La respuesta de ataque o fuga está muy desarrollada y a lo largo de la historia nos ha ayudado a adaptarnos a un mundo hostil y a asegurarnos la supervivencia fisca. Esta respuesta también puede observarse fácilmente en otros mamíferos. Por ejemplo, antes de que un animal se decida a huir de un oponente mas fuerte, primero puede ofrecer un espectáculo agresivo y bravucón. Antes de batirse en retirada puede sisear, cambiar de color, ponerse erecto, dar zarpazos en el aire o bufarse. Estos gestos amenazadores pretenden ahuyentar al oponente. Podemos ver fácilmente el equivalente en la persona agresiva que grita, enrojece, se endereza y se inclina hacia adelante, señala con el dedo al blanco de su agresividad y dice cosas tales como: ¡Mas te vale que te andes con cuidado!
Cuando la supervivencia fisca está en peligro, esta reacción constituye un sistema de respuesta de enorme importancia. La respuesta de ataque o fuga provoca una liberación de adrenalina y de otras hormonas asociadas al estrés. La respiración, el consumo de oxigeno y la vigilancia se incrementan, y el organismo se siente fuerte. Ganamos fuerza y empuje que pueden conducirnos o no a comportarnos sabiamente. Por ejemplo, cuando en la oscuridad de la noche tropiezan con un atracador que podría causarles un grave daño físico, las víctimas potenciales experimentan esta reacción cognitiva, conductual y fisiológica intensa y concebida con el propósito de ayudar a identificar una respuesta apropiada. Ahora bien, en el caso de los seres humanos de hoy en día tal vez la respuesta más apropiada no sea el ataque ni la fuga. Las autoridades suelen recomendar que nos limitemos a entregar el dinero y nos libremos así del posible daño físico.
La respuesta de ataque o fuga también puede activarse cuando observamos que la supervivencia física de otras personas se está viendo amenazada. Por ejemplo, en tiempos de guerra la respuesta de ataque o fuga puede conducir al heroísmo, como cuando decidimos proteger y defender vidas humanas y valores colectivos a los que concedemos mucha importancia. Pero también puede conducir a la propia destrucción en un esfuerzo por proteger al grupo, como cuando una persona arriesga su seguridad para intervenir en una gresca o en un robo.
En términos generales la respuesta de ataque o fuga constituye un vestigio de necesidades pasadas. La mayoría de los desencadenantes aversivos a los que nos enfrentamos no suponen una amenaza para la supervivencia fisca. Aunque ciertamente se cometen crímenes contra las personas, los pacientes tratados por la mayoría de los profesionales suelen encontrarse con desencadenantes que amenazan a la supervivencia social. Los desencadenantes suelen ser del tipo de tener una discusión verbal, ser objeto de bromas, abandonar nuestro asiento preferido en el teatro a requerimiento de otras personas, ser objeto de un escupitajo por parte de un compañero de instituto y observar a otros conductores, a los amigos, a los compañeros de trabajo o a los familiares comportarse de una forma inadecuada. Solo raramente los modernos desencadenantes amenazan nuestro bienestar físico y solo raramente nos vemos obligados a recurría a una reacción intensa de ataque.
Los desencadenantes de hoy en día tales como los insultos verbales o el hecho de ser ignorado en una fiesta, con frecuencia suele ser activar una intensa reacción de ataque o fuga exactamente igual que si la supervivencia física estuviera amenazada. Son muchos los pacientes agresivos que despotrican de la desgracia social como si la propia supervivencia dependiera de que los acontecimientos se desarrollasen tal y como estaba previsto.
Además de los efectos negativos sobre el cuerpo del paciente derivado del aumento de la activación fisiológica, es útil enseñarles a los pacientes que en la sociedad actual la reacción de ataque o fuga suele ser contraproducente de cara a encontrar una solución a largo plazo al problema en cuestión. De hecho, no podemos ni luchar ni huir ante muchos de los desencadenantes cotidianos. Cuando tropezamos con un jefe, compañeros de trabajo, vecinos o unos hijos aversivos, en realidad disponemos de pocas opciones salvo controlar nuestras reacciones y encontrar soluciones que no impliquen el ataque ni la fuga. En la mayoría de los casos, pegar o salir corriendo no hará más que agravar los problemas.
En el caso de los pacientes agresivos, los desencadenantes aversivos de la sociedad actual siguen conduciendo a la plena activación de la respuesta de ataque o fuga y provocando agresividad, discusiones, agresión, hipervigilancia, secreciones hormonales, tensión muscular y aumento de la reactividad. Ello conduce a su vez a una serie de reacciones conductuales que suelen ser contraproducentes de cara a encontrar una solución al problema.
Junto con las cogniciones/verbalizaciones y las manifestaciones conductuales agresivas, los pacientes con una agresividad excesiva suelen comunicar síntomas de activación físicas tales como tensión muscular y aumento del ritmo cardiaco y de la respiración, sudoración e hipervigilancia. La activación agresiva le impide al paciente identificar las opciones apropiadas frente al desencadenante interpersonal o social. Dicha activación no solo inhibe la conducta motriz efectiva sino que inhibe igualmente la claridad de pensamiento. De hecho, nadie querrá ser el paciente de un dentista o de un cirujano agresivo y sumamente alterado. Ni tampoco querríamos que un presidente de la nación agresivo y sumamente alterado negociara tratados internacionales en los que se jugará un importante beneficio para el país. Las habilidades motrices y la capacidad de juicio se ven ambas afectadas por la agresividad.
De cara a solucionar la mayoría de los problemas sociales, los pacientes pueden aprender a reducir sus pensamientos desadaptativos y conductas reactivas de base agresiva y sustituirlos por pensamientos y actitudes que tengan menos probabilidades de conducir a la agresividad. Pero ello no constituye una tarea fácil cuando el cuerpo está sumamente activo y lleno de hormonas de ataque o fuga y cuando los músculos están tensos y/o la respiración es excesiva. A los pacientes siempre les resulta difícil llevar a la práctica nuevas estrategias, pero especialmente cuando el nivel de activación física es elevado. Así pues, un primer paso para reducir la agresividad consiste en enseñar a los pacientes a relajarse físicamente frente a la adversidad.
(Información extraída de El manejo de la agresividad: manual de tratamiento completo para profesionales / Howard Kassinove, Raymond Chip Tafrate, 2005)