La enfermedad de Alzheimer se produce por un proceso degenerativo que ocasiona una importante pérdida de células cerebrales, así como una acumulación de sustancias anormales en el espacio intercelular. La consecuencia de estas alteraciones es el deterioro progresivo de las facultades mentales hasta el punto en que el enfermo se encuentra totalmente incapacitado para realizar cualquier función normal. Por desgracia, esta terrible enfermedad no tiene cura; solo se la trata con algunos ejercicios de rehabilitación en la medida en que el afectado puede realizarlos, y ciertos fármacos que pueden retrasar el proceso.
A causa de la carga física, psíquica y económica que representa para la familia un enfermo de Alzheimer, se han creado asociaciones encargadas de suministrar a quienes lo soliciten asesoramiento sobre los aspectos legales, económicos, científicos y asistenciales que implica para los familiares este tipo de enfermos.
Aunque esta enfermedad puede afectar a cualquier adulto, con independencia del sexo y de la raza, suele aparecer en los cincuenta y los sesenta años, si bien el porcentaje más elevado de afectados, un 20% de la población, se registra entre los que superan los ochenta años de edad.
Causas
Pese a que aún no se han establecido con certeza las causas de la enfermedad, se barajan varias hipótesis y se realizan diversos estudios para determinarlas. Entre las teorías más corrientes sobre su origen figuran la que se basa en la modificación genética, que se atribuye a una alteración del cromosoma 21, la de la intervención de agentes inmunitarios y tóxicos, la de un aporte deficiente de oxígeno y glucosa a las células cerebrales por mala circulación sanguínea, y las investigaciones más modernas, que la atribuyen a las deficiencias de las sustancias que permiten la comunicación entre las células cerebrales, denominadas neurotransmisores.
Diagnóstico
Debido a los numerosos adelantos técnicos, que se han producido en el último decenio, se puede diagnosticar la enfermedad de Alzheimer con mayor precisión. De ahí que hoy la enfermedad se conozca mejor y que se diagnostiquen con mayor acierto casos que antes se atribuían, de forma vaga e imprecisa, a un estado de arteriosclerosis o de senilidad.
El diagnóstico, como el de cualquier demencia, es difícil especialmente en las primeras fases, puesto que un leve deterioro de la capacidad mental es frecuente y normal en edades avanzadas. Se efectúa mediante largos y costosos estudios clínicos, técnicos y biológicos. También se utilizan las pruebas de capacidad y de habilidad intelectual, y unos cuestionarios especiales destinados a detectar los trastornos de quien se sospecha que puede padecer la enfermedad, comparándolos de forma periódica y controlando su evolución.
Pero, a pesar de los adelantos técnicos actuales, por desgracia todavía puede tardarse entre cinco y diez años en diagnosticar la enfermedad. El único medio de absoluta precisión se consigue a través del estudio de muestras cerebrales obtenidas mediante una biopsia.
Evolución
A pesar de que las características individuales pueden alterar la forma en que se presenta la enfermedad, lo más corriente es que en la primera fase se produzcan síntomas de pérdida de la memoria reciente. También se observa en el enfermo una disminución de la capacidad de respuesta refleja, causa de accidentes y también de equivocaciones, así como una modificación de su comportamiento social y laboral, con señales evidentes de una progresiva pérdida de interés en ambos campos.
Con el tiempo, presenta crecientes dificultades en el uso del lenguaje, por lo cual disminuye su capacidad de comunicación. Todos estos síntomas incipientes del deterioro intelectual progresivo pueden tardar años en manifestarse de forma clara, por lo cual no es de extrañar que mientras tanto se los atribuya a un estado senil o arteriosclerótico.
A medida que el deterioro intelectual avanza, los indicios del mal de Alzheimer se tornan más evidentes. El enfermo pierde progresivamente su capacidad de asimilar y recordar hechos recientes, de estructurar su pensamiento en secuencias lógicas y, por tanto, de llevar a cabo acciones lógicas, como hacer cálculos aritméticos o mantener una conversación con sentido.
De esta forma, va acusando una creciente incapacidad para realizar las actividades normales de la vida diaria porque, de hecho, se olvida de cómo realizarlas, aunque se trate de tareas tan cotidianas y simples como las de comer, asearse o levantarse de la cama.
También comienza a manifestar dificultades para coordinar los movimientos y para mantener el equilibrio, por lo cual aumenta su sensación de inseguridad y sufre una desorientación en cuanto al tiempo y al especio se refiere. Aparecen, asimismo, los trastornos de deambulación, típicos de la enfermedad, con el consecuente incremento del riesgo de golpes y caídas, accidentes también frecuentes entre quienes padecen esta enfermedad y los cambios de humor repentinos y agudos que, sin causa aparente, pueden llevar del ataque de risa a un marcado episodio de tristeza, con llanto incluido.
En las fases más avanzadas se agudizan los problemas de lenguaje y del reconocimiento. Difícilmente podrá el enfermo formar una frase entera, y si lo hace, es muy probable que no tenga sentido o que esté mal estructurada, y también le costará reconocer a las personas de su entorno, inclusive al cónyuge y a los hijos.
En la etapa final, el enfermo habrá perdido totalmente la memoria y las facultades mentales, incluidas las necesarias para comer, beber y caminar, por lo que, en general se limitará a quedarse en la cama o en una silla de ruedas. Sus reacciones serán primarias, por lo que a menudo gritará, llorará y sufrirá incontinencia.
Dada la evolución del mal, el enfermo necesita una creciente atención especial hasta alcanzar la última etapa, en la que ya dependerá por completo de alguien que le cuide. La carga para la familia suele ser muy pesada a lo largo de toda la enfermedad, pero se hace casi insostenible cuando el paciente requiere una atención exclusiva las 24 horas del día, y como sucede en la mayoría de los casos, no se dispone de dinero suficiente para pagar el sueldo de tres enfermeras, que serán las necesarias para cubrir estas horas, o bien para ingresar al paciente en una costosa clínica privada
Aunque es recomendable utilizar los servicios que proporcionan las asociaciones, a partir de las primeras manifestaciones del mal, si no se ha recurrido a ellas durante su evolución, éste será el momento de hacerlo.
Síntomas progresivos
- Frecuentes olvidos de hechos recientes
- Estados de depresión recurrentes
- Pérdida progresiva de la memoria, con grandes lagunas, sobre hechos y costumbres cotidianas
- Dificultades en la realización de sencillas tareas habituales y cotidianas
- Desorientación en el espacio y en el tiempo
- Dificultades en el habla, hasta alcanzar la imposibilidad de emitir frases coherentes
- Cambios bruscos de humor, sin causa justificada
- Imposibilidad de reconocer a los familiares
- En una fase más avanzada, imposibilidad de moverse y de comer, e incontinencia urinaria y fecal
(información extraída de Guía médica familiar, 1994)