En un estudio llevado a cabo en un instituto de Oregón, uno de cada cuatro estudiantes mostraba lo que los psicólogos denominan una “depresión moderada”, una depresión que, aunque no reviste la suficiente gravedad como para afirmar que excede el grado de insatisfacción natural, bien podría constituir la antesala de una depresión auténtica.
Setenta y cinco estudiantes aquejados de esta depresión moderada aprendieron, en una clase especial fuera del horario habitual lectivo, a modificar las pautas de pensamiento generalmente asociadas a ese estado, a hacer amigos, a relacionarse mejor con sus padres y a comprometerse en aquellas actividades sociales que les resultaban más atractivas. El 55% de los participantes en el programa, de ocho semanas de duración, logró recuperarse de su depresión, algo que solo consiguió el 25% de los estudiantes deprimidos que no se había beneficiado del programa. Un año más tarde, el 25% de los componentes del grupo de control había caído en una depresión mayor frente al 14% de los alumnos que habían participado en el programa de prevención. Así pues, aunque el programa solo durase ocho sesiones, redujo a la mitad el riesgo de contraer una depresión.
El mismo tipo de conclusiones esperanzadoras nos ofrece un programa especial de frecuencia semanal dirigido a niños de edades comprendidas entre los diez y los trece años que tenían frecuentes disputas con sus padres y que también presentaban síntomas de depresión. Durante esta sesiones extraescolares los niños aprendían ciertas habilidades emocionales básicas, como hacer frente a los problemas, pensar antes de actuar y tal vez lo más importante, revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión (como por ejemplo, tomar la firma resolución de esforzarse más en el estudio después de haber obtenido malos resultados en un examen, en vez de pensar “no soy lo suficientemente listo”).
En opinión del psicólogo Martin Seligman, uno de los creadores de este programa de doce semanas de duración: “en estas clases los niños aprenden que es posible hacer frente a estados de ánimo como la ansiedad, el abatimiento o el enfado y que la transformación de nuestros pensamientos nos permite, en cierto modo, transformar también nuestros sentimientos”. Según Seligman, el hecho de hacer frente a los pensamientos depresivos disipa las tinieblas del estado de ánimo negativo y “solo depende del esfuerzo sostenido momento a momento el que esto termine convirtiéndose en un hábito”.
Estas sesiones especiales también redujeron a la mitad la frecuencia de las depresiones después de dos años de haber concluido el programa. Al cabo de un año, solo el 8% de los participantes arrojaron unos resultados en un test sobre depresión que los situaba en un nivel entre moderado y grave mientras que dos años después, el 20% de los muchachos que habían seguido el curso mostraban algunos síntomas de depresión moderada.
El aprendizaje de estas habilidades emocionales, puede resultar especialmente útil en plena adolescencia. Como observa Seligman: “estos chicos suelen estar mejor preparados para afrontar la ansiedad normal que experimenta el adolescente frente al rechazo y parecen haber aprendido esta habilidad en un periodo especialmente crítico para la depresión que tiene lugar alrededor de los diez años de edad. Después de aprendida, esta lección parece persistir e incluso fortalecerse en el curso de los años posteriores, sugiriendo claramente su aplicabilidad a la vida cotidiana”.
Los especialistas en la depresión infantil se muestran sumamente esperanzados con la aparición de estos programas. Según Kovac: “si queremos intervenir eficazmente en problemas psiquiátricos tales como la depresión, tenemos que hacer algo antes de que los niños enfermen. La única solución aparece pasar por algún tipo de vacuna psicológica”.
(Información extraída de Inteligencia emocional / Daniel Goleman; traducción de David González Raga y Fernando Mora, 1996)