El trastorno autista denominado también típico o autismo nuclear, se puede considerar la forma clásica de autismo. Muy próxima a la descripción de Kanner. Sus criterios diagnósticos constituyen un desglose de síntomas vinculados a las tres características básicas del autismo.
Los problemas en la relación social comportan problemas en la interacción con los niños de edades similares. La relación con iguales implica negociación, engaño, bromas, competitividad y segundas intenciones. En este terreno, el niño autista se encuentra descolocado. Es incapaz de insertarse en el nivel relacional propio del grupo. La rigidez en su forma de pensar dificulta la adaptación flexible al entorno cambiante e impredecible, implícito en el juego y en las relaciones infantiles. Ello genera una fuerte ansiedad social en situaciones grupales. No resulta extraño que el niño autista sea frecuente diana de burlas.
¿Qué lenguaje utiliza el niño autista?
El lenguaje está pobremente desarrollado, incluso puede estar ausente. Existe un bajo repertorio de vocabulario y está muy limitada la capacidad para la correcta construcción de frases. Los problemas de lenguaje que presentan los autistas no difieren de los trastornos de lenguaje de los niños no autistas. Sin embargo, las características cognitivas deficitarias en los autistas condicionan un modo de expresión sensiblemente distinto al de los niños con trastorno específico del lenguaje. Ello se debe a los problemas pragmáticos de lenguaje implícitos en el trastorno autista. Además, el lenguaje, tanto en su vertiente de expresión como de comprensión, tiende a ser literal. El niño autista se siente confundido ante expresiones del tipo “se te ha comido la lengua el gato” o puede sentirse aterrorizado cuando su madre le dice “te voy a comer a besos”. A veces pronuncia palabras o frase de forma ecolálica, ya sea repitiendo las últimas palabras emitidas por el interlocutor o emitiendo, de forma descontextualizada, expresiones o frases hechas escuchadas en situaciones diversas. También es posible que se refiera a sí mismo en segunda o tercera persona. En definitiva, la conversación del autista adolece de falta de reciprocidad y tiende a prescindir del discurso del interlocutor, de manera que la conversación se convierte en una interacción verbal asimétrica, muchas veces orientada hacia sus intereses especiales. El autista modula su discurso como si el interlocutor estuviera al corriente de su pensamiento. El lenguaje corporal está ausente o es muy limitado.
Alrededor de un 25% de los niños autistas experimenta entre los 18 y 24 meses una regresión transitoria, más o menos marca, del lenguaje. No se conoce el mecanismo neuronal implicado en dicha pérdida, aunque se supone que puede existir una baja eficacia en el proceso de apoptosis. Un dato interesante al respecto es que dicho fenómeno no se observa en pacientes con trastorno especifico del lenguaje, por lo cual cabe admitir que tiene una cierta especificidad para el autismo y que debe tener alguna relación con su fisiopatología.
El día a día del autista
El espectro restringido de intereses comporta una intensa preocupación por centros de interés muy limitados: trenes, dinosaurios, personajes de televisión, etc. Estos temas pueden ocupar la mayor parte del tiempo. Ello se une a la necesidad intensa de mantener ciertas rutinas y a la aparición de ansiedad cuando se infringen éstas. Un cambio de ubicación de un mueble, un itinerario distinto al habitual para ir al colegio o un cambio de profesor puede ser vivido como una situación catastrófica, capaz de generar un elevado nivel de ansiedad. Muchos autistas se sienten fascinados por el mundo físico. Ello les lleva a contemplar de modo reiterativo luces, reflejos, movimientos de objetos o mostrarse cautivados por algunos ruidos (lavadora, ciertas melodías, etc.). También es muy común la presencia de estereotipias manuales o movimientos de balanceo.
Los problemas de integración sensorial consisten en una hipo/hiperreactividad a los estímulos sensoriales. Generan una reactividad anómala ante determinados estímulos, ya sean ruidos, sabores, texturas, olores o contacto físico. Esta reactividad puede ser tanto de rechazo intenso como de búsqueda de sensaciones. La hipersensibilidad al sonido puede expresarse como una reacción exagerada o una sensación de malestar ante un sonido agudo o inesperado, pero también ante un sonido continuo. Tampoco es raro que el niño autista se sienta incómodo en un lugar donde se mezcla una gran cantidad de ruidos, como puede ser un mercado, una feria o cualquier acontecimiento de masas. La hipersensibilidad táctil se expresa por una reacción de evitación del contacto físico, sobre todo si se produce de forma inesperada. Algunas zonas, como la cabeza y la cara, pueden ser mucho más reactivas. Ello puede conducir a una evitación de caricias, lo cual se puede malinterpretar como un rechazo social. Ir al peluquero puede convertirse en una verdadera tortura. Determinadas prendas de ropa con texturas especiales son a veces, de forma incomprensible para los demás, muy mal toleradas. En ocasiones, determinadas sensaciones táctiles pueden contrarrestar el malestar causado por la hipersensibilidad táctil. A veces puede existir una sensibilidad exagerada a determinadas texturas de alimentos hasta el punto de conducir a una evitación radical de ciertas comidas. También, en este caso, puede suceder que esta conducta se malinterprete como una actitud caprichosa y ello conduzca a intervenciones destinadas a forzar al niño a comer aquello que le resulta tan desagradable. El sentido del olfato puede estar exageradamente desarrollado, lo cual puede condicionar una tendencia obsesiva a oler los objetos. Los problemas de integración sensorial también pueden mostrarse como una hiposensibilidad a ciertos estímulos. Temple Grandin, una mujer autista muy inteligente, ingeniera, diseñadora de máquinas para granjas de animales, diseñó para sí misma una máquina que le permitía sentir una presión generalizada por todo el cuerpo, lo cual le generaba un efecto altamente relajante y calmante.
El día a día del niño autista puede ser muy conflictivo, tanto en el entorno familiar como escolar, debido a problemas de conducta. Diversos factores promueven una conducta desadaptativa, derivada de las características propias del autismo y favorecida por un entorno que el niño autista puede percibir como hostil o amenazante. La inestabilidad en el estado de ánimo contribuye a la conducta disruptiva. Los cambios de humor pueden ser imprevisibles, unas veces generados por una pequeña frustración, otras veces vinculados a una experiencia o percepción extrañamente insoportable, o incluso sin mediar ningún motivo externo aparente. Entonces se desencadenan crisis explosivas, a veces acompañadas de violencia física hacía sí mismo o hacia los demás. Esas situaciones pueden ser erróneamente percibidas como un intento deliberado de manipulación, en cuyo caso, una actuación punitiva de los adultos puede agravar la situación. Además de la inestabilidad emocional, contribuyen a la conducta rebelde la ansiedad, la impulsividad y la rigidez cognitiva.
(Extraído de Trastornos del neurodesarrollo / editores, Josep Artigas-Pallarés, Juan Narbona, 2011)