos perdonarnos también en aquellas ocasiones en las que nuestros fines no eran tan intachables?¿cuándo hicimos algo sabiendo que podía ir en detrimento o perjuicio de alguien?¿cuándo actuamos incluso con la intención de aprovecharnos de las circunstancias?¿cuándo abusamos del cariño o de la confianza que nos tenían?¿Qué hacemos cuando pensamos que no merecemos el perdón? Si analizamos lo que ocurrió, seguro que encontramos una explicación a los hechos. El análisis objetivo de lo que sucedió nos puede facilitar las claves que nos permitirán descubrir tanto las respuestas a los principales interrogantes de aquellos sucesos como las motivaciones últimas que nos impulsaron a actuar de determinada manera. La psicología es una ciencia que analiza las conductas e identifica las motivaciones que subyacen e impulsan nuestra forma de actuar. Hay que señalar que muchas personas pueden confundir perdonar con olvidar, y perdonar y perdonarnos no implica necesariamente olvidar lo ocurrido. Podemos perdonarnos algo que hicimos, pero eso no significa que lo borremos de nuestra mente, al contrario, si queremos aprender y no cometer los mismos fallos, convendrá que no olvidemos lo que no debió suceder o aquello que no debimos hacer. Además, ser sensibles y buenas personas no significa que dejemos nuestra vida en manos de los demás, que les concedamos la potestad de dirigir y gobernar nuestras emociones ni que sean ellos quienes con su dictamen puedan favorecer nuestra felicidad o provocar nuestro sufrimiento. El perdón autentico es interno, personal e intransferible. Si nos sentimos culpables de determinados hechos, por mucho que nos perdone los demás, hasta que no nos perdonemos nosotros mismos, su perdón no nos servirá. Cuando nos hemos perdonado algo, no debería condicionarnos el juicio contrario o la calificación negativa que puedan hacer otros de nosotros, pero la reacción y la emoción dependerá de la seguridad o la inseguridad que tenga cada persona. Solo nosotros conocemos en profundidad cómo vivimos cada situación: lo que sentimos, lo que nos condiciona, lo que está en la raíz de nuestras conductas y en el origen de nuestras emociones; por ello, si dejamos que quienes nos rodean sean nuestros jueces, nuestra vida dependerá de su veredicto. Conviene recordar que: Reconocer nuestra culpa no supone que no podamos perdonarnos. El perdón no justifica nuestra mala acción, pero nos ayudará a reparar, en lo posible, el perjuicio que hayamos causado. Asumir e identificar los errores del pasado para no repetirlos en el futuro es necesario, ya que a veces no tenemos posibilidad de repararlos. Recuperar en el presente el control perdido en el pasado es imprescindible cuando alguien ha cometido errores. Únicamente así tendrá la fuerza, el coraje y la determinación para perdonarse. Nos sentimos condicionados por el juicio contrario o la calificación negativa que de nosotros puedan hacer otras personas cuando nos hemos perdonado por algún error. Debemos poder perdonarnos, aunque no nos perdonen los demás. No vivir a la espera del perdón de los demás, porque entonces estaríamos renunciando a controlar nuestras vidas. Perdonarnos es un derecho al que siempre debemos aspirar (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)  

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¿Quién perdona antes, los adultos o los niños?

