Las emociones tienen funciones relacionadas con la supervivencia. Oatley y Johnson-Laird sostienen que hay en ellos cinco tipos de relaciones con algunas metas vitales prioritarias: apego, amor paterno, atracción sexual, disgusto y rechazo interpersonal.
En el estudio del niño nos interesa especialmente la conducta de apego, que es una conducta interactiva entre el niño y el adulto responsable de la crianza. Ésa es una relación que se convierte en el primer ambiente o clima emocional que vive el niño y que le introduce en el grupo familiar y a través de este último, también en el grupo social y cultural en que la familia se desenvuelve. La familia es el primer alveolo social del niño, por tanto, su papel es esencial a la hora de que se frague la configuración de los esquemas que regularán la interacción futura del niño con su entorno.
Unas buenas relaciones familiares son garantía de una adecuada adaptación social. Estas relaciones incluyen las de la pareja, las de padres e hijos y las de hijos entre sí. La familia se considera como un organismo en el que cada uno de sus elementos tiene una función o rol con consecuencias en el conjunto global.
La familia ha sido especialmente estudian desde la teoría sistemática. Ésta defiende que no se pueden entender los problemas de un sujeto si no se atiende al conjunto total de la dinámica familiar. Sin embargo, antes de que un individuo llegue a percatarse de que pertenece a un grupo familiar ya ha establecido unos lazos afectivos intensos que facilitarán o dificultarán su integración en el grupo. Se ha llamado a estos lazos “apego”, “vinculo” o “urdimbre afectiva”; representan la traducción del concepto de attachement acuñado en ingles por Bowlby (1958). Es un conjunto muy próximo al de imprinting de Lorenz (1966) que ha sido utilizado para describir en la conducta animal el proceso que fija una cría a un modelo y que permite la regulación mediante modelado de la conducta de crianza. Esta especial atención ha merecido una continuada atención en el campo de la psicología como demuestra la obra de Ainsworth, Tizard, Goldfarb, Rutter, etc.
El apego suele producirse respecto a la madre pero también puede ser establecido con cualquier persona que haga sus veces, ya sea varón o mujer. La época de instalación del apego oscila según los casos, pero se ha establecido que su periodo álgido está entre los nueve meses y los tres años. Esto puede interpretarse también como un periodo crítico, puesto que la mayor parte de las carencias de apego que pueden lastrar la conducta infantil posterior se centra en estos años.
La función del apego parece que es garantizar la supervivencia en una etapa temprana. Además tiene un carácter reciproco: Jersild sostiene que la indefensión del niño es la que provoca la conducta de apego por parte del adulto. En definitiva, consiste en un sistema de promoción de la proximidad entre el niño y su madre o persona de referencia, lo que garantiza una conducta exploratoria en el primero, basada en la seguridad. Muy probablemente si el niño no experimentase esa necesidad de proximidad, los índices de accidentabilidad infantil se dispararían y los de supervivencia serian muy precarios. Pero esta función primaria e inicialmente biológica tiene unas consecuencias psicológicas y sociales incuestionables y entre ellas posee especial relevancia el adecuado desarrollo emocional.
El niño está dotado de un sistema de respuestas emocionales básicas cuya explicitación social copia de las de la madre y busca en ésta cuál es la respuesta adecuada ante cada situación. El aprendizaje de las distintas intensidades de la reacción emocional y la interpretación de unos licitadores como agradables o desagradables se gesta en el periodo de apego a través de la persona de referencia.
Tipos de apego
Al estudiar los tipos de apego y las consecuencias de sus fallos, se han caracterizado tres formas de vinculación emocional: el apego seguro, el apego inseguro o ansioso, este último con dos formas: apego ansioso evitador y apego ansioso ambivalente.
El apego seguro se caracteriza porque el niño echa de menos a su madre en su ausencia y se consuela con su presencia. El apego evitador tiene como elemento distintivo el que el niño echa de menos a su madre cuando falta, pero en cambio la evita cuando regresa después de una separación. El apego ambivalente consiste en que el niño presenta una alteración muy fuerte de conducta ante la separación maternal y después desarrolla manifestaciones de ira al producirse la reunión.
