Resulta muy duro vivir con una “espada de Damocles” encima, con el miedo de que cualquier situación revele nuestra debilidad y todos se den cuenta de las limitaciones que arrastramos. La inseguridad, además, tiende a generar baja autoestima y pobre control emocional.
También puede ocurrir que nosotros nos sintamos inseguros y que los demás, por el contrario, nos vean como personas seguras, equilibradas, y con mucha confianza. Es una paradoja, pero se da con cierta frecuencia. En estos casos, a pesar de que la imagen que ofrece es buena, el inseguro sigue pasándolo mal y cree que los otros no lo conocen de verdad.
Sobreviene un sufrimiento añadido cuando a nuestra inseguridad se une el reproche de aquellos que se han visto defraudados en sus expectativas hacia nosotros. En ese caso, la sensación de impotencia y de fracaso puede arrastrarnos a una crisis difícil de superar. En estas situaciones, nos sentimos tan culpables que perdonarnos nos parece una quimera e incluso una injusticia.
Cuidado con los manipuladores
Los psicólogos sabemos que las personas sensibles, las que habitualmente identificamos como buenas personas, pueden caer en el engaño y en la manipulación.
Con los manipuladores, la secuencia de los hechos casi siempre es la misma: primero, se muestran encantadores y seductores, y después, cuando sienten que ya tienen a su “presa” segura, empiezan las extorsiones, las agresiones y en muchos casos, las vejaciones y el maltrato. Finalmente, intentan aislar al máximo a sus víctimas alejándolas de su familia y de sus amigos, para debilitarlas aún más. Desde fuera, se ve con nitidez cómo han tendido sus “redes”, cómo eligen muy bien a sus víctimas, cómo trabajan esas primeras fases de seducción, hasta que llegan a crearles una dependencia muy enfermiza, que las deja muy débiles y vulnerables, incapaces de reaccionar, sintiéndose cada día peor con ellas mismas. No parece sencillo perdonarnos primero y querernos después cuando sentimos que hemos perdido la dignidad, pero lo podemos conseguir.
Sentimiento de fracaso con los hijos
El sentimiento de haber fracasado con los hijos es uno de los sufrimientos más intensos y difíciles de superar. Lo curioso es que cuando preguntas a un padre por qué piensa que ha fracaso, habitualmente te dice que se siente responsable de aquellas facetas o conductas más negativas de su hijo; por el contrario, si le pides que te enumere los aspectos positivos o las cualidades que presenta su vástago nunca manifestará que sean debidas a su intervención. Y si le formulas por qué su hijo en el fondo es buena persona o generoso con los amigos o se muestra sensible con los abuelos, te contesta que era así desde pequeño. Así pues, mientras que se siente “responsable” de lo malo, no cree que tenga mérito alguno en los aspectos positivos de su hijo.
En general, la mayoría hemos intentado prepararnos para afrontar la vida en buenas condiciones. Por ejemplo, nos hemos pasado bastantes años estudiando antes de ponernos a trabajar, pero nos hemos preparado poco, o nada, para ejercer la profesión más difícil del mundo: ser padres. Con ese precedente, es normal que cuando nos toque ejercer nos sintamos inseguros y en muchas ocasiones, la educación que intentamos transmitirles esté llena de ensayos y errores.
El primer principio es que cada hijo es único y debemos tratarlo como tal, en función de su singularidad, para ayudarle a sacar lo mejor de sí mismo. Otro principio es que los niños necesitan pautas, normas, reglas, límites, hábitos y no lo decimos para anularlos, sino todo lo contrario; lo defendemos y argumentamos desde el convencimiento de que, gracias a este modelo educativo, el niño de hoy podrá ser un adulto auténticamente libre en ese difícil mañana que le espera.
Otro hecho es que solo los buenos padres se plantean si están actuando bien con sus hijos, se preocupan por su desarrollo, se exigen al máximo y están pendientes de su evolución. Cuando vemos a un padre preocupado, sabemos que nos hallamos ante un progenitor sensible y honesto, que trata de dar la mejor educación a sus hijos. Precisamente, son los padres de este tipo los que a veces se desmoronan y se culpabilizan, al creer que han cometido errores o fallos imperdonables.
Conviene recordar que:
- Perdonarnos cuando creemos que hemos defraudado a quien amamos es difícil, pero es indispensable para vivir y con apoyo terapéutico se puede conseguir
- No estar a la altura requerida en momentos difíciles a veces es inevitable, pero las personas que nos aman de verdad nunca nos juzgarán mal.
- Al perdonarnos, recuperamos la autoestima y la seguridad perdida, de manera que dejan de condicionarnos negativamente las opiniones de los demás
- Somos nosotros y no los demás los creadores tanto de nuestra felicidad como de nuestra insatisfacción
- Aprender a neutralizar los sentimientos de culpa por haberse dejado engañar es necesario para aquellas personas sensibles que son más vulnerables ante el engaño y la manipulación. Es la mejor forma de perdonarse y recuperar la dignidad.
- Saber perdonarnos es condición sin qua non para liberarnos de la extorsión de quienes nos manipulan, que ven fortalecidas sus estrategias con los sentimientos de culpabilidad que nos debilitan
- Perdonarnos cuando creemos que hemos fracasado con nuestros hijos es tan necesario como difícil
- Juzgarse con excesiva dureza es muy habitual entre las buenas personas. Por ello les cuesta tanto perdonarse a sí mismas, mientras que les resulta fácil perdonar a los demás.
(información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)