El ser humano nace perdonado y perdonándose; perdonando por aceptar que le expulsemos de ese hábitat tan confortable, tan maravillosamente mágico en el que ha estado desarrollándose y creciendo durante nueve meses y perdonándose porque en esa nueva etapa de su vida cometerá muchos errores, en ese proceso de investigación constante, de análisis, de búsqueda y de ensayo y error que será su existencia. ¿Cuántas veces pide perdón el niño? Se pasa la vida pidiéndonos perdón. Perdón por haber empujado o por haber mordido cuando era muy pequeño, perdón por gritar mucho, por llorar demasiado, por patalear y cogerse rabietas, por desobedecer, por decir NO, por retarnos, por no querer ir a la cama a su hora, por insultar, por pegar, por enfadarse, por hacer las cosas más despacio de lo que le pedimos…a veces incluso por decir la verdad El perdón para él es tan vital que no descansa hasta que lo consigue. Cuando por fin lo obtiene, ¿qué ocurre?. La mayoría coincidiremos en que en esos momentos vemos una de las imágenes más bellas y cautivadoras de este mundo: la sonrisa amplia y radiante que se dibuja en el rostro del niño; esa sonrisa llena de alegría, iluminada por una mirada dulce y tierna, que nos envuelve y nos acaricia. Una ventaja enorme que tiene el niño es que, una vez que ha sido perdonado, se olvida de inmediato de lo que hizo mal y se queda tan tranquilo, prometiéndonos lo que difícilmente será capaz de cumplir: que ya “nunca” volverá a suceder, que esta ha sido la última vez que ha fallado. El niño se perdona a sí mismo con mucha facilidad; rápidamente se olvida de su mala acción o de su travesura y en no pocas ocasiones, intenta eludir su responsabilidad echando la culpa a los demás. Por el contrario, muchos adultos se torturan una y otra vez ante su incapacidad de perdonarse. De nuevo, vemos que los años no siempre son sinónimo de sabiduría, a veces parece que cuanto más crecemos más “desaprendemos”. El niño tiene un sentido de la justicia muy primitivo, pero muy claro; el adulto, sin embargo, puede complicarse tanto que llega un momento en que no es capaz de discernir y se fija solo en los resultados, olvidando que hay que valorar también el esfuerzo realizado. Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. En muchas ocasiones, nos pueden condicionar determinadas experiencias, situaciones dolorosas, el entorno y la cultura en la que estamos inmersos….,pero no podemos abdicar de una enseñanza que nos permitirá ser dueños de nuestras emociones y autores de nuestra vida. Si queremos “triunfar” en lo esencial, el arte del perdón será el mejor regalo que nos podamos ofrecer. Una persona insegura es invulnerable, dependiente de la mayor o menor estima de los demás e insatisfecha consigo misma. En la raíz de nuestra inseguridad casi siempre encontramos “reproches” y juicios de valor equivocados. Nuestra seguridad está basada en gran medida, en nuestra propia aceptación y en esa aceptación desempeña un papel crucial la valoración de nuestros aciertos y la asunción de nuestros fallos. Pero asumir no significa sucumbir, sino aceptar y confiar en nuestra capacidad de recuperación. Muchos piensan que la autoestima está de moda y que la gente habla de ella sin saber muy bien qué significa. La autoestima es la valoración que tenemos de nosotros mismos; es decir, es nuestra percepción de lo que somos o de lo que creemos ser. Sobre la base de este planteamiento, coincidimos en que una persona con una autoestima alta habitualmente se siente segura, se respeta y se quiere sin ningún tipo de complejos. Por el contrario, cuando alguien tiene un concepto pobre de sí mismo y constantemente se formula reproches, su autoestima baja en la misma medida en que baja su propio afecto. Pero si hay una circunstancia dura en nuestra propia valoración, es cuando nos sentimos culpables por algo que hemos hecho o por algo que debíamos hacer y no hicimos. La situación se agrava si, además, creemos que hemos decepcionado a quienes mas queremos y más admiramos. Hay personas que pasan la vida deseando con tanta intensidad que cuando no llega no son capaces de parar, analizar y aceptar los hechos. La perseverancia es un valor que nos puede resultar muy útil para superar obstáculos y dificultados, pero ¡cuidado! a veces, determinados hechos y acontecimientos nos envían señales que no sabemos interpretar. Por muy poderosa que sea nuestra voluntad, no olvidemos nunca que los aparentes fracasos pueden encerrar grandes lecciones que, lejos de hundirnos, pueden ayudarnos a encontrar las mejores opciones. Conviene recordar que: Aprender a perdonarnos nos permite aprender a vivir con seguridad, autoestima y confianza en nosotros mismos Asumir nuestros defectos y errores no es fácil, pero es necesario para enmendarlos y poder perdonarnos. Borrar el pasado y los errores que hayamos cometido resulta imposible, pero sí podemos controlar el presente Reconocer que nuestro valor como seres humanos no radica en nuestros conocimientos técnicos o académicos, sino en el reconocimiento de nuestras limitaciones Perdonarnos nos devuelve nuestra autoestima, mermada por los sentimientos de culpabilidad que nos asaltan ante un error o una mala acción Ser indulgentes con nuestros errores es necesario, sobre todo cuando no ha habido intencionalidad o mala fe por nuestra parte, y hemos de ser capaces de perdonarnos para recuperar la paz y la alegría de vivir. (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)