El apego está sometido a una evolución. Se da un periodo primero en donde las conductas mutuas de madre e hijo tienen un componente gestual de proximidad física, pero a medida que el niño crece el contacto verbal, que existe desde el principio por parte de la madre, va adquiriendo un papel protagonista, sobre todo desde que el niño comienza a entender el contenido de esos mensajes y no solo su componente prosódico emocional. En particular, hay una correlación efectiva entre las habilidades sociales de los niños y la capacidad de la madre para referirse a sus propias emociones, a las de sus hijos y a las de los otros, analizando sus causas.
Consecuencias del apego en la conducta emocional del niño
El apego guarda una estrecha relación con el desarrollo sentimental del niño. Un apego seguro correlaciona con una adecuada adaptación sentimental, sobre todo en lo que se refiere a una expresividad emocional positiva y el desarrollo de empatía.
El papel de la expresividad emocional del niño y de su madre ha sido estudiado profusamente en relación con los tipos de apego. Las madres de niños por debajo de un año suelen comunicarse emocionalmente con el hijo en una posición de cara a cara. No solo los niños imitan a sus madres, sino que las madres suelen también imitar las expresiones del niño, sobre todo las de las emociones positivas, con una inmediatez total, lo que parece que facilita la comunicación empática del niño.
Es evidente que las conductas emocionales de la madre asociadas a las del niño producen una consolidación en ciertos tipos de conductas ya una inhibición de otras. La comunicación amorosa especial entre la madre y el hijo produce una consecuencia de imitación mutua que consolida la aparición preferente de unas emociones sobre otras.
Numerosos estudios muestran esta influencia de la situación de la madre sobre la respuesta de los niños y específicamente en lo que se refiere a la conducta emocional.
Si bien hay diferencias en la expresividad de los niños según su edad, hemos visto que aquella que aumenta a medida que crece la madre es igualmente responsiva en todas las edades. Parece que las madres pretenden estimular las expresividades de sus hijos y buscan consolidar las emociones positivas e inhibir las negativas, lo que muestra que es el suyo un papel muy activo en la socialización emocional del bebé.
No solo el amor sino todas las emociones maternas tienen repercusiones en la instalación sentimental del niño. Los hijos de las madres irascibles parecen menos capaces de generar emociones positivas en situación de independencia; los de madres depresivas tienen mayor tendencia a desarrollar tristeza e ira cuando sus madres están ausentes; por el contrario, los hijos de madres tendentes a expresar emociones positivas tienen más respuestas adaptativas
Una revisión de la literatura sobre el apego (Lafuente, 2000) muestra que una adecuada relación afectiva produce en el niño los siguientes efectos:
- Mejor desarrollo intelectual
- Mejor lenguaje
- Mas habilidad para el juego simbólico
- Mejor desarrollo meta cognitivo
- Mas precocidad en la permanencia de objeto y personas
- Mayor precocidad en el reconocimiento de sí mismo
- Mayor flexibilidad y realismo en el procesamiento de la información
- Mas inteligencia social
- Mas conducta exploratoria
- Mejor habilidad lectora
- Mejor rendimiento laboral en la vida adulta
- Mejores cualidades personales
Las condiciones óptimas de los padres para desarrollar una buena conducta de apego son:
- Sensibilidad
- Aceptación del niño
- Estimulación contingente
- Capacidad de anticipación
- Capacidad de equilibrar el control y autonomía del niño
- Apoyo intelectual y afectivo en la realización de tareas
Por tanto, es importante que los padres tengan conciencia de los efectos que sus emociones y actitudes pueden llegar a tener sus hijos. Como efectivamente es difícil un control emocional total, deben estar atentos a corregir cualquier descontrol en esa esfera. Otra de las formas de prevenir problemas es establecer las continencias adecuadas ante las reacciones emocionales infantiles. Ante una reacción inadecuada, los padres deben hacer entender al niño que eso no es útil. Los ataques infantiles de ira destinados a tratar de conseguir cosas que previamente le han sido denegadas deben ser desatendidos; sus reacciones injustificadas de miedo ante acontecimientos o situaciones inofensivas deben, en cambio, ser afrontadas llevando a cabo una serie de aproximaciones paulatinas donde se vaya gratificando la aceptación progresiva de este tipo de estimulaciones por parte del sujeto.
(información extraída de Emociones infantiles: evolución, evaluación y prevención / María Victoria del Barrio, 2002)