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¿Cuáles son los síntomas que experimentan las personas con ansiedad?

La reacción de las personas ante el estrés forma parte de un instinto de supervivencia innato que les capacita para acentuar de modo instantáneo frente a las amenazas. En una situación de peligro, el organismo experimenta un proceso que incluye diversos cambios físicos. La frecuencia cardiaca aumenta y el corazón bombea sangre hacia todos los músculos, mientras que la presión arterial se eleva. El nivel de azúcar en la sangre aumenta y los pulmones aportan el oxigeno necesario para que los músculos transformen ese azúcar en energía, lo que se manifiesta con una respiración acelerada e incluso jadeante. Desde que el organismo posee un aporte sanguíneo limitado, se produce una redistribución entre los distintos sistemas, de tal modo que se reduce la cantidad de sangre que irriga al estómago, lo cual provoca alteraciones en el proceso digestivo. Se seca la boca, se dilatan las pupilas y la piel comienza a transpirar para enfriar el cuerpo, que experimenta un exceso de calor. Mientras, las glándulas suprarrenales liberan adrenalina, que mantiene las reacciones ante el estrés. Cuando el peligro desaparece, el individuo se relaja y su organismo libera la tensión mantenida. Por el contrario, una persona con ansiedad padece los mismos cambios físicos y químicos, pero mantiene la tensión de forma constante. Síntomas Si una persona sufre un ataque de ansiedad se sentirá aprensiva y nerviosa, le invadirá el temor, será incapaz de concentrarse, de pensar claramente y de descansar. Algunas veces puede sufrir pesadillas y síntomas ocasionales de terror, como palpitaciones, sudor en la palma de las manos, temblores, pérdida de la voz, dificultad al tragar e incluso diarrea. También pueden producirse dificultades respiratorias, dolores torácicos e incluso episodios de asma, debido a que los pulmones se encuentran bajo una presión constante. Al cabo de un tiempo de sufrir ansiedad, algunas personas se vuelven hipocondriacas, convencidas de que sufren trastornos cardiacos o digestivos. También resulta afectada la capacidad sexual de las personas ansiosas: los hombres experimentan serias dificultades para mantener la erección o bien tiene eyaculación precoz, mientras que las mujeres padecen diversas disfunciones orgásmicas. La contracción prolongada de los músculos puede causar calambres, dolor de espalda, hombros y cuello o cefaleas. Los trastornos digestivos pueden incluir irritación de colon, náuseas, dolor de estómago y úlceras gástricas. Si la ansiedad se prolonga se pueden desarrollar síntomas secundarios, como erupciones cutáneas o trastornos de peso, tanto por aumento como por pérdida. Cómo controlar la ansiedad Es necesario el conocimiento de las causas que motivan la ansiedad, e incidir sobre ellas para tratar de modificarlas Conviene practicar regularmente ejercicios de relajación, sentarse, leer o escuchar música Hay que tener en cuenta que el tabaco y el café aumentan el estrés El médico debe determinar si la ansiedad obedece a alguna dolencia física, como el hipertiroidismo En casos concretos, se puede recomendar un tratamiento con medicación ansiolítica o con psicoterapia (Información extraída de Guía médica familiar, 1994)  